Queremos empezar
estas notas llamando la atención sobre la importancia del lenguaje en el
capitalismo global como mecanismo ideológico de disciplinamiento y
consentimiento, dispositivo inhibitorio de resistencias y movilizaciones de los
sujetos.
El lenguaje ni
es neutro ni es nuestro, pertenece al nuevo orden del capitalismo neoliberal y
también con él se lucha contra los trabajadores, contra los explotados y los
ninguneados. Produce y reproduce ideología, nos incorpora a modelos
interpretativos que nada tienen que ver con la situación de los oprimidos sino
que se derivan directamente de las doctrinas del discurso dominante. El
prometido paraíso de lo privado y lo asocial ha borrado cualquier atisbo de
identidad colectiva desde la que se pudiera saltar al cuestionamiento de los
órdenes (social, político, económico);
desaparecieron la clase, el proletariado, las condiciones objetivas,
todo ha sido esterilizado, reducido al
silencio de unas mayorías construidas mediáticamente para que sean habladas,
articuladas y representadas. Su presencia total en lo virtual es una ausencia
absoluta en lo real. Bombardeo de signos, estímulos luminosos o lingüísticos no
tienen por objeto producir información, facilitar la comunicación y el
entendimiento de lo que pasa, al contrario, su objetivo último es producir más
masa, más mayorías silenciosas, implosivas, absortas, banales, apolíticas,
neutralizadas, inertes e impermeables a imaginar siquiera el cambio social. Toda
la energía de los lenguajes se consume en mantener esa simulación social, esa
fascinación, en producir sentido para esas mayorías silenciosas que en ellos se
reconocen y que, gracias a su transparencia absoluta, también pueden generar la
fantasía de que es desde ellos desde donde es posible la segregación, la
individualización, la propia negación del individuo masa cosificado que está en
la naturaleza de esos lenguajes.
¿Hablarán alguna
vez estas mayorías silenciosas desde una lengua que corresponda a un imaginario
aún por pensar?¿Volverá a moldearse desde ellas el sujeto de un nuevo ciclo
histórico? Al menos tenemos la certeza de que al igual que son
irrepresentables, se resisten a ser representadas. Al ser habladas en todos los
lenguajes nadie se ha tomado nunca la molestia de saber si es capaz de hablar
en el suyo propio. Pero hay más, hablar en el suyo propio sería tanto como
negarse, asignarse en ese hablar una identidad de la que se podrían derivar
propuestas, programas, alternativas, preguntas y, en definitiva, pasar a ocupar
un lugar en los cálculos políticos y las relaciones de fuerza ya fijadas; y más
aún, tener que traducir ideas y prácticas al modelo dominante para que éstas
puedan ser admitidas y por tanto, volverse gobernables. Peligro absoluto cuando
en esa misma traducción conceptual se pierden los vectores que animaban y dan
fuerza a las luchas y los imaginarios, porque con la ilusión de la identidad que, a modo de trampantojo
esconde en realidad una hegemonía cultural que a su vez lo que hace es esconder
una forma de violencia, aunque sea simbólica, sustraemos del debate su piedra
angular: la lucha de clases como motor de la historia, que ni se arrancó una
buena mañana ni se ha detenido tras la celebración de algunos congresos de
historiadores que han certificado su prematura defunción; pero el caso es que
esta ilusión por configurar una genealogía del nosotros antes de activar lo que
somos es también una huída del ahora mismo, naufragando cada vez en el
proyecto de una clase siempre en pugna por componer el mundo a su imagen y
semejanza. Negarse en identidad es el desafío al que queremos contribuir con
estos textos que lejos de pretender restaurar un modelo de convivencia social
quisiera dinamitarlo.
Una segunda
magnitud se cierra en torno al concepto que viene dado de forma absoluta en lo natural
por lo histórico, como un gen inalienable y que como tal es recogido, afirmado,
afianzado y mistificado por una historiografía burguesa que, entre otras cosas,
vive de él. Es decir, que al invadir todo el pasado (y todo el porvenir) con la
misma estructura del presente, la burguesía toma posesión en nombre de su clase
social de toda la historia humana hasta naturalizarla como la única posible,
por eso es absurdo buscar en el pasado las causas del presente, porque el
pasado se ha vuelto presentista, si vamos a él lo que encontramos es una
repetición del presente. El tiempo histórico se ha vuelto inofensivo, es más,
se puede producir y consumir como coartada histórica, es decir, como naturaleza
pura y con él, los valores de la sociedad burguesa se despliegan como constantes a través de los tiempos. Pero
la concepción de lo natural es un concepto vacío para otras hermenéuticas, una
figura retórica que tenemos que aprender a vaciar para dar sentido y coherencia
a nuestra propia experiencia y autonomía del pensar.
