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sábado, 25 de mayo de 2013

LA ISLA DE LAS RETAMAS (IV)





El tío Timoné predice el destino


Cuando los cocosabios tanteen el terreno y se alejen de la Isla con sus potentes motoras, vendrán los hombres-corbata con papeles trampas en las manos y os embaucarán con palabras delicadas y le estamparéis vuestras huellas dactilares en sus blancos e inmaculados papeles.
Un mandamás relevará a otro mandamás y todos mandarán ahogar la magia de la Isla en cemento. Son embajadores de la destrucción adiestrados en la maquinaria del poder.
El atardecer en la Isla es como una filtración de luz a través de las grietas del océano. Estoy sentado en el patio de poniente ensimismado con el colorido del sol en su puesta. Los perros ladran a las primeras oscuridades que toman forma al fondo del retamar. Dejo volar el tiempo, la casa está a oscuras rodeada por el vaporoso calor húmedo del desierto de arena que la protege. En la lejanía de poniente en el bosque colorido de adelfas, una garza consuela mi soledad autista. Otra entona una llamada de alerta.
Las garzas surcan el infinito en los atardeceres de la Isla, poblando el aire de miniaturas de besos proscritos. Rodeando con sus pacientes vuelos las arterias febriles de las marismas. El vuelo de las garzas, siglos de silencio, desorden de notas indeterminadas. Juncos cimbreantes de las corrientes mareales. Ocultación  natural  ante  los movimientos  peligrosos  de  los cazadores furtivos. Frutas  filtradas en el agua. Epidermis impúber de las flores prematuras. Las garzas inundan de cantos ocultos el cielo de la Isla.

Te adoro
zancuda de cerebro infinito
ilimitado
le enseñaste a los hombres la escritura
a distinguir las vetas de agua
las direcciones de los vientos
las corrientes mareales
limitada duermes en los siglos de los museos
plumas piedras
tambores ocultos
lengua atrapada en encuentros proclives al silencio
qué poco ha aprendido la humanidad de tu vuelo.

Se me ponen los vellos de punta y el corazón me tirita bajo la blusa, cuando señó Pepe Lanega eleva la voz y levanta los brazos, bajo el arco frenético de la palabra.
- Con setenta y dos campanadas de hambre que ha padecido mi estómago baldío para levantar estos muros y ahora pretenden expulsarnos de la Isla, como si fuéramos perros de esterqueras. Se me ponen los vellos de punta y el corazón me tirita bajo la blusa y de rabia hago hoyos en la tierra y no dejaré de escarbar hasta que no pisotee las raíces malignas que han permitido la expropiación de la Isla.
Máquinas excavadoras devoradoras de sueños. Parad, parad, parad... silenciad el maldito ruido de las máquinas devoradoras de sueños. Parad, parad, parad, bichos mecánicos dirigidos por corazones inhumanos. Estáis acabando, destruyendo los nervios vitales del mapa de la Isla. Mi rostro en el espejo, no miréis mi rostro en el espejo, no miréis la muerte en el espejo. El mapa  es una grieta herida, un pájaro sin alas. No es suficiente el grito del verso para ellos, para ellos que viven sin rostro, corazones mecánicos sin rostro, el verso para ellos, es el güisqui de los prostíbulos, el orín de los frenopáticos.
Detrás de aquellos armatostes de cemento debe de estar el mar infinito. La civilización es una gran boca tragaespaciosnaturales, tragasueñospoéticos. Los asesinos de la Isla son aclamados en los púlpitos. La conspiración pública ahoga la respiración del planeta. Gritos sordos sin respuesta, nadie mira hacia el infinito. Perfectas placas de cemento armado, son vuestras cabezas ególatras de la especulación y el desastre .
Las raíces que sostienen a mis pies, se alimentan del ecosistema de la Isla. A la deriva iré, sin raíces que sostengan a mis pies.
Si tienen que desalojarle, que lo saquen muerto, o que las serpientes de agua se lo traguen como si fuera un pájaro de las retamas. La Isla es agua y todo lo que pertenece a ella, terminará disolviéndose en agua. El sueño de la Isla es dormir encharcada de pies a cabeza en el vientre de una patera.
Ni el presidente del gobierno se limpia el culo con flores de retamas.
Ella era la princesa que esperábamos. Desde pequeño ya andábamos saltando por los cabezos de la costa con una espada al cinto que nos hacía el tío Fantasioso para entrar en batalla con los invasores. La Isla la considerábamos nuestra y la defendíamos hasta enloquecer. A veces avanzábamos desde los cabezos a la pleamar y luchábamos a muerte contra los desalmados invasores. Otras veces nos alejábamos del fregado y soñábamos con una princesa que brotaba del mar como los espárragos de las retamas, ataviada con un vestido transparente de algas. Pero lo que jamás hubiésemos imaginado es que de un barco y después transportada en una zodiac llegaría la princesa sirena a la Isla, que cada vez era menos nuestra y más de ellos, a luchar contra los invasores. A estas alturas ni las princesas del agua son como las de antes.
La garza gris con la moña blanca, tiroteada en las marismas de la Mojarra, se despluma en su quejosa y herida huida. Un sudor frío me ha atravesado fugaz el lagrimal del ojo izquierdo y he invocado a todos los dioses de las marismas para que acechen al furtivo en los últimos fornecos de los caños.


Eladio Orta. La isla de las retamas. Ed. Baile del Sol, 2013


   

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