En los días julianos de 1977... aparecieron en plenas Jornadas Libertarias unas octavillas... bellamente ilustradas y con un perfume de violetas... eran repartidas por un francés que besaba a quienes las recogían. En ellas se hablaba de falansterios, de comunidades, de guerrilleros del amor y de varias formas de desobediencia... aquel verano del setenta y siete... entre cúpulas geodésicas, ácidos y música electrificada, no eran más que una de las formas clásicas del anarquismo de todos los tiempos. La comuna era una de las formas genuínas del más puro anarcosindalismo francés, español y americano... como forma de vida permenente, comunitaria... Nuestros abuelos habían sido nudistas, vegetarianos, esperantistas, idistas y habían vivido en grupo, trabajado la tierra, mucho antes de formar las colectivizaciones de la revolución...
Dolors Marin. Anarquistas: un siglo de movimiento libertario en España. Ariel. Madrid, 2010.
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