documentos de pensamiento radical

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viernes, 5 de diciembre de 2014

4 POEMAS DE ROSINA CONDE



DE PREFERENCIA

I

Se solicita señorita
para trabajo fácil
que sepa cocinar y lavar platos
servir la mesa, coser, planchar
zurcir calcetas, barrer, trapear
De preferencia bilingüe
(con pasaporte)
se quede a dormir...

II

Se solicita señorita
para trabajo fácil
No importa que ignore el lenguaje académico
y quiera comprarse televisor a colores
Lo que importa es que no exija
un lugar en la historia
que no ponga en crisis al servicio...

III

Se solicita señorita
para trabajo fácil
No se requiere experiencia
Ofrecemos salario superior al mínimo indispensable
un ambiente agradable
y la seguridad de que nunca se enterará
de que lo maquilado por usted
contamina al mundo entero
de que sus hijos nacerán con malformaciones
cerebrales
y que a los veintiún años
usted no servirá ni para contestar el teléfono


DE SOSLAYO

                para mi hermano Jorge

I

Mis padres
me han cobrado miedo
tanto
o quizás más
del que yo les tuve
alguna vez a ellos.
Ahora me miran con distancia
y piensan las cosas
dos o tres veces
antes de dirigirse a mí.
Yo solo las pensé una vez.

II

Mi madre teje memorias luminosas
realidades inciertas preñadas de nostalgia
mentiras escabrosas cargadas de idea:
Un pasado se inventa.
Arrepentida
de haber escogido el camino
“fácil” de la vida
huye espantada a través de recuerdos
ungidos de artimañas.
Viciosamente narra historias
redentoras de alegrías.
Viciosamente corrige el hilo
entre sus dedos
y los teje con arte y con maestría
con gusto morboso y placentero
para hacer más soportable la vejez.

III

Cierta noche
mis padres se asustaron
era noviembre, mes de vientos
y en la calle ululaban los fantasmas.
Sacaron guitarra, violón y maracas;
los recuerdos más dulces y elegantes
sentaron a la mesa
rodeándolos de música y encanto;
pero el miedo intimidó a las presencias
quienes corrieron a ocultarse
en el toldo de la casa.
Mis padres, desilusionados,
me miraron confusos
queriendo esconder su vergüenza
y yo, malévola,
serví los platos rebosantes de optimismo
que, al tragárselo,
oprimió aún más su corazón.

IV

De soslayo me miran
redimen objetos de la casa
en rincones esconden sus recuerdos
(quienes solariegos gimen)
atrapan angustias inventadas
y las destrozan
para formar caleidoscopios
que me enseñan cuando llego.

V

Con catalejos me espían
queriendo atrapar las fantasías
surgidas de mi mente;
me reprochan vivir en un mundo
alejado del suyo
y tratan de hurgar en mis recuerdos
para verse como en las fotografías.

VI

Huye el recuerdo atesorado
se escapa de la mano sonriente
de mis padres
y se posa en el techo del vecino;
desde ahí los mira burlón.
Con coraje le siguen sin descanso
le gritan ordenando su regreso
pero el recuerdo, travieso y juguetón
como pluma se pierde en el vacío.

VII

Solitario
el recuerdo llora
me pide un lugar en mi existencia
tiene ganas de seguir atesorado
tiene ganas de vivir
así sea transformado por el
caleidoscopio,
pero vivir,
al fin y al cabo.

VIII

Mi padre me ha cedido su lugar en la mesa
(durante veinticinco años ocupó la cabecera
junto a la ventana que mira hacia el levante).
Hoy, sin decir palabra
ocupó la del poniente
y el resto sentose en el lugar de costumbre
para ritualizar mi nuevo nombramiento.
Cuando miré el cuadro
sentí la soga en el cuello.
Quise salir
pero mi madre me tomó del brazo
me instaló a su diestra
y sirviome las viandas de costumbre
con las ceremonias anteriormente ofrecidas a él.

Sentí una bola de comida en la garganta:
Ahora tendría que vivenciar los lugares comunes de mi
       padre
sostener las miradas de odio del hermano
soportar los quejidos de la hembra que pariera mi cuerpo
cargar sobre la espalda la entrada principal.
Dos grandes lágrimas bañaron mi mejilla izquierda
sólo la izquierda.
Él
pensando que brotaban por humildad
elogiome con dulzura
y lloró conmigo el cambio de papeles.
Sólo yo sé lo que ganó mi padre
al nombrarme su albacea.
Sólo yo sé lo que ganaron ellos
al rendirme su puesto.
Sólo yo sé la chinga que me espera.


