Páginas

miércoles, 29 de noviembre de 2023

3 poemas de AQUÍ Y AHORA de JOSÉ MANUEL LUCÍA MEJÍAS

 



 

12.

 

Nada de lo que hiciste se puede cambiar.

Nada tampoco de lo que nunca he conocido,

lo que me han contado y nunca realmente sucedió.

Nos inventamos a medida que voy llenando de recuerdos

las hojas de este cuaderno que no es más que una promesa,

estos versos que no son más que una compañía,

que la ilusión que me hago de compartirte.

 

Ninguno de nuestros fracasos puede ser modificado.

Ninguna de nuestras alegrías, efímeras soledades congeladas.

Ninguna de nuestras negaciones pueden ahora afirmarse

como ninguna de nuestras afirmaciones quedarán en silencio.

Todo fue múltiple y olvidado. Todo, uno y recordado

en el orden inevitable de los ladrillos al descubierto.

Voy construyendo el edificio de tu memoria

con las filas horizontales de los caminos torcidos,

los que nunca quisimos transitar,

los que no dejamos de hacerlo a cada momento.

 

Te voy construyendo con versos cada vez más limpios,

más alejados de los meandros de los adjetivos sorprendentes,

como si el espejo comenzara a convertirse en cristal

y los edificios volvieron a llenarse de olores penetrantes,

de la argamasa huidiza de las sopas de ajo por la mañana.

 

Nada nos pertenece si nada somos capaces de recordar.

Nada somos si le damos la espalda al pasado.

Menos que el polvo de una conversación olvidada.

Menos que las arrugas del paso del tiempo sobre las sábanas.

No somos más que nuestros escasos recuerdos.

No somos más que nuestra capacidad de inventarlos.

 

 

15.

Mi primer horizonte fue el azul del Mediterráneo;

la arena de la playa de Ibiza, mi primer juguete.

Conservo recuerdos que en realidad son historias relatadas

y silencios que aún siguen hilvanados a mis preguntas juveniles.

Ante los saltos en la historia, ante los vacíos misteriosos,

yo he levantado un muro de historias que compartimos.

Solo nosotros.

Historias familiares más allá de los lugares comunes

que se repiten en la cuenta de los bautizos, bodas y funerales.

¿Acaso son más reales los recuerdos que atesora mi madre,

los momentos íntimos que solo vosotros habéis compartido,

que estos otros recuerdos inventados a partir de una fotografía

o de un comentario escuchado a deshora y entre esquinas?

¿Acaso no estuvimos juntos paseando por la playa de Ibiza,

acaso no me llevaste a conocer el mar por más que no me acuerde?

¿Acaso nunca me besaste en la playa al despuntar la noche

aunque nada de tu aliento paternal venga a mi encuentro?

Los años que viviste y los recuerdos atesorados antes de ser yo

te pertenecen, los tuyos aunque ahora ya sean de nadie.

Pero los años en que ya éramos un mismo aliento, idéntica sangre,

esos son míos, los vividos y los recordados, los vividos y los inventados.

No importa: el recuerdo es siempre una ficción, un relato,

nuestros recuerdos son mi mejor novela, la literatura

acabada de mis primeros años, de los últimos que ahora cumplo.

Soy tú porque he querido crearme a la imagen de tus recuerdos,

esos que nada tienen que ver con las evocaciones de las madalenas.

Nada sé de ti. Nada he sabido durante estos cincuenta años de ti.

Nada creo que ahora quiero saber o descubrir de ti.

 

Te conozco porque estás ahí, al alcance de mi mano.

Te conozco porque eres yo, este yo que ahora se ha vuelto tú,

que cumplirá este año de vida la cifra triunfal de tu muerte.

 

 

25.

 

Marilyn Monroe cumpliría noventa y un años

y Federico García Lorca más que un centenar;

cien años los de Gloria Fuertes y José Luis Sampedro,

Juan Goytisolo ha dejado de cumplir años,

de llenar de bisturíes certeros las conversaciones,

lo mismo que Natu Poblet, que ha bebido su último whisky

para celebrar el último de sus no cumpleaños celebrados.

Pasan los años y nada en ellos ha cambiado.

Una imagen petrificada en el cuadro repetido

de las fotografías y de las faldas levantadas.

¿Cuántos años habrías cumplido tú en estos meses?

He olvidado la fecha de tu repetido cumpleaños

porque desde hace tiempo te has vuelto estatua

y el mármol no conoce de la caricia del tiempo.

Es mentira que hoy, que en estos encadenados días

cumplan años actrices disecadas o escritores resucitados.

Ni tú ni ellos podrían soplar las velas de los deseos secretos.

Ni tú ni ellos sois algo más que una fotografía

y un puñado de recuerdos comprados y mentirosos.

Para cumplir años se necesita del polvo del camino

y de las grietas imperceptibles de las esquinas.

Para cumplir años hay que volver a las matemáticas

y al pacto narrativo del lento paso del tiempo.

 

Hoy dice el calendario que me acerco, casi solo,

al medio siglo que siempre ha sido frontera

inevitable de la mitad del camino de nuestra vida.

 

Pero ¿realmente he vivido ya cincuenta años?

 

Me temo que muchos lo fueron sin sangre.

Me temo que de muchos conservo pocos recuerdos

y que mal puede decirse de ellos que fueran años.

Quizás días. Quizás horas. Quizás instantes fugaces de vida.

Pero nunca años. Nunca estos cincuenta años

que ahora nos reúnen en el encuentro de las tartas.

¿Cuántos de tus cincuenta años pueden llamarse años?

¿Cuántos de los días vividos pasaron en blanco,

no merecieron ni el polvo imperceptible de un recuerdo?