Si aceptamos que
los dueños de los medios de producir la vida, también serán los propietarios
del modo de producir las ideas, lo sentimientos, las conductas y en definitiva,
el sentido del mundo, tendremos también que hacer nuestro el objetivo de hacer
visibles algunas de estas estructuras discursivas, representacionales y
cognitivas que atraviesan el modelo interpretativo dominante que genera lo que
llamamos Realidad, mostrar que también con el lenguaje y desde el lenguaje se
sigue dando la más encarnizada de las batallas de la guerra de clases en pro de
nuestra definitiva domesticación.
Es desde una
hermenéutica libertaria, y sin mediaciones del campo conceptual, desde la que
pretendemos indagar en aspectos harto polémicos, pues cada uno se nos ha dado ya expresado en
una mitografía que no reconocemos. ¿Es posible combatir la mitografía del
capitalismo neoliberal para dar lugar a otros relatos antagónicos o bien toda
mitografía no es más que la mitografía construida por la historiografía
burguesa?
Frente a la ilusión del positivismo de construir una teoría unificada
que, en realidad, lo que esconde bajo su aclamado empirismo no es más que una
forma otra de ocultar los principios de selección más o menos inconscientes por
los que se rige, defenderemos aquí, como lo propio de una epistemología
libertaria, el conectar una serie de materiales y reflexiones que no vienen a
cerrar nada sino a plantear la posibilidad de que, entre todos, tratemos de desbrozar
estas y otras incógnitas, acaso incluso más relevantes para nuestra
construcción, resistencia y emancipación del modelo dominante de la realidad.
Y esto sin dejar de ser conscientes, como reconocía Barthes, que todo,
desde lo que vemos a lo que juzgamos,
pasando por nuestros sueños, está maldito, enredado en una ideología nociva que
muestra y excluye, que dictamina el sentido de lo normal y lo desviado. Todo
está, como dice la razón común, echado a perder, y no hay más tabla de
salvación que tratar de leer los signos. Desde las cotizaciones en bolsa hasta
nuestro sistema judicial o las formas de las calles tienen un significado ya
dado pero también guardan, para quienes lo sepan leer y se atrevan a hablar de
ellos, su propia otredad, su exilio. Una posibilidad de hablarlos mientras no
sea posible hacer algo con lo que de ellos se hace.
La propuesta no tiene
nada de novedosa. En El pensamiento salvaje, Lévi-Strauss defiende esta
metodología de trabajo, tan implícitamente coherente como explícitamente
desconcertante, como la propia de los pueblos con sistemas de organización
social no jerárquicos, antiautoritarios, asamblearios, colectivistas y con una
escasa división técnica del trabajo, es decir, entre esos pueblos que la
historiografía burguesa llama despectivamente primitivos.
El caso es que armados
con esta metodología encontramos, como ellos, apenas levantamos la vista sobre
los objetos o los cambiamos de lugar o lo desplazamos hacia posiciones extrañas
a su discurso habitual, que un nuevo mensaje aparece entonces y que encontramos
conexiones entre las cosas que nos ayudan a pensar el mundo fuera de la falacia
absurda de que existe un orden objetivable. Nada nuevo, insistimos, porque
tales prácticas ya estaban en la estética dadá, en el surrealismo, el collage,
los ready made, etc. como modalidades clásicas del discurso libertario en su
pretensión de subvertir el sentido común, derribar las categorías y oposiciones
lógicas dominantes (sueño/realidad, trabajo/juego, etc.) y celebrar lo anormal,
lo incongruente y lo prohibido como los lugares desde donde puede crecer una
nueva hermenéutica a base de distorsionar, deformar, descoyuntar y reorganizar
el significado de lo aparentemente concluso, cerrado, evidente y coherente,
porque si nuestro pensar no se torna revolucionario, entonces no es más que una
prisión en donde vivir de acuerdo con los que nos han metido en ella.
Así, el trabajo básico
de una epistemología libertaria estaría localizado en conectar cuantas más
series de materiales mejor que permitieran al conocimiento crecer
ilimitadamente, porque sus elementos básicos pueden entrar en una variedad
infinita de combinaciones que generarán nuevos significados en respuesta a un
entorno, a homologías y analogías sociales.
Reflexiones que nos abran al trabajo
en prácticas que conecten los antagonismos, recuperando del pasado el cúmulo de
expectativas, ni conseguidas ni frustradas desde las que proyectarnos,
reconociéndonos como lo que somos, un eslabón en la lucha que ha tenido lugar a
lo largo de la historia de los oprimidos contra los opresores y sentirnos
orgullosos de estar librando este combate. Incluso si lo perdemos, otros lo
ganarán, todos los otros.
Antonio Orihuela. Palabras raptadas. Ed. Amargord, 2014