MARY KEY

I

Mary key se volvió hippie en los sesenta,
se fue a la India y no volví a saber nada de ella;
entonces yo era demasiado idiota como para volverme hippie,
con trabajos me enteraba de Vietnam
y de la Plaza de las Tres Culturas
(en Tijuana, difícilmente se oía hablar de los Black Panters o del Movimiento Chicano).

II

Mi novio me chantajeaba con su leucemia;
dos años le quedaban, dijeron hace veinte,
y ahora lo veo con su mujer y sus cinco hijos.
Me narraba su entierro para oírme llorar,
haciéndome prometer que lo recordaría para siempre.
Yo no entendía a los Beatles y era demasiado ingenua como para volverme hippie:
me entretenía con Chucho el roto en la radio o leyendo a Memín Pingüín.
María Isabel fue mi tormento, mientras mi madre me enseñaba a cocinar con enlatados.

III

Mi padre se negó a que compitiera para Reina de la Primavera: sus hijas, aseguró, valían por ellas mismas sin tener que demostrar que eran las más bonitas.
Hoy tengo un marido que piensa que voy a apoderarme de él y de su cartera.
Me reta con el abandono
y competimos para ver cuál de los dos es capaz de despreciar más al otro.
Mi único error, dicem fue haber nacido mujer.

IV

Cuando conocí a Mary Key, conocí el sabor de la cebada y el arroz integral;
supe también de la guerra sin entenderla;
pero a mí me preocupaban la leucemia y su curación;
yo juraba estudiar medicina para atacarla.
Mi padre se negó.
Mi novio no murió a los dos años como le pronosticaran.
Me había mentido para oírme llorar, pensé después,
cuando terminó conmigo para irse con alguien que no conociera a una Mary Key.
Entonces supe de unas ruinas del Templo Mayor y pensé estdiar antropología;
pero mi padre se negó también:
me buscó una carrera apropiada y me envió a u.s.a. a estudiar decoración de interiores.
Ahora visto casas con cortinas de terciopelo y muebles art déco.


V

Gracias a Mary Key, escuché a Dylan y a los Rolling.
Yo, a cambio, le mostré Tijuana.
Entonces no entendí por qué lloró con Cartolandia,
la de debajo del Puente
con su lepra y disentería.
Fue cuando me dijo que se iría a la India.
Usaba pelo largo y huaraches mexicanos.
Era muy gringa.
Cocinaba en ollas de barro y había tirado la licuadora a la basura, cuando mi madre descubriera el abrelatas eléctrico.
Mi padre se negaba a que la visitara;
pero, decía, él era el culpable por haberme enviado a estudiar a u.s.a.
Luego se preguntaba qué sería peor:
si mi amiga hippie o la Plaza de las Tres Culturas;
porque, decía, de los males, el menor,
y lo comprendo ahora al ver a mis hijos imitar a Capulina o al Chavo del Ocho.
Bueno, Mary Key usaba el pelo largo y huaraches mexicanos;
compraba aretes de chaquira y pulseritas elaboradas por los pieles rojas;
gustaba de las blusas bordadas en la India y largas faldas con estrellitas o flores de colores.
Igual que Lucy.
Ella sí vio I love you Alice B. Touklas
y fue violada a los quince por su novio que partía para Vietnam
Él murió allá.
Entonces yo no sabía del hambre ni del frío ni de la falta de un hogar,
y oía de los biafranitos, como quien escucha sobre las Cataratas del Niágara: ¡asombrosos!
No sé si mi amiga Mary Key sabría mucho de eso;
pero se volvió vegetariana y se fue a la India.

VI

Eugenia se enamoró de su maestro de matemáticas;
rompió todos los poemas que había escrito y leído, así como sus cartas de Mary Key
porque su maestro la obligó a hacerlo;
tuvo una hija a escondidas, ya que él, divorciado y con mujer, no podía comprometerse;
por eso se enclaustró, mientras encontró la manera de emigrarse.
Ahora él la visita cada mes o se van de vacaciones
y se jacta de cuidar muy bien sus tres casas.


VII

Mi amiga Alicia es más lista, dice ella;
se mantuvo virgen y consiguió abogado de renombre.
Lo veía poco, para su suerte,
y de vez en cuando lo acompañaba a Acapulco o Europa.
Ha enviudado.
Ahora sabe que no tiene que esperarlo toda la noche,
con la cena enfriándose y las piernas abiertas;
ahora puede estirarse en su chaise longue y dormirse si quiere,
sin tener que vestir su negligé que, de cualquier forma, no lucía.

