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jueves, 4 de abril de 2013

CÁNTICO ESPIRITUAL



Al que engendra tinieblas, anatema. Al que hace de la conformidad modo
y destino, ceremonial y lema, anatema. Al que ambiciona acomodo,
cargo, oficio, alabanza, recompensa, anatema. Al que instala en lo pasado
lo futuro, anatema. A aquél que piensa que la esperanza habita en lo adecuado,
anatema. Anatema al que vacila, al que rehuye la lucha, al que abjura
de sí mismo aunque en sí mismo se exila.Anatema al que honra su impostura.

Al que se rinde a un coño conocido, a un dueño público y notorio, a un sueño
doméstico, anatema. Al que ha sufrido en silencio el metódico despeño
de los días iguales y las horas iguales, anatema. Al que adultera
la inteligencia con encendedoras tretas decorativas; al que espera
convertir en belleza y en poesía la deforme eficacia de unos pechos
maduros o la tibia ortografía que la lengua dibuja en los repechos
humedísimos de un muslo, anatema. Al imbécil que ve un enigma ilícito,
un bosque, un río dulce, una diadema líquida e incandescente, en lo hondo explícito

de unas piernas abiertas, anatema. Al que alardea de sentimental
y descarga contra el mundo la flema podrida de una experiencia banal,
anatema. Al apóstol de sí mismo, al misionero de la salvación
propia, al que se ejercita en el autismo estético y en la condenación
de los quebrantamientos literarios, anatema. Anatema al que aconseja
un lenguaje de vicios solitarios, y el modo de la lástima y la queja.

Al tolerante con la intolerancia. Al que es juez de la parte que le toca.
Al fingidor. Al reo de su infancia de clase media. Al que cierra la boca
para que no entren moscas. Al cobarde retractado de sus creencias, al necio
que por lanzar urbi et orbi un mar de sucias miasmas líricas pone precio,
anatema. Al que no esgrime su voz —de poeta o de albañil o de amante esposo
o ama de casa— como una alta hoz templada que ajusticie al poderoso,

anatema. A la víctima, al apático, al indigente, al perseguido por
perros o por guardias, al lunático, a los que no dan la cara al terror
libremente aceptado, al prostituido, al poeta que no muere por la boca,
anatema. Anatema al engreído que para su dolor clemencia invoca
a gritos por los templos enfangados de fe, píamente en los urinarios
sórdidos de todos los negociados, y anatema a sus correligionarios.

Al de corazón sin mancha, anatema. Al virginal autobenefactor.
Al perito de su luna. Anatema al que teme asomarse al exterior.
Al fiel de su balanza, al que es el tema de su loco, anatema. Al que probó
su propia medicina. Anatema al que a mí se asemeja, al que soy yo.
No al humillador sino al humillado. No al que decreta sino al que transige.
No al creador. Anatema a lo creado que no mutila el dedo que lo rige.

Francisco Domene. En Antología andaluza en libertad, 2001.

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