¿A qué edad, en realidad, te fuiste en silencio

sin haber compartido conmigo ninguno de tus secretos?

 


JOSÉ MANUEL LUCÍA MEJÍAS.  Aquí y ahora. Huerga & Fierro editores, 2020

martes, 28 de noviembre de 2023

BATIFOLER




Je veux m’ébattre le matin

Je veux rester au lit lesoir

Je veux folâtre avec toi

Je veux batifoler sans fin.

Mais tu toujours dis la même chose

Que tu n’es pas prêt à liaisons

Je me demande si c’estune pose

Et je te compose cette chanson.

Je ne demande pas le mariage

Ni promesses d’amour éternel

Mais si on ne prend pas le courage

On pourra au moins...batifoler.

Et tu es pressé une autre fois

Juste quand je trouve l’ inspiration

Je veux batifoler avec toi

Mais je te chante cette chanson.

Je ne demande pas le mariage

Ni promesses d’amour éternel

Mais si on ne prend pas le courage

On pourra au moins...

batifoler.



Antonio J. Iglesias. Valencia Miope. Underground en tiempos de crisis. 2009 -2012

Ed. Talón de Aquiles. 2022



Si te interesa este proyecto, puedes consultar algún link más:





lunes, 27 de noviembre de 2023

¿SANGRA EL ABISMO? CONTRACCIONES DE UNA NOCHE DE PASCUA de CARLOS PEINADO ELLIOT (fragmento II)

 


 

 

[raíces y constelaciones]

El teatro de sombras del recuerdo. La multitud de primos con su plato de plástico: su trozo de tortilla y de empanada, la medianoche, el huevo hilado, dos croquetas en equilibrio sobre sus rodillas.

            En la cocina con la caja de cartón, brocal sin fondo, siguen sacando y repartiendo la cadena de platos que se extiende como las jerarquías neoplatónicas por los pasillos hasta anudarlo todo. Tú juegas con los primos a esconderte por los cuartos en lo oscuro: mueble macizo de caoba hecho para durar eternamente, candelabros, la reliquia del santo en su marquito de plata y las imágenes que surgen de lo oculto: la corona y el aura de la virgen, el ángel de la guarda de Murillo, que va guiando al niño. El timbre suena lejos. Llueven los besos de aluvión junto a la entrada (el besuqueo húmedo y pringoso de las tías mayores)- en la cama siguen creciendo en montes los abrigos.

            La hueca vibración de aire de plástico, como un tambor vacío y laringítico, aunque ondulante y suave y juguetón en manos de los chicos que se truecan los trozos de comida que no quieren (admirable intercambio). Pasan un plato con los polvorones. Tu primo toca la guitarra y cantan: y tiene frío –el pobre viene en cueros-. Mira el abuelo cada vez más sordo en su rincón y justo al lado (dos estatuas sedentes), tallado en plata blanca, el pelo de la abuela.

Entonces no veías sus figuras, cuántos ríos de sombras arrastra cada vida y hoy confluyen. Cada difunto en red tira del otro como en racimo y comparece en pie, saliendo de la noche: están presentes, miembros fantasmas, pesan y te invocan hundiéndote en la danza de sus ramos. Detrás de ti, detrás de cada rostro están los cuerpos de cuantos nos preceden, no se han ido, sino que nos transfunden veneno o alimento en esta fiesta.

Como se afina el oro, que atraviesa el crisol del balcón en la madera de la intangible celosía, en carne, estuco, imagen estofada, así esta luz de Pascua los proyecta, como una vidriera en las paredes (su historia muda te habla), y nos bendicen.



Carlos Peinado Elliot. ¿Sangra el abismo? Contracciones de una noche de Pascua. Ed. Ril. 2022


domingo, 26 de noviembre de 2023

¿SANGRA EL ABISMO? CONTRACCIONES DE UNA NOCHE DE PASCUA de CARLOS PEINADO ELLIOT (fragmentos del libro. I)

 


[tapices]

Toda Sevilla arde tras la noche de refriegas en las plazas. Las masas de cadáveres ocultos en los pozos cuyas aguas enmohecen se desfondan, mientras se deshilachan lentamente entre caricias los restos de su carne. La humedad de la tierra con su peso que arrastra a lo profundo contra la sequedad del mes de julio que avarienta se empapa de las vísceras tapadas por el polvo en su vacío que ya se funde en blanco. Resuenan espingardas, venablos y saetas por las encrucijadas de las calles retorcidas. Intestinos. Al impulso del nitro y del azufre, proyectiles de bombardas que horadaron armaduras, rociando tanta sangre sobre la tierra seca: los soldados tras los ajimeces. En las torres de san Pedro y san Román quedan algunos partidarios del marqués. Ahora el silencio comienza a apoderarse de los barrios.


Refugiados en la torre de San Marcos –donde casi nos matan- contemplamos los huesos de la iglesia tras el fuego. Los rescoldos que lamen la madera, las figuras como una pira ardiente retorciéndose hasta el cielo. Carne quemada que apesta. Tantos años de guerras y de muerte, de vasallos sin señor a quien servir con honra. Entre dos hijos que se arrojan nuestros cuerpos contra sí buscando solo controlar el concejo, en contra de la casa que aborrecen, cuyo rencor se arraiga más y más en esta tierra. Tantos años siempre escogiendo entre dos males siempre con las manos que se manchan en la noche con la sangre de los cuerpos que dejamos atrás, que ni siquiera vemos, en la noche, aunque sus ojos arden como puntos que no puedes borrar. Y si no fuera no mirar imposible y no chillara cada ladrillo o piedra de estas calles por entregar a Juan Pacheco el campo despejado, si no fuera como sembrar de muertos la ciudad y abrirla en dos para que la violasen después de saquearla. Si no fuera no mirar imposible. Triste Castilla en tantas manos rota, doliente tierra siempre maltratada.