VIII

Cuando decidí volverme hippie ya habían pasado de moda;
luego me enteré que María Sabina había muerto
y que Wookstock y Avándaro había ocurrido veinte años atrás,
mientras mi novio me atormentaba con su leucemia y yo le juraba que me haría monja.
Entonces comprendí que ya no estaba para Reina de la Primavera
y que los negligés son demasiado largos para mí.
Fue cuando recordé a Mary Key y deseé volver a verla para saber de sus andanzas por la India.
¡Quizás hasta tuviera un hijo que les enseñaría a los míos el compromiso con la existencia!
Éstos piensan, al igual que su padre y su abuelo, que aún existe el feudalismo,
que la mujer ideal es aquella que no habla
y que heredarán la tierra junto con los vasallos.


SOLILOQUIO DE CONTEMPLACIONES

I

Aunque soy más conocida por mi segundo nombre,
mis amigos de confianza me llaman la Rorró,
otros me dicen Roxy Music
y los más atrevidos, Big Mamma Rosy.

Cada momento de felicidad, frustración y coraje
me han enseñado a apreciar lo que se me brinda.
Gustosa recibo el pavo y el bolillo,
y soy feliz cuando puedo obsequiar una parte de mi lecho
y el calor de mi cocina.


II

Cinco religiones confluyen en la palma de mi mano
y las cinco afirman ser la correcta.
Cinco lenguas me persiguen,
cinco ramas,
cinco ritmos y cantares
cinco mares.
Desde cinco continentes cinco
he de llegar a la tierra prometida,
a los cinco territorios cinco
timbiriche de éxodos certeros.



III

Reconozco a mi ancestro asesinando a mi ancestro
mi cultura sometiendo mi cultura
mis pasos aniquilando mis pasos:
un centauro sobre un reptil emplumado,
una cruz sobre la diosa de la maternidad
una soástica sobre la estrella de David.
Una lengua se impone sobre las otras y me define como híbrida.
El fuego eterno aplasta el fuego de la hoguera.
Todo dentro de mí se retuerce y se enaltece
porque de la putrefacción nace la vida.


IV

Me cobijo tras el sahuaro y agradezco su sombra,
el frescor de sus espinas en la regia morada:
pequeñísimo oasis que sacia mis labios y alimenta mis carnes.
Un mito soterrado renace en este cuerpo
mitad piedra, mitad barro,
ecos de plenilunio candente:
mis estrías.
El sol y las palmeras custodian el templo:
llamoroso horizonte de un mito creado por los yoris.
Reconozco, sin embargo, que cada parte de mí tiene algo de verdad,
y no puedo traicionarla.


V

Algunos detestan mi color por lo que representa:
siglos de usura y dominación
holocausto, imperialismo, plaga eterna.
Cada átomo de mi cuerpo lucha consigo mismo.
Sin embargo, no puedo preferir una lengua sobre la otra;
no puedo permitir que se repita la historia:
dejaré vivir en paz esta concordia
de mezclas, oleajes y canículas,
porque la endogamia conduce a la extinción.

VI

Provengo de una tatarabuela africana explotada en la siembra de amapola;
un tatarabuelo holandés traficante de esclavos en la costa de marfil;
un bisabuelo cantones, calcinado en la pizca de algodón;
una bisabuela alemana, secuestrada y violada por un mestizo de la sierra de San Luis;
una abuela frígida con veintiún hijos de la alta aristocracia criolla;
un abuelo iraní que traicionó a mi abuela después de embarazarla;
una abuela libanesa a la que arrancaron el marido en la revolución sinarquista;
un abuelo japonés que espiaba embarcaciones antes del ataque a Pearl Harbor;
una madre que, de soltera, recorrió campamentos en busca del padre perdido.
Todos ellos heredaron su carta de rumbos,
brújula sin tiempo,
sendero abierto al remolino.


VII

Como Ulises, persigo la pauta inconforme del guerrero.
Toda partida y su retorno conforman una aventura.
Guía es, mi mano, en la crónica de viaje.
Abro mis dedos y los lanzo al horizonte:
cinco senderos dispuestos a seguirme;
cinco genealogías clamando por mi origen.
Cargo mi mochila y elijo el camino más largo.
Parto con el deleite de encontrar la cueva del eslabón perdido;
con la inconsciencia de dejar atrás a quienes me reclaman como suyos;
con la certeza de mirar el mundo de los conquistadores y los vencidos.
Aun cuando estoy del lado de mi madre,
no puedo dejar de reconocer que soy producto de mi padre.


