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miércoles, 27 de octubre de 2010

LA REVOLUCIÓN LIBERTARIA (II)





En cuanto al reproche de utopismo, nos permitimos señalar que cuando la realidad fáctica se compone, como en el mundo actual, de monstruos abstractos como el capital, el Estado o el mercado, el proyecto utópico es lo único realmente concreto. La opción utópica debe entenderse hoy como la única respuesta coherente a la irracionalidad, la alienación y el miedo generados por la hegemonía casi absoluta ejercida por el sistema. En última instancia, constituye un acto de defensa frente a unas condiciones de vida cada vez más inhumanas y brutales. Lo único concreto son las necesidades de la gente, que en la sociedad de consumo del capitalismo tardío son esencialmente ingnoradas o satisfechas de forma manipulada y deformada. Quien, por las razones que sea, no siente la necesidad de transformar de arriba abajo el mundo en que vivimos y prefiere agarrarse desesperadamente a lo existente aquí y ahora como la única opción posible, no hace más que demostrar su estado de alienación, su extravío y su autonegación. Renunciar a la utopía no significa otra cosa que elegir la muerte interior, o lo que es lo mismo: aceptar la civilización tanática elegida por el capitalismo global. El sistema burgués-capitalista privatiza la capacidad de las personas, con la consecuencia de que éstas piensan y obran separadas de la totalidad social. ESta interiorización del descontento real o potencial constituye una forma de la autonegación, ya que significa que el individuo está dispuesto a vivir como siervo del superego capitalista. Precisamente en el actual estadio de la historia universal se confirma una vez más lo que constataron hace ya varias décadas Adorno y Horkheimer: La historia de la civilización es la historia de la introversión de la víctima. Con otras palabras: la historia de la renuncia.

Heleno Saña. La revolución libertaria. Editorial Laetoli. 2010.

3 comentarios:

  1. No podría estar más de acuerdo con estas palabras.

    Un beso, Antonio.

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  2. Me parece extraordinaria esta aseveración. Pero , ¿qué hacemos con el egoismo, la envidia y la insaciable sed de poder que tiene el ser humano? Se me antoja que estos elementos son más difíciles de erradicar en una organización social que la liberación de esa ingente renuncia.

    Un abrazo.

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  3. Siguiendo la línea argumental de Heleno Saña te diré que el egoismo, la envidia y la sed de poder están en nosotros con las mismas posibilidades que la generosidad, la solidaridad o el altruísmo y que es la trama social la que hace que se potencien unas cualidades u otras... Las que el capitalismo promociona y defiende como valiosas y dignas de imitarse están claras, tu las nombras, entre otras, Pablo; pero en una trama social que propugnara otros valores y esos valores tuvieran un reflejo material y unas recompensas simbólicas a su altura, creo que palabras como egoismo, envidia o poder nos parecerían tan ridículas como hoy nos parecen palabras como generosidad, altruismo o compañerismo... Basta mirar hacia atrás para ver que desde luego, como especie, no hubiéramos llegado hasta aquí si los valores que nos hubieran movido hubieran sido el egoísmo, la envida o el poder...

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