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viernes, 26 de abril de 2013

ADÁN






Eran seis:
cuatro tíos y dos tías.
El mayor tenía veintiún años.
Se habían puesto de todo, todos,
menos de pie:
pastis, farlopa, especial k…
Dije todos. Todos no. Beacon no.
Yo solo bebo, decía.

Yo estaba con ellos, como ellos,
enjabonado, uno más,
en la terraza de La Fabrika,
la discoteca de funk, dance y hip
hop, un domingo de octubre,
a eso del mediodía.

Qué, poeta, ¿nos metemos una de speeed?

Me lo preguntó uno de los chavalitos,
uno que llevaba un piercing en el labio,
uno que no recuerdo ahora mismo cómo
se llamaba porque supongo que ya sabrás
que el consumo ocasional de MDMA
produce pérdida de memoria reciente.

Sacó la cartera, una tarjeta, la bolsita
con el material y preparó siete rayas.

La tía que estaba sentada a mi lado,
y de la que tampoco recuerdo el nombre
porque imagino que también estarás informado
que el consumo prolongado de éxtasis
provoca daños irreparables en el cerebro,
bueno, pues la tía esa, digo,
en un arrebato de sinceridad, va y dice:

¡Pero qué guapo eres, tío!

No lo decía por mí, sin embargo. No.

Yo tengo
treinta y ocho años. A los veintiuno
estaba en la cárcel.


David González

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