 

 

[cincel]

Aquí donde la ves es una máquina de una gran precisión: penetran sus cuchillas entre el lóbulo parietal y occipital e instala ahí sus cables. Puedes hacer la prueba: acércate hasta aquí, deja la nuca en esta almohadilla y ahora cierras los ojos y la aguja... Azul, azul... Y no sentir ya nada.

 

[sala capitular]

Hablando de su muerte en este tanatorio (con tus ojos ya cansados de llorar) llego a palpar por un instante un espacio común sin las barreras que un tiempo levantamos. No es mentira, sino consumación anticipada de un más allá que acucia y nos espera: pues llegará ese día (quemado ya en el fuego cuanto sobra y nos ata y nos tortura) que podamos sentarnos otra vez como esta tarde y a cielo abierto hablar.

 

[laberinto de Reims]

La mordedura del pecado, sorda

como piedra en la carne

hirviente

a cuyo peso

vuelve a hundirse esta tierra.

                                               En el descenso

                                                                        -tobogán de arcilla

negra – quién pudiera

sostener la mirada.

 

 

[calavernario]

Qué tienes contra mí que así regresas a este rincón de mala muerte en que mis restos se pudren, se carcomen, se deshacen, qué te trae otra vez a tanta sombra. Si pudiera hundirme en esta noche para siempre y no sentir ya más, ni despertarme a ti, ni verme suspendido en esta rueda, donde no encuentro refugio al que escapar, donde perderme.

 

[fossa sanguinis]

Lapidada su imagen obsesiva –ese semáforo fijo intermitente-: el dolor del parásito, su rostro- o el conector injerto en un cerebro extrae bruma. Si debajo de tanta piedra al fin se hallara Dios.

 

 

 

<CORIFEO:>

Tanta belleza sobre mí

                                     me unge:

                                                    Y no saber cantarla.

 

 

 

 

 

 

 

Carlos Peinado Elliot. ¿Sangra el abismo? Contracciones de una noche de Pascua. Ed. Ril. 2022

 

 

sábado, 25 de noviembre de 2023

EL PORVENIR




[Quién iba a imaginarlo. Ella no, desde luego. Siempre había visto esas manos grandes,

plagadas de los callos que parecían haber nacido con él, fuertes al saludar, fuertes al

despedir. Nadie hubiera imaginado esa tersura.]

“Señora Goldberg, los compañeros y las compañeras ya están esperando, yo creo

que va a sentir el calor pero, al menos, debajo del gacebo, este sol de hoy no la va a

molestar”. José Concepción Alauri le hablaba como si fuera blanca. “Es un tema de

cuenta corriente”, le decía su marido para molestar. “Bueno, y de ese estilazo que te

gastas con los campesinos. A todos los efectos, eres más blanca que yo”. El líder de los

campesinos de la vereda del Guamo la trataba de la manera preferencial en que se recibe

a un invitado en casa, es cierto, pero nunca con reverencia postrada. Nunca un “doctora”

o un “licenciada”, nunca una mirada al piso, nunca un agradecimiento en exceso por su

ayuda en la organización de esa pequeña e insignificante trinchera frente al gigante azul y

verde.

“Por esta tierra, por esta gente”, rezaba el lema que el gigante azul y verde

estampaba en cada migaja que repartía en los alrededores del Guamo para ganar adeptos

y acorralar a estas 23 familias de color dudoso, de mezcla centenaria, de historia borrada

por las huellas de su propia pobreza y redignificada en la construcción de su resistencia.

“Lo que yo no entiendo” –se arrancó La Mulata- “lo que yo no entiendo es por qué

no pueden inundar otro sitio, donde no haya gente ni animales que cuidar. Recuerden:

aquí pedimos muchas veces al Gobierno que nos ayudara a exprimir esta tierra y los

funcionarios que alguna vez vinieron nos dijeron que los predios no valían nada y que

esto no servía ni para hacer una represa”. La Mulata a sus 46 años parecía arrastrar más

bien 60, o quizá era que como empujaba a sus cinco hijos a cuanta reunión se convocaba

siempre parecía más cansada y canosa de lo que su pelo negro y duro transmitía. Hasta

que hablaba. “Cuando la mulata habla a todos se nos encogen las huevas”, bromeaba

siempre El Casto cuando llevaba dos cervezas de más. No era solo lo que decía, sino

cómo lo decía: su tono de voz, su mirada sin excusas, su corporalidad sin urgencias.

“Entonces lo que yo no entiendo –redondeó La Mulata- es porque ahora resulta que nos

van a levantar la pinche hidroeléctrica justitico en donde están nuestras casas y nosotros

nos tenemos que ir”.

[Ana Goldberg no hubiera sospechado que al hacer contacto con su piel negra y

cuidada, las yemas duras y ásperas de José Concepción Alauri se convirtieran en plumas

silenciosas capaces de resquebrajar su resistencia. Cierto es que, a veces, cuando José

Concepción cerraba las reuniones de la vereda con esa contundencia y esa suavidad tan

de él, Ana Goldberg se perdía por segundos en los ojos verdes de este hombre a los que

jamás le hubieran pegado pupilas tan boscosas.]

“No podemos ir de frente contra el desarrollo de estos proyectos. Somos pequeños

y ellos tienen mucho poder, pero sí podemos conseguir que les respeten sus derechos

constitucionales”. Sonaban tan estúpidas sus palabras. Hacía unos meses le hubiera

parecido que esas eran las únicas posibles. No porque fuera un discurso aprendido en los

talleres de formación sobre incidencia política que tomó en Buenos Aires, ni porque ella

no tuviera fuerza para luchar en otras trincheras semánticas. Es que le parecían las

adecuadas, las mejores, las palabras que podían conseguir algo dentro de este sistema.

