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domingo, 14 de abril de 2013

A MI ME LAS COSÍA MI MADRE








A mí me las cosía mi madre llorando
sorbiéndose las lágrimas hijo nos vas a buscar la ruina
decía como poniéndole sordina a aquella vieja máquina
incapaz de acallar el delito en tiempos
de barbarie y de ignominia.
Si ella no podía me encerraba en mi cuarto
y disponía la tela sobre la cama
con cierta emoción urdía con pegamento
los tres colores que nos quitaban los sueños.
El rojo y el amarillo se podían comprar juntos
sin levantar sospechas alguna camarada
preferiblemente y en algún gran almacén.
El morado siempre aparte y en sitio distinto
ya hubo quien alertó a la policía al advertir
en los tres colores las intenciones del comprador.
Era la combinación de color perseguida
la que abanderaba la esperanza latente
en muchos corazones y la que señalaba con el dedo
el alcance de lo que se preparaba para después.
Cuarenta años cuánto tiempo ya y qué lejos
y qué cerca todo. Un abogado amigo
recurría multas y denuncias o se interesaba
por los detenidos. Nunca preguntó nunca cobró
nada. Cuánta renuncia cuántos falsos pretextos
cuánto engaño entonces. ¿Y ahora? Y ahora callan
o disimulan yo no fui sin el menor arrepentimiento.
Al bueno de Miguel siempre le tocaba a él
le partieron en la cabeza los palos de las pancartas.
El servicio de orden un 1 de Mayo en Luis Montoto
nos expulsó de la manifestación gritando provocadores
le raparon la cabeza y  le echaron diez puntos de sutura
en el puesto de la Cruz Roja. Alguien nos envenenaba
y nos dividía. Una moda había puesto a la cabeza
a dos niños -que tierno- con una banderita a cada lado
la rojigualda y la blanquiverde.
La bandera más subversiva no cabía. 
Algunos mayores se acercaban y la besaban
ondeando entre el miedo salida del polvo y el olvido.
A mí me las hacía mi madre pero ya no está.
Hazla con tus propias manos
a trozos día a día a empujones con risas
con lágrimas con abrazos con amor. Con todo.
Que no nos la vendan cortada y planchada
en el Corte Inglés.


Antonio Rodríguez Alarcón

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