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domingo, 31 de agosto de 2014

EL LENGUAJE BAJO EL NEOLIBERALISMO



Queremos empezar estas notas llamando la atención sobre la importancia del lenguaje en el capitalismo global como mecanismo ideológico de disciplinamiento y consentimiento, dispositivo inhibitorio de resistencias y movilizaciones de los sujetos.
El lenguaje ni es neutro ni es nuestro, pertenece al nuevo orden del capitalismo neoliberal y también con él se lucha contra los trabajadores, contra los explotados y los ninguneados. Produce y reproduce ideología, nos incorpora a modelos interpretativos que nada tienen que ver con la situación de los oprimidos sino que se derivan directamente de las doctrinas del discurso dominante. El prometido paraíso de lo privado y lo asocial ha borrado cualquier atisbo de identidad colectiva desde la que se pudiera saltar al cuestionamiento de los órdenes (social, político, económico);  desaparecieron la clase, el proletariado, las condiciones objetivas, todo ha sido esterilizado, reducido  al silencio de unas mayorías construidas mediáticamente para que sean habladas, articuladas y representadas. Su presencia total en lo virtual es una ausencia absoluta en lo real. Bombardeo de signos, estímulos luminosos o lingüísticos no tienen por objeto producir información, facilitar la comunicación y el entendimiento de lo que pasa, al contrario, su objetivo último es producir más masa, más mayorías silenciosas, implosivas, absortas, banales, apolíticas, neutralizadas, inertes e impermeables a imaginar siquiera el cambio social. Toda la energía de los lenguajes se consume en mantener esa simulación social, esa fascinación, en producir sentido para esas mayorías silenciosas que en ellos se reconocen y que, gracias a su transparencia absoluta, también pueden generar la fantasía de que es desde ellos desde donde es posible la segregación, la individualización, la propia negación del individuo masa cosificado que está en la naturaleza de esos lenguajes.  
¿Hablarán alguna vez estas mayorías silenciosas desde una lengua que corresponda a un imaginario aún por pensar?¿Volverá a moldearse desde ellas el sujeto de un nuevo ciclo histórico? Al menos tenemos la certeza de que al igual que son irrepresentables, se resisten a ser representadas. Al ser habladas en todos los lenguajes nadie se ha tomado nunca la molestia de saber si es capaz de hablar en el suyo propio. Pero hay más, hablar en el suyo propio sería tanto como negarse, asignarse en ese hablar una identidad de la que se podrían derivar propuestas, programas, alternativas, preguntas y, en definitiva, pasar a ocupar un lugar en los cálculos políticos y las relaciones de fuerza ya fijadas; y más aún, tener que traducir ideas y prácticas al modelo dominante para que éstas puedan ser admitidas y por tanto, volverse gobernables. Peligro absoluto cuando en esa misma traducción conceptual se pierden los vectores que animaban y dan fuerza a las luchas y los imaginarios, porque con la ilusión de la identidad que, a modo de trampantojo esconde en realidad una hegemonía cultural que a su vez lo que hace es esconder una forma de violencia, aunque sea simbólica, sustraemos del debate su piedra angular: la lucha de clases como motor de la historia, que ni se arrancó una buena mañana ni se ha detenido tras la celebración de algunos congresos de historiadores que han certificado su prematura defunción; pero el caso es que esta ilusión por configurar una genealogía del nosotros antes de activar lo que somos es también una huída del ahora mismo, naufragando cada vez en el proyecto de una clase siempre en pugna por componer el mundo a su imagen y semejanza. Negarse en identidad es el desafío al que queremos contribuir con estos textos que lejos de pretender restaurar un modelo de convivencia social quisiera dinamitarlo.
Una segunda magnitud se cierra en torno al concepto que viene dado de forma absoluta en lo natural por lo histórico, como un gen inalienable y que como tal es recogido, afirmado, afianzado y mistificado por una historiografía burguesa que, entre otras cosas, vive de él. Es decir, que al invadir todo el pasado (y todo el porvenir) con la misma estructura del presente, la burguesía toma posesión en nombre de su clase social de toda la historia humana hasta naturalizarla como la única posible, por eso es absurdo buscar en el pasado las causas del presente, porque el pasado se ha vuelto presentista, si vamos a él lo que encontramos es una repetición del presente. El tiempo histórico se ha vuelto inofensivo, es más, se puede producir y consumir como coartada histórica, es decir, como naturaleza pura y con él, los valores de la sociedad burguesa se despliegan  como constantes a través de los tiempos. Pero la concepción de lo natural es un concepto vacío para otras hermenéuticas, una figura retórica que tenemos que aprender a vaciar para dar sentido y coherencia a nuestra propia experiencia y autonomía del pensar.
Si aceptamos que los dueños de los medios de producir la vida, también serán los propietarios del modo de producir las ideas, lo sentimientos, las conductas y en definitiva, el sentido del mundo, tendremos también que hacer nuestro el objetivo de hacer visibles algunas de estas estructuras discursivas, representacionales y cognitivas que atraviesan el modelo interpretativo dominante que genera lo que llamamos Realidad, mostrar que también con el lenguaje y desde el lenguaje se sigue dando la más encarnizada de las batallas de la guerra de clases en pro de nuestra definitiva domesticación.
Es desde una hermenéutica libertaria, y sin mediaciones del campo conceptual, desde la que pretendemos indagar en aspectos harto polémicos,  pues cada uno se nos ha dado ya expresado en una mitografía que no reconocemos. ¿Es posible combatir la mitografía del capitalismo neoliberal para dar lugar a otros relatos antagónicos o bien toda mitografía no es más que la mitografía construida por la historiografía burguesa?
Frente a la ilusión del positivismo de construir una teoría unificada que, en realidad, lo que esconde bajo su aclamado empirismo no es más que una forma otra de ocultar los principios de selección más o menos inconscientes por los que se rige, defenderemos aquí, como lo propio de una epistemología libertaria, el conectar una serie de materiales y reflexiones que no vienen a cerrar nada sino a plantear la posibilidad de que, entre todos, tratemos de desbrozar estas y otras incógnitas, acaso incluso más relevantes para nuestra construcción, resistencia y emancipación del modelo dominante de la realidad.
Y esto sin dejar de ser conscientes, como reconocía Barthes, que todo, desde  lo que vemos a lo que juzgamos, pasando por nuestros sueños, está maldito, enredado en una ideología nociva que muestra y excluye, que dictamina el sentido de lo normal y lo desviado. Todo está, como dice la razón común, echado a perder, y no hay más tabla de salvación que tratar de leer los signos