“Hay que aprovechar las reglas del sistema, hay que construir desde la institucionalidad”,

solía insistir en las reuniones internas de la organización que dirigía. Ahora todo era

diferente. Las últimas semanas había aceptado el reto de José Concepción Alauri y todo

era diferente.

“Por esta tierra, por esta gente”. El gigante verde había invertido unos dólares en

comprar papeleras instaladas donde no había papeles y bancas de jardín para adornar la

vereda donde sólo se transitaba. Los “derechos” de los campesinos se completaban con

un solitario parque prefabricado de juegos para la infancia –esa que pasaba el día con el

lomo doblado en los cultivos de papa y yuca-, un centro de salud al que ningún médico

había asomado y una fuente en lo más parecido a una plaza del pueblo que, en realidad,

era la entrada al templo evangélico que amenizaba las tardes con sus atronadores

sermones de megáfono. Allá, en esa fuente con querubines importados y peces de alta

montaña, solía orinar con precisión cada noche, de regreso de la tiendita, El Casto. “Al

menos, que esta mierda sirva pa’algo. ¡¡¡Carajo!!!! Y miren hijoeputas: no fallo ni

una…”.

“Señora Goldberg, con todo el respeto que me merece y con temor de ofenderla,

pero si me permite…”. Ella le permitió pasar la frontera invisible que sí los separaba. La

que separa la ciudad del campo, lo formal de lo empírico, lo teórico de lo práctico, la

racionalidad prudente y temerosa de esos instintos impulsivos que José Concepción

domaba a su antojo según las circunstancias. “Usted está orinando fuera del tiesto”. Se

agolparon en la cabeza de Ana Goldberg todas las recriminaciones que conocía: ingrato,

maleducado, bruto, desagradecido, ignorante… incluso algunas que su formación católica

y sus maneras de colegio de monjas le impedían traducir de manera literal. “… pero es

que usted viene, habla con nosotros, se solidariza y se va. Yo no conozco su casa y me

alegro de que la tenga, pero imagino que es cómoda y tiene acueducto y hasta ventanas

de vidrio, que me imagino yo. Y sus hijos, porque usted me dijo que tenía hijos, van

limpios a la escuela y los recoge en busito y eso… Por eso le digo señora, con todo el

respeto que me merece su merced, que está orinando fuera del tiesto. Mi gente no está

defendiendo cosas, ni quiere conseguir cosas. Mi gente a lo que se subió fue a un bus de

dignidad. Es que lo que estamos hartos es de que nos pateen, de no existir hasta que les

hacemos falta. Mejor dicho, hasta que les estorbamos… porque falta ni les hacemos”.

Bruta, maleducada, ingrata, ignorante, desagradecida… ahora era Ana Goldberg la que se

miraba al espejo y se arrojaba las palabras trancadas. Este hombre acostumbrado a

arrancar la yuca con sus manos y a pensar desde el alma –que no desde el estómago- la

estaba arrastrando en la civilización de su origen sólo para mostrarle el abismo de

comprensión que los separaba.

En la casa de La Mulata había un escalón que Ana Goldberg no alcanzaba a

entender. Eso es lo que acontece con la arquitectura de los pobres: escasa en lo necesario

y barroca en lo accesorio. El escalón doble separaba los dos ambientes de la casa: la sala

que era entrada y donde le acomodaron la hamaca a esta abogada negra –casi una

contradicción para la gente del Guamo tan poco acostumbrada a los avances de la ciudad-

, y la cocina y cuarto amontonado de La Mulata y la caterva salida de sus generosas

caderas. El escalón la encaramaba desde la sala para obligarla a descender de nuevo en la

cocina-cuarto. Inútil, pero elegante. En este último espacio, una puerta de madera que

ajustaba con un clavo grande y oxidado daba paso al patio de uso múltiples donde tras

bajar cuatro escalones -esta vez sí necesarios- se accedía al baño de la casa, al grifo

autista que hacía de lavadero, a las cuerdas donde colgar la humedad de su vida y al palo

de mango que hacía de tienda de golosinas para los cinco varones que tres hombres

diferentes le habían ayudado a engendrar a La Mulata. Las primera horas allá fueron

difíciles. Ana Goldberg había llevado pocas cosas para no dar una imagen demasiado

burguesa. Sin embargo, cada paso la hacía sentir mal. La Mulata había gastado unos

reales en fumigar la casita. “Pa que no se la coman los zancudos, que usted es nueva por

estos lados”. Ninguna de las dos entendía muy bien el experimento de José Concepción

pero todo comenzó a caminar mejor cuando La Mulata, cansada de tanto ‘por favor’ y

‘perdone’ le escupió a Ana Goldberg: “mire Anita, este es mi hogar y me ha costado

levantarlo tanto como a usted el suyo. Así que yo me siento orgullosa. Ni tenga pena ni

pesar que tanta ‘p’ se le va a atragantar con la avena”.

[Con el mismo respeto, calma y dignidad con los que le hablaba, besó José

Concepción Alauri los muslos, la espalda, las axilas, el vientre, los pechos, los talones, el

anverso de las rodillas y el sexo de Ana Goldberg. Con la misma sorpresa y con mucho

más placer que al mirar sus ojos verdes, Ana arqueo su cabeza y su torso al recibir a todo

este hombre de piel agrietada en su cuerpo húmedo de vida. Su boca se abrió para no

gritar, pero dentro, allá adentro, sintió como si alguien hubiera descubierto zonas

clandestinas o vetadas hasta ese momento.]