VIII

He honrado a la abuela con un potaje.
En él he mezclado los ingredientes que la artista culinaria vierte al acariciarme con sus viandas.
Evité los condimentos fuertes y las especias que pudieran engañar a las papilas.
No he querido traicionar el gusto por los ingredientes originales;
quiero que mi abuela sepa que he aprendido de su magia
y reconozco sus caricias por la vida,
la magnitud de su alegría,
al hacerme revivir cada mañana.


IX

Mi abuela vestía muñecas;
daba clases de baile, y empacaba abulón en Ensenada.
Cinco años le pedía, a Dios, todos los días
para liberar a mi madre de las garras de mi padre.
Unos le decían “luchona”, otros “hija de puta”,
porque cargaba un seguro en la solapa
para pinchar al que agredirla quisiera.
Porque mi abuela había nacido en la sierra,
entre las sábanas de seda que su padre le diera a su madre en su noche de bodas,
“para conquistarla”, después de secuestrarla.
Mi bisabuelo no se conformó con robarle a Carlota su adolescencia,
también la despojó de lenguaje y religión,
y después de violarla,
¡la premió con el matrimonio!
Por eso mi abuela aborreció el epitalamio
y se negó a ser mujer de un solo hombre.


X

Rechazo de toda cultura la xenofobia, el genocidio,
el agotamiento de la naturaleza.
Trato de asimilar aquello que considero lo justo y lo correcto;
influirme con sus cantos y su arte.
Con paciencia espero la sopa humeante
del hogar que me aguarda para aliviar mi paso.
En mi recorrido mundano, frecuento monumentos
con el ansia de explorar los pasos en bifurcación continua.
Existe el mundo utópico.
Tan está ahí, que todos deseamos encontrarlo
para apearnos en la próxima parada.
Cada arruga de mi cuerpo marca una etapa del viaje.
Nada poseo,
ni siquiera esta vida que, según yo, me pertenece,
sólo este cuaderno y esta pluma que registran las estrías de mis sandalias.


XI

Mientras se acerca la partida de la nave,
retribuyo el esfuerzo de mis ancestros con el canto de Orfeo;
reconozco el trayecto silencioso del migrante al surcar mi historia.
Tengo a Cronos en mis manos:
cientos de años llegaron hasta mi morada a obsequiarme con su memoria genética.
No hay tiempo perdido.
Todo momento es una experiencia trascendente,
incluso la hora de espera de la visita impuntual.


XII

Directriz de senderos ocultos y ensueños misteriosos,
tinta de calzados fascinantes y estelas escondidas,
brota la tinta con soliviantado verso,
soliloquio quevediano de encabalgamientos
y mundos creados en metáforas, antítesis y metonimias.
Dicen que no es pertinente hablar de sortilegios con carga política.
Pero ¿qué es lo pertinente?, me pregunto.
¿Para qué sirve la tinta;
para qué inventar el lenguaje, si no para hablar de lo impertinente?
¿Para qué sirve la tinta, si no para escribir un poema con tu nombre,
cruel y despiadadamente silencioso;
pulido y acabado en el tatuaje sáfico, el verso adónico,
terceto encadenado, cardenal petrarquista,
madrigal violáceo de tus ojos?


XIII

Escucho con agrado lenguas desconocidas.
Saboreo su ritmo y colorido: su riqueza.
Fonemas, vocablos y sintaxis me acompañan:
armoniosa rima cual dulce canción de amor.
Escudriño sus silencios, cada tesitura.
Cada inflexión de voz me recuerda melodías memorizadas en la infancia con voraz alegría.
Eso me enseña a aprender a conocer mi lengua.


XIV

Los dedos de la hilandera danzan
sobre el tramado cual arpista.
La urdimbre del encaje se desliza jocoso y elegante.
El cariño da rienda suelta al barroco de sus ojos:
espuma bajo la yema de sus dedos,
brocado tras el dorso de las manos,
orden reinante del caos...
contemplación ascética.


