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jueves, 2 de octubre de 2025

Día 14.Excursus 5.




Estoy en la piscina del Oeste.

Estaba en la piscina del Oeste.

Estaré en la piscina del Oeste.

Rememoro

el pan blando y caliente,  barato,

0,5 céntimos,

en el supermercado de la diosa dueña del aire acondicionado congelante.

El pan es el corazón bombeando

agua,

harina,

sal,

un día barato en esta vida a ras,

un día hermoso de cielo  azul clorado y acera de cuadrícula pegajosa de chicle.

 

Paseas sin mirar

las construcciones,

las ventanas ,

las habitaciones ,

las casas –caja-cerilla,

las estanterías de madera no barnizada con barras de pan clasificados según el origen de la masa congelada.

Compras uno

Es muy mediodía y ves escaparates.

 

En la esquina está la mercería con su  mercancía para adultos y las etiquetas con  precios

en negro y tipografía Arial 36 para los miopes lectores de móviles.

 

No, no tengo fuerzas para ser una fresa.

 

Un chico que se pela en la barbería mira atento su reflejo en el espejo.

La barbería es la misma desde siempre.

El barbero se murió dentro.

No tenía hijos.

Se murió dentro. 

Creían que dormía en el sofá, que descansaba.

Y no descansaba.

Se murió dentro.

Él no necesitaba descansar porque amaba cortar el pelo y acariciar  con la navaja la piel.

Esa fue la sospecha.

No era ver un cuerpo tumbado.

Era el no verlo trabajar.

Se murió dentro.

 

El local se traspasó rápido y mantuvo la decoración.

 

El chico recién afeitado  se proyecta en el espejo.

Proyecta películas y series en el espejo.

Proyecta una vida que no sea una peluquería inamovible con sofás ataúd frente a un espejo.

 

No veo tu rostro en el espejo.

Pero creo que podría verlo.

Cerrar los ojos y verlo.

Saber que puedo besarlo.

Porque aún, a pesar de todo,

te amo.



Ágata Navalón. Piscina del Oeste. Ed. El sastre de Apollinaire, 2025

miércoles, 1 de octubre de 2025

3 poemas de PISCINA DEL OESTE de ÁGATA NAVALÓN




 Día 2

Estoy en la piscina del Oeste

y  los chicos color madera roble toman un helado.

Son tres,

tres,

tres chicos que muestran cuerpos y helados,

cabello negro y brillante, líquido.

Tres, mirando el agua del cielo y el agua de la tierra.

Uno de ellos se ha depilado.

Bellos, miran.

Bellos los miro.

Estamos los cuatro mirando los ángulos de esta piscina del Oeste.

El mar gigante apresado en una finca cuadrada cavada hacia adentro.

La laguna rectangular de colores con cascadas de hundimientos de parques artificiales.

El arroyo que dibujaron con el camino de maderas agarrado a los árboles altos que son casas donde esconderse de las ratas.

Tú podrías ser uno de estos chicos si vinieras,

si dejaras que el sol te quemara frente a los nadadores de las dos calles limitadas.

Hacen flexiones, se estiran como niños en  cunas blancas,

luchan  aquí en la piscina del Oeste por salvarse

de la invisibilidad del sueldo, que no cae en los monederos de cierre metálico,

de las estrías untadas de crema y la carne caída,

pelean por ser bellos,

como los tres chicos color madera roble y los helados y el pelo líquido.

 

Estoy aquí en la piscina del Oeste,

inundada de la saliva que se le escapa a todo el mundo que está dentro de la piscina.

Saliva que va de la boca a las yemas,

de las yemas a los labios acariciados.

El agua  no  se seca, no seca tampoco tu saliva.

 La saliva se te mete dentro, nunca se va.

 

Y sé que no estás,

que te amo,

y que sigo aquí en la piscina del Oeste.




Día 3

 

Estoy aquí en la piscina del Oeste

y  afuera está el obrero que vigila la obra,

8 horas, 6 días.

Los hombres reforman un supermercado,

colocaron el piso de cemento pulido, sin la cera, al principio.

Los ventiladores soplan en la noche,

los obreros bucean en sus móviles,

los obreros conducen toros mecánicos,

los obreros se  llevan estanterías, piensos de reciclaje y  máquinas de hacer zumo,

hablan lenguas babélicas,

toman café  en el bar que da fútbol gratis y buena comida latina,

cafés en tazas pequeñas.

Se escucha español fragmentado.

Los obreros en la siesta.

 Tumbados, enajenados, agotados,  soñando  siestean.

Y yo  continúo en la piscina del Oeste

sabiendo que te amo.

 

 

Día 4

 

Estoy en la piscina del Oeste

y el fuego ha invadido la tierra hace días.

Arrasó

la ciudad,

los edificios de la periferia,

las viviendas azules y amarillas,

las calles con nombres artísticos,

los hombres sin mujeres jugando en los soportales

a un parchís extraño sobre cajas de fruta,

bebiendo zumo en tetrabricks,

riendo con los dados.

 

Continúa esta  lumbre  que  entra por las ventanas abiertas hasta los pisos de arriba.

Sube

como las cucarachas voladoras,

como las ratas en los árboles del parque escalando verticales, escondidas de los niños.

 

Nadie la salva, la lumbre, el calor, el calor.