“Sean razonables”. El mensaje del gigante y de Palacio era igual: trabajamos para

que se cumplan sus derechos –“y a los izquierdos que les jodan”, habría respondido El

Casto si no hubiera muerto de cirrosis hepática 11 días antes de este encuentro-. El

progreso del país, el consumo de energía para alimentar los aires acondicionados y las

neveras de la ciudad (un 78% del consumo eléctrico del país) precisaba de esa

hidroeléctrica y desde Palacio ya estaba listo el pingüe cheque para que los excluidos

mejoraran su nivel de vida un 4% y para que el gigante procediera a engullir tierra y

casas en pro del desarrollo. El licenciado Méndez no podía entender, entonces, que Ana

Goldberg, con la que tantas veces se había reunido, fuera tan poco razonable ahora y no

le agradeciera el hecho de haber convencido a Palacio, de donde salía el salario de

Méndez, y al gigante, de donde presionaban a Palacio, de que para evitar demandas

internacionales lo mejor era pagar y ya. Las exigencias de Ana y de su organización se

habían cumplido: la Policía se retiró de El Guamo, se valoraron las propiedades de los

expropiados –tan pírricas que al gobierno le dio vergüenza e infló un 10% las

indemnizaciones-, se pidió autorización a la Asamblea Nacional para un crédito adicional

al presupuesto y el presidente firmó en Palacio el decreto que permitía compensar a las

23 familias de la discordia. “¡Qué misericordia la suya!”, espetó el capellán de la Primera

Dama al saber de la excelsa firma del ungido en las urnas.

La Mulata lo tenía claro y por eso localizó a la mamá de su penúltimo hombre para

pedirle que se quedara con dos de los niños. Su hermana, fuerte como una ceiba y

paciente como un perezoso, se hizo cargo de los tres menores. La casita en el Guamo, de

pronto, infló sus pulmones y se hizo grande y poderosa. La presencia allá de Ana

Goldberg y la ausencia de los pequeños la convirtieron en el cuartel general de esta

avanzada. A veces, en esas noches de planificación y agite, José Concepción alcanzaba a

doblegar su parquedad y miraba a Ana de reojo buscando una respuesta. A veces, entre

falsas convicciones de victoria, Ana se angustiaba ante la necesidad de compaginar una

vida viable y estática ante otra imposible y provocadora. A veces, convencida de que en

esta se dejaba la piel, La Mulata deseaba morirse para dejar de estar sola a pesar de

dormir rodeada de esas diez piernas que no se movían sin su aliento.

[Se hizo costumbre la ronda nocturna de José Concepción por la trocha empinada y

pedregosa donde vivía La Mulata. Las pisadas eran señal suficiente porque nadie más

caminaba a esas horas ni por esos limbos. Ana descendía de la hamaca como un gato,

empujaba la puerta que era más silenciosa que su aspecto y se encontraba con él en el

terreno baldío de enfrente. Fueron seis noches. No más. Y para Ana fue renacer en la

posibilidad del amor no construido. En esas mismas noches, José Concepción se sintió

mujer y hombre, serpiente y tigre, maestro y alumno, poderoso y arropado en un juego de

dicotomías que lo persiguió el resto de su existencia. Aunque a su existencia le quedaran

unas horas, o unos días, que depende siempre de cómo se cuenten los instantes.]

El día en que el presidente de Palacio llegó al Guamo todo estaba listo. Las botellas

de agua mineral fría para confrontar la sequedad de este viento sin mar; las toallas

blancas para entregárselas en los pocos instantes de intimidad para secar sudor y eliminar

secreciones ajenas; el discurso con copias y los periodistas para recibirlas y reproducirlas,

y el representante del gigante vestido de safari por aquello de la integración con el

pueblo. Cuando la primera piedra iba a ser puesta cientos de piedras milenarias volaron

sobre la comitiva oficial. Palacio, que siempre era precavido, tenía una unidad

antimotines preparada y escondida que apareció de manera tan repentina como las piedras

y las pancartas que el pequeño grupo de resistentes desplegó. Las piedras se acabaron en

el segundo embate y las pancartas solo aguantaron de pie lo que las piernas de esas 17

personas tardaron en doblegarse. Los gases estaban ahogando a La Mulata, que buscó a

Ana Goldberg en un gesto reflejo provocado por las últimas semanas de convivencia. A

José Concepción un tolete metálico le golpeó la cabeza con tal violencia que la abrió

como un melón maduro para disponer. El presidente de Palacio habló luego, con una leve

marca en su frente, de acciones terroristas de grupos de antipatriotas deseosos del fracaso

de sus políticas y dispuestos a trancar el desarrollo tan merecido. Garantizó, eso sí, que

todo el peso del Estado y de la Ley caería sobre los responsables. Al final del

comunicado oficial y después de una extensa explicación de las heridas sufridas por los

agentes de la Policía se resumía en una frase el parte de víctimas entre los ‘agitadores’.

Si El Casto hubiera estado vivo hubiera aceptado la plata oficial sólo para poder

bebérsela y cagarse en los muertos que ataron a sus vivos. Hubiera chupado hasta el

amanecer durante cinco días seguidos y hubiera pagado trago ajeno hasta perder la

conciencia. Si El Casto viviera otra cosa sería. Quedaría memoria, tal vez… alguna de

sus décimas mal rimadas recordaría a los mártires en los días de quincena: La Mulata

(Soledad Almanza, que tenía nombre para morir), José Concepción Alauri, Feliciano de

Jesús Alape, Dora María Arauz y Ana Goldberg.


Algunos domingos, como muchas familias de la ciudad de diamante, el viudo de

Ana Goldberg y sus dos hijos van a la pradera con juegos mecánicos infantiles que el

Gigante construyó al lado de la descomunal pared gris que contiene las aguas. A

diferencia de las otras familias, estos tres fantasmas no vienen a almorzar ni a corretear

por la senda de observación ecológica. Con ayuda de los dos hijos mayores de La Mulata

limpian el monte que terco se empeña en enterrar las cinco crucecitas dobladas a 150

metros de donde ahora está la represa de la hidroeléctrica El Porvenir. Todavía está

clavado junto a ellas un cartel que pintó el más artista de la comunidad: “Aquí no yacen

terroristas”.


Paco Gómez Nadal. Desencuentos (De amor, muerte, resistencia y ron). Ed. El Desvelo. 2023

viernes, 24 de noviembre de 2023

PAISAJE CON HOMBRE FUMANDO EN UN BALCÓN




Todo empezó como empiezan las historias, por una casualidad o por un resbalón. En este

caso se combinaron los dos factores. La casualidad hizo que alquilaras un apartamento

desde el que podías ver sin mucha exposición el balcón interior que aliviaba la oscuridad

del mío. Un resbalón hizo que golpearas el marco de tu ventana con la contundencia de

un saco de cemento y que yo te pillara fisgando, husmeando mi humo, viendo mi perfil

no ensayado.

- ¿Te has hecho daño?

- No tranquilo, solo en mi dignidad

El sarcasmo y esa sonrisa de medio lado entre disculpadora y enmascaradora, y el

enrojecimiento de tus pómulos y tus hombros descubiertos y tu cuello interminable y el

timbre de tu voz y la comisura derecha de tu boca y la mano con la que sujetabas el codo

golpeado, de dedos alargados, de venas marcadas, de promesas y delirio enredados…

confieso que te deseé casi de inmediato. Claro, yo te dije luego que me había enamorado

de ti en el momento, pero debo ser sincero: te desee en el momento… lo demás no sé si

llegó a suceder, si solo quise que sucediera o si ahora lo niego en venganza.

No sospeché nunca de la importancia del balcón ni siquiera cuando aquella nefasta

decisión me hizo abandonarlo.

El hecho es que te deseé e hice lo imposible por trabar conversación contigo para así

dejar que mi imaginación jugara con tu blusa, que tuviera tiempo de visualizar tu ropa

interior –a estas alturas ya sabes que soy fetichista-, que pudiera decidir si te gustaba el

vino o el trago fuerte, si fumabas o no, si leías poesía o ensayo, si follabas rico o no.

Decidió mi imaginación, habituada a tomar la iniciativa por mi, que sólo bebías vino

tinto, que fumabas pero marihuana y exclusivamente en la noche, que hacía años que solo

comprabas ropa interior negra, que hacer el sexo contigo era una operación delicada y

firme en la que yo sería devorado respondiendo a tenues órdenes susurradas al oído y que

había sendos libros de poemas esperándote en la cocina, en el baño y al pie de la cama.

Cuando por fin te animaste a invitarme desde tu ventana a abandonar mi balcón y

tomar en tu casa un aguardiente de la vecina y malencarada república –ese que siempre

me ha dado arcadas- no presté atención al pequeño error de cálculo. Pero sí me empecé a

preocupar cuando pude ver tus bragas blancas de deportista sobresalir por encima del

pantalón suelto de colorines mientras te agachabas a apagar el televisor y me contabas

que la final de la enésima edición de Operación Triunfo te tenía enganchada al aparato

ese del que yo no tengo recuerdo.

Acababa de pasar la Semana Santa y yo creía que mi Vía Crucis particular se traducía

en la racha de fracasos amorosos sexuales que llevaba a cuestas. No me puse muy

exigente. Me seguía gustando tu cuello y tus labios seguían teniendo el efecto imán de

aquel primer resbalón. Así que seguimos encontrándonos a tomar “el aguardientico” (yo

que lo odio fingí como se finge en esa extraña fase inicial del escarceo en la que se niega

la evidencia con tal de no ser evidente). Otro trago. Un trago más hasta aquel día en que

me atreví a deslizar mi mano debajo de tu camiseta (nunca vestiste blusa). Tu no la

retiraste. Tampoco es que fueras muy activa: cerraste tus párpados como quién hecha el

cierre metálico al negocio diario y te dejaste hacer, abandonada a mi activismo sexual ya

desengrasado, torpe por instantes.

Ahora, armado de esta sed de venganza más dulce que cualquier anhelo de amor, te

confieso que me aburrí desde esa primera caricia y desde aquella primera noche en tu

cama. No fumabas marihuana –tampoco- y al pie de tu cama sólo había otra pantalla de

televisor en la que te empeñaste en sintonizar MTV –“para llevar el ritmo”, alcanzaste a

musitar-. De hecho fue lo único que dijiste. Ni órdenes susurradas ni un carajo. Sumisa,

entregada a una patética pasividad que no va ni con nuestro tiempo ni con mi esquiva

actitud de macho latino, mucho más tendente al disfrute mutuo que a tomar posesión del

terreno conquistado.

Pero.. bueno, como son las cosas, el juego duró un par de meses. Yo, en seguida,

evalué pros y contras y consideré que me convenía esta relación sin sal pero con

suficiente grasa como para mantenerme aceitadito, fácil, casi escurridizo a los

sentimientos. Tu no pedías mucho –solo que de vez en cuando siguiera saliendo a mi

balcón a fumar-. Yo no pedía nada, excepto una excusa para salir del hueco triste en

donde los espejos me devolvían una imagen grotesca, apenas humana, y dejar de aspirar

cada noche el humo de mi tristeza en ese balcón plagado de hormigas y tan enjuto que

debía acomodarme con medio cuerpo dentro de la sala.

¿Nos amamos? No creo, pero yo decidí hacer cambios en mi vida para responder

a la supuesta relación incipiente. Quería que te dieras cuenta de que detrás del pesimismo

crónico que destilaban mis palabras en las conversaciones que solían dormirte se

escondían unas ganas terribles de vivir, de tener razones para hacerlo.

Me corté el pelo porque de alguna manera esa melena desarreglada era reflejo de

mi alma y, ante todo, decidí dejar de fumar: un evidente gesto de amor para demostrarte

lo que me importabas, para dejar de colgarme de la ventana de tu habitación para aspirar

el humo en las postrimerías del sexo sin apestar tu apartamento.

Tu humor también cambió, la parca simpatía que destilabas conmigo se convirtió

en frialdad calculada, las cuatro caricias que de vez en cuando me regalabas en un

despiste desaparecieron del repertorio repetido cada noche. Tus caderas, habitualmente la

única de parte de tu cuerpo que jugaba conmigo, frenaron en seco para convertirte en

momia egipcia siendo arrasada por un pelón pesado.


***


Hasta hace una semana. Volví de ese viaje de trabajo cargando una estúpida muñeca de

trapo que pretendía regalarte y con un singani para ver si te apartaba de la nociva

influencia del aguardiente. No me abriste la puerta. Miré por la ventana de la cocina y me

pareció ver el apartamento vacío: de ti, de muebles, de vida. Le pregunté al cuidador del

edificio y me confirmó que te habías ido sin dejar la nueva dirección y sin ningún

mensaje.

Me senté en el área social, esa donde los niños se mean en la piscina y las madres

hablan con sus amantes aprovechando que el papá está follándose a Messi con la vista

delante del televisor. Abrí el singani y lo apuré con la calma del que no tiene otra cosa

que hacer que morir con la lentitud de los días.

Al llegar a mi apartamento encontré, deslizada bajo la puerta, la estacada final:

“Querido, la verdad, la mera verdad es que solo me excitabas cuando fumabas en

el balcón. Verte haciendo malabares con tu cuerpo y con el humo, imaginarte diferente a

lo que eres, pensarte pensando otras cosas que las boludeces que me has contado. Esa

renuncia a lo único que te hacía valioso, o quizá solo atractivo, para mi fue definitiva.

By”.

Busqué en el cajón de los escondidos, saqué un Piel Roja, me fui al balcón con mi

libreta de anotaciones y, encogido, garabateé:

“Qué extraño morir un poquito, un instante, como si fuera para siempre. Qué

desconcertante morir así estando vivo. Apuro la quietud para que me confirme el espacio

en el que soy. El humo quiere colarse todo en el laberinto que parezco ser. Cuando se le

prende fuego a este hilo todos los tejidos se hacen innecesarios. Desnudo de mi en esta

pequeña muerte, de pie en este balcón ya sin vistas, plagado de goteos y de enmohecidos

canales, no miro nada. Solo espero que el destino, ese que juega a ser esquivo, algún día

me reintegre este órgano cuyo tejido pavonea su necrosis para solaz de tus recuerdos. En

este instante solo tengo humo para cerrar este paréntesis”.

Ojalá que este incendio de cenizas prenda tu cama y tus miserias. Te amo en tu ausencia.



Paco Gómez Nadal. Desencuentos (De amor, muerte, resistencia y ron). Ed. El Desvelo. 2023

jueves, 23 de noviembre de 2023

MANIFIESTO DE LOS COLECTIVOS POÉTICOS VOCES DEL EXTREMO EN APOYO A LA REBELIÓN CIENTÍFICA CONTRA LA INACCIÓN CLIMÁTICA

 




 

Una concentración pacífica de científicos ante el Congreso de los Diputados el 6 de abril de 2022, en la que se llamó la atención sobre la inacción política ante los problemas climáticos vertiendo agua teñida de un líquido biodegradable que, aunque no provocó daño alguno, terminó con 15 de ellos imputados.

Esta acción de desobediencia civil científica coordinada por el colectivo Rebelión Científica estuvo secundada por otras que tuvieron lugar a la vez en más de 25 países como respuesta a la presentación pública del último Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático IPCC y su mensaje de urgencia: “Nos enfrentamos a una catástrofe inminente; estamos sobrepasando un punto de inflexión climático irreversible sin que los gobiernos estén actuando en consecuencia”.

El juicio contra estas personas está en fase de instrucción, pero lo que sabemos al respecto hace prever acusaciones graves que podrían acarrear penas con ingreso en prisión. Resulta paradójico: enfrentados como estamos al peligro existencial de una tragedia climática, instituciones del Estado que deberían dedicar sus esfuerzos a proteger a los ciudadanos y ciudadanas se dedican más bien a castigar con dureza las alertas que podrían conducir a un despertar social. Insistimos en que la protesta del 6-A fue exquisitamente no violenta y en la misma no se produjeron daños contra el edificio del Congreso de los Diputados. El objetivo era alertar sobre la extrema gravedad de la crisis climática, la cual nos encamina a gran velocidad hacia “una senda suicida para la humanidad”, en palabras del secretario general de la ONU.

Los científicos más eminentes del planeta consideran que ya no pueden limitarse a seguir documentando la catástrofe en curso y midiendo cómo se está cerrando la ventada para asegurar un futuro habitable, de ahí que se hayan movilizado y se estén movilizando con este tipo de acciones que no debe significar la criminalización de la ciencia en España o en el conjunto de los países europeos. La desobediencia civil de la comunidad científica es una forma muy efectiva de generar presión para promover la acción climática más urgente.

15 personas del colectivo Rebelión Científica España están actualmente imputadas y dependen del apoyo de toda la sociedad y de las instituciones científicas españolas para poder continuar exigiendo a todos los partidos políticos un compromiso claro contra la crisis climática en sus programas.

Por todo lo anterior, manifestamos nuestra solidaridad con las 15 personas arrestadas tras esa protesta climática, y pedimos, pensando en el bien común, que decaigan las acusaciones, así como el cierre de todos los procesos penales o sancionadores relacionados con estas acciones de legítima protesta social.

Aprobado por unanimidad por todos los colectivos poéticos que forman la comunidad de Voces del Extremo en España y Francia, y firmado por su coordinador, Antonio Orihuela.

 

Voces del Extremo Moguer

Voces del Extremo Bizkaia

Voces del Extremo Sevilla

Voces del Extremo Madrid

Voces del Extremo Barcelona

Voces del Extremo Logroño

Voces del Extremo Valle del Jerte

Voces del Extremo Candelario

Voces del Extremo Tenerife

Voces del Extremo Valencia

Voix de l´Extreme: Poesie y Culture France

 

Antonio Orihuela, coord.

Moguer, a 23 de noviembre de 2023

 

 

miércoles, 22 de noviembre de 2023

13 poemas de GAZA por LOS EXENTOS en LA ÚLTIMA CANANA DE PANCHO VILLA

 

GA

ZA

 

 

 

 

Los Exentos

 

LA ULTIMA CANANA DE PANCHO VILLA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Israel a la ONU:

dejadme matar

en paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bajo los escombros

y la destrucción provocada

 

agoniza

 

-no sabemos en qué idioma habla

solo que no debería estar ahí-

 

ese niño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se ejercita el hombre

en su crueldad

 

sin compasión.

 

¿Habrá algún Dios

que os perdone,

Israel?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En los hospitales de Gaza

corre más rápido

la muerte

que la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay quien llamó

a detener la barbarie

con más barbarie,

la muerte con más muerte.

 

Hasta que no quede nada.

Hasta que no quede nadie.

 

Ni siquiera

que dé fe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La paz quiere intentarlo.

Pero no la dejan

en paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Barricadas,

cohetes y misiles

de largo alcance…

 

Zancadillas políticas.

 

No permiten que pase

la esperanza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Herida de gravedad,

hace años la paz se recuperaba

en un hospital de Cisjordania

cuando fue bombardeado

cuando fue bombardeada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jamás deberían haberlo hecho, jamás

haberles incitado

a que lo hicieran.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ojo por ojo

y solo tenemos dos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La paz

encaja

o se rompe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llora la esperanza

arrodillada en el banco de una sinagoga,

en el suelo de una mezquita

 

implorando

 

que la dejen vivir

y cumplir con su palabra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y mataron en nombre de Dios.

Y mataron en nombre de la razón.

Y mataron en nombre de sus muertos.

Y mataron.

Y mataron.

 

Y mataron hasta

no dejar ni una vida

viva

que pudiera matar.

 

Y mataron

hasta morir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Podría ser yo:

el que muere,

el que mata.

 

Y no quiero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Años de humillación.

De sometimiento. De exterminio

minucioso y premeditado.

 

Semillas de odio

que alimentarán

el hambre de violencia

durante años y años

 

hasta saciarse.

 

Y ahora mata

porque te toca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La crueldad

nunca pensó

que se podía

ser tan cruel.

 

La ira nunca creyó

que llegaría tan lejos.

 

La muerte se asusta

de lo que lleva a la espalda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y desde aquí y desde allá

animaron a seguir, a no parar,

a devolver el golpe,

 

aunque al final todos acaben sonados

en este combate

interminable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muerta de miedo

 

la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hamás ha cometido crímenes de guerra.

Israel diez veces más.

 

No se puede aplaudir lo que hizo Hamás.

Lo de Israel, diez veces menos.

 

Odio por odio

y todos muertos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que abrir un corredor urgente

para que avance la paz.

 

Es cuestión de vida o

vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Condenamos sin paliativos los ataques perpetrados por Hamás en Israel. Hamás y otros grupos armados cometieron crímenes de guerra totalmente injustificables. Sus milicianos ejecutaron a civiles, secuestraron, tomaron rehenes, atacándoles directamente y lanzando indiscriminadamente miles de cohetes contra Israel.

 

Y también condenamos enérgicamente los ataques contra civiles en Gaza. En los últimos días, las bombas han golpeado Gaza sin descanso, han arrasado barrios y aniquilado a familias enteras. La asediada población civil de Gaza no puede escapar ni tiene dónde ponerse a salvo, debido al bloqueo ilegal que mantiene Israel.

 

Israel debe levantar el asedio impuesto sobre Gaza, restablecer el suministro de electricidad y agua y garantizar el acceso humanitario sin restricciones a la Franja. Sus fuerzas deben tomar todas las precauciones necesarias para minimizar los daños a la población civil y a bienes de carácter civil y poner fin a los ataques indiscriminados y desproporcionados. Debe desistir de su intención de forzar una evacuación masiva de la Franja obligando al desplazamiento forzoso de cientos de miles de personas.

 

Hamás y otros grupos armados deben acabar con sus ataques deliberados a civiles, el lanzamiento indiscriminado de cohetes y la toma de rehenes. Deben liberar a las personas civiles tomadas como rehenes de inmediato. El homicidio deliberado de civiles no puede justificarse en ninguna circunstancia.

 

 

(Extracto del comunicado de Amnistía Internacional del día 18 de octubre de 2023)

 

 

AÑO 2023 · NÚMERO 736