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martes, 13 de septiembre de 2011

LO DE SIEMPRE





Hay una manera de escribir que busca, no encuentra
más que por accidente o por gracia, y sigue buscando.
Christian Bobin



Y sin embargo uno prefiere no arreglar lo que se rompe.

Llevo 30 años atándome los cordones
y follando más de lo estrictamente necesario
mientras busco algo que no sé dónde coño anda.

Busco las llaves del coche,
un cd que no sé dónde está, el libro,
el otro calcetín a rayas,
busco en el caos y en el desorden de mi armario,
en los cajones, en los bolsillos del abrigo.
Pierdo monedas, lápices, papelitos con cosas apuntadas.
Me pierdo a mí mismo
en los pasillos de algunos hospitales, en los hoteles.

Tal vez por eso escribo,
para encontrar lo que busco o para enumerar
todo eso que voy perdiendo
y que no se me olvide,
para poder mirar atrás de vez en cuando
y distinguir lo que ahora soy de lo de antes.
Me gustaría pensar que escribo para llegar más allá
de la gramática y de los cuerpos
de aquellos que se montan conmigo en un vagón de metro.
Que escribo para atravesar paredes,
para darme la vuelta y ver lo que tengo detrás
que tanto me molesta,
que se me clava en la espalda por las noches
como se me clava el iPod cuando me quedo dormido escuchando música.

Pero llega un momento en que toda tu vida
pasa por ese “qué voy a hacer yo ahora”
tan distinto de follar o de atarse los cordones.

La necesidad de alcohol es como la necesidad de sexo, de carne,
de filetes de pollo o de empanadas de atún.
Un alimento, las vitaminas que te receta el médico
y que te dan en la farmacia en botes de color naranja.

El tiempo.

Ese patio interior que nos separa
de un niño salido y con granos que se hace pajas
mientras espía a la vecina de enfrente tender la ropa.

Uno ya no puede bajarse los pantalones con tanta rapidez.
Desabrocharse el cinturón y entrar en un dormitorio a toda prisa
con las luces apagadas.
Entrar, penetrar, introducirse en.
Hay que pensar un poco, decirse para qué, por qué,
qué es lo que quiero, lo que busco.
Los niños no se preguntan estas cosas,
se sacan los mocos y los pegan debajo del pupitre,
se tiran de los pelos, le suben la falda a la tía buena de la clase
y mean en la calle, en cualquier lugar.

Pero de pronto llega un día
en que eres capaz de apagar el despertador a la primera.

Te afeitas, compras el periódico, vas al trabajo,
haces un montón de cosas por las que tu empresa
te paga mil y pico euros al mes.
Contestas al móvil, asistes a reuniones,
rellenas tablas, sumas, restas, multiplicas.
Tienes que llegar al presupuesto.
Has ido a la universidad, tienes títulos, diplomas,
palmaditas en la espalda,
te has esforzado tanto para llegar aquí.

Lo de leer libros y escribir gilipolleces sólo son cosas de críos,
mocosos que no van a llegar a nada en la puta vida.

Y qué difícil es reconocer que uno sigue siendo un crío,
un manojo de nervios
y de cosas tiradas por el suelo, c
alcetines, libros, fotografías, tickets de Zara.
Qué difícil es ir a las reuniones de vecinos y decir
“presente” o “tengo goteras en el cuarto de baño, joder”,
qué difícil es ir al banco y abrir una cuenta a plazo fijo
o levantarse pronto los fines de semana
para hacer las tareas domésticas,
la lejía, el suavizante,
lavar esto, fregar aquí, sacarle brillo a la encimera.
Programar una lavadora es algo
que te obliga a crecer 15 años de repente,
pero tienes que hacerlo.
Tienes que sobrevivir. Hacerte un hombre.

Nacer. Crecer. Emborracharse. Falso orden que disimula el caos,
vida profunda en la que toco el agua terrible con la punta del pie.





Manuel del Barrio Donaire ¿por qué hay un plato que gira dentro del microondas? Ediciones Liliputienses. Cáceres, 2011.

Más información sobre el autor y sus poemas en: www.delalinearectadelmarcodelapuerta.blogspot.com

La foto, como siempre, del ojo más paciente y agudo de toda la galaxia extrema: Juan Sánchez Amorós.

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