Ni siquiera la Ciudad Vella con sus turistas y sus apartamentos perfectos,

gentrificados,

y  las vidas  de calendario

de verano,

de tres meses,

de 6 meses,

de 1 año,

gentrificadas,

con las bicis eléctricas

alquiladas,

en los carriles de asfalto

gentrificados,

parking de tres euros, tres usos, 30 minutos,

30 horas,

la eternidad.

La eternidad de una mujer sabiendo que no será acariciada en la ubicación elegida.

 

El fuego arrasa

y nos bañamos  en la piscina del Oeste.

Los bebés se acurrucan entre los pechos de las madres,

madres como yo era,

como yo fui,

fui madre sin pechos,

mas ellas sí tienen pechos y leche y sombras de copa A,B, C, D.

 

Toda esta ciudad ha tenido pechos alguna vez,

un pecho del que resguardarse del fuego de la tierra.

 

Otra opción es  alquilar online la zona vip con sombrillas y hamacas.

 

Hay más opciones,

algunas más.

 

Está la de  quedarse en la piscina del Oeste junto a mi pecho

 incapaz de amamantar, 

de  dar sombra y  aguantar el fuego.

 

Otros procedimientos de supervivencia son:

 

Los paseos de

las mujeres de pelo blanco en las mañanas con niño de la mano y perro.

 

Los paseos de

los hombres encorvados buscadores de fresco, con camisas desabrochadas y pantalones de

tergal.

 

El abrir y cerrar la puerta

del guardián de la obra del supermercado, que se asoma a esperar el fuego.

 

El sentarse en el banco del lado de la sombra y apuntar los ejercicios aprendidos de los habitantes de los balcones.

 

El agarrarse  a un hombre fuerte para no caer del monopatín eléctrico, atravesando  el parque.

 

El colocar la silla de camping bajo el árbol del solar con el panel anunciador de edificios ondulantes como el agua cuando se la empuja.

 

El soplo del amante hastiado que lame un cuello seco y salado.

 

Estamos todos esperando, aguantando el fuego,

en el centro de esta piscina,

Piscina del Oeste.

Y sé,

aún sé,

que te amo.

 

 


Ágata Navalón. Piscina del Oeste. Ed. El sastre de Apollinaire, 2025

martes, 30 de septiembre de 2025

Día 12

 


 

Estoy en la piscina del Oeste.

Una mujer anciana busca en el neceser

productos descatalogados que extiende sobre la piel surcada de pecas y manchas.

Se echa una loción en su pelo rizado.

 

Debería  hacer ese tipo de cosas,

rebuscar en neceseres y cuidar mi piel,

mojar mi cabello débil y perfumarlo,

arrasar con su cloro,

amarlo.

 

Saca ahora  unas medias de cristal transparente y se las pone con sus manos temblorosas,

las acaricia cuidadosa para que sus uñas lila no las rompan.

Las sube, evita tirones.

La medias ascienden y van cubriendo varices,

ramas venosas que tatúan la piel de una senectud bálsamo,

recuerdos de un hombre besando, mordiendo muslos, apretando un vientre,

cabellos acariciando rodillas, sustitutos de  medias cristal.

 

Cerramos ambas los ojos.

No hablamos.

Sentimos que somos únicas.

Sentimos que hay vida y que está  dentro de  nosotras.

Sentimos que conociendo los prospectos de belleza impresos dominaremos este recinto.

 

Ella nada.

Nunca dice palabras.

Levanta la cabeza con movimientos de cronómetro.

 

Por primera vez he imaginado una vida diferente.

La de esa mujer que habla con sus yemas acariciadoras de sí misma,

conocedora del juego del solitario,

conocedora de  cómo colocar las cartas en columnas inferiores,

de manera descendente y alternando colores o tréboles.

Piensa en el orden.

Sustituye  las  manos del amado por las suyas,

piensa en el sabor del recuerdo de un hombre

como el mío,

al que creo que amo,

aún amo.

 


Ágata Navalón. Piscina del Oeste. Ed. El sastre de Apollinaire, 2025

lunes, 29 de septiembre de 2025

PALABRAS




 

Ojalá unas palabras sirvieran

para cambiar algo

alguna conciencia,

llegaran a algún destino.

 

Palabras como vileza, crueldad, atropello,

y que algunos las entendieran por fin,

que les hicieran parar

parar parar parar palabras

como masacre o, genocidio,

 

 

Pero qué pueden hacer unas palabras

que no consiguieron ya hacer las imágenes más tristes:

los pies descalzos de niños que huyen de la muerte dejando atrás el hogar,

las caravanas desvalidas de una diáspora,

La desesperación tras los bombardeos.

 

 

¿Qué pueden hacer las palabras que no hiciera ya la sola experiencia de ser padre, de ser tía,

de saberse hija o amigo?

 

 

Ojalá sirvieran unas frases como

se está repitiendo el holocausto

ante nuestros ojos o  aquí estamos

viéndolo en el televisor.

 

Pero no sirven las palabras, no sirven para parar parar todo este horror

 

 

Aún así las diremos,

las palabras,

las seguiremos diciendo;

tendrán que oírlas,

palabras como Palestina libre,

Israel genocida;

frases como exigimos a nuestros gobiernos …..el cierre de embajadas, o el fin de comercio de armas.

 

Palabras que serán molestas, que serán obstáculos, que señalarán lo que quedó impune

 

Las seguiremos diciendo y ojalá las palabras

algún día… tal vez….

Ojalá …… ya no sean necesarias

 


Enna Villarroya. inédito.