XV

Se enjuta mi mano ante la luciérnaga
que apaga su luz de madrugada.
Hégira de cuerpos sigilosos tras el matorral de la mañana,
cientos de polizontes atraviesan la frontera.
Tras el enjambre de concreto:
urbe de venturosos encuentros.
Oigo volar el calor de una sonrisa infantil.
Detengo el furgón y me apeo
para dar paso a una vida en ciernes.



XVI

Observo el paisaje en silencioso recuento de los siglos.
Hurgo entre los asientos del furgón un espacio que hospede mi cuerpo.
Hay sonrisas de empatía por el largo vestido que delata mi origen
y el peinado que antitético borda un pasado legendario de confluencias exóticas.
Las miradas confluyen con extrañeza y sorpresa:
aun cuando parezco europea, los listones de mi falda muestran una americanidad definitiva.
El joven de al lado me pregunta en lengua extraña si puede fumar.
“Yo también fumo”, le respondo en mi idioma,
y el joven enciende una sonrisa al darse cuenta que miento.


XVII

Le he tomado el pulso al viaje sin retorno.
Con ritmo late: sin prisa ni agotamiento.
Dispongo del tiempo necesario para partir.
Hay quienes lo miden por minutos,
horas, semanas, meses, estaciones del año;
hay quienes lo medimos en función de los acontecimientos.
Pero tengo miedo de la obsolescencia.
Cuando haya agotado todos los viajes del mundo,
las historias de los viejos,
cuando haya resuelto el enigma de la ruta,
será tiempo de levar anclas.


XVIII

Cargo con el tótem de mi inconsciencia:
la nariz y el color me delatan.
No he podido mentir:
cada línea del tatuaje marca el sendero de mi estirpe.
No necesito el Día de Muertos para honrar a los ancestros.


XIX

He yuxtapuesto el futuro.
El paisaje se barre cual lienzo de Monet...
amarillentos campos del norte de Francia.
Viajo al fin del tiempo y descubro que nada es nuevo:
todo es un principio interminable,
inagotable, intercambiable.
Encuentro mi fotografía al otro lado del mundo.


XX

Reconozco al turista porque visita los museos como si llegara a una fiesta de presentación en sociedad.
El caminante, en cambio, acaricia con su vista cada línea del paisaje;
reposa el silencio sobre los matices y texturas de las obras de arte;
recoge con esmero los fonemas de la canción nativa.
Treinta años aguardé para ver La hilandera de Vermeer de Delft.
Un turista exige que me aparte para tomarse una fotografía.
Suelta mi mano una leve sonrisa
y, cual paloma, vuela hasta el ala más alta del museo.
Mi vista regresa a posarse sobre el lienzo
para honrar esa pieza durante horas trabajada con esmero.


XXI

Peregrina del mundo,
me sumo a los andantes que eliminan fronteras y diseminan razas.
Con ello, acreciento el horizonte
de crear mañana una lengua y un ritmo alternativos.


XXII

Me acicalo el cabello con aceites y esencias
perfumo mi cuerpo con hierbas de olor
y corro a la selva de asfalto a darle un toque de fragancia:
todas las mañanas doy lustre a mis zapatos
en silencioso ritual por esa res
que me alimentó con su carne
y me protegió con su piel.


XXIII

He ensanchado el horizonte con mis piernas saeta
que buscan cual veleta el blanco estocado del artista.
Durante años he llevado ofrendas a la orilla de un paisaje
que resguarda los mitos que me engendran.
Un silencio tan puro me rodea
que me hace volver sobre lo muerto.
Retrato cada nube, cada estrella, cada eclipse.
Son pocos los momentos en que puedo reconocer el tiempo eterno.
Cada constelación,
cada sistema solar,
cada planeta,
cada número en el mapa
me hacen ver la pequeñez de mi existencia;
me recuerdan que formo parte de un mayúsculo engranaje
en el que todos contamos,
aun cuando seamos Nadie.


XXIV

Todas las representaciones de dios son divinas.
Aunque atea,
no dejo de reconocer que soy profundamente ritualista.


XXV

He obsequiado a la Creación con un jardín de orquídeas
frescas, radiantes y cargadas de rocío.
Con ellas, he dejado este mensaje:
“Gracias, dios mío, por haberme hecho mujer
y haberme dotado con el fruto de tu simiente.”


XXVI

Incondicional y cariñosa me da a beber de su tinta,
a medida que trasmite la imaginería del reposo.

Testiga silenciosa,
mas no muda,
la pluma me acompaña con su carga de saetas.


Rosina Conde. Poesía reunida. Desliz Ediciones. México D.F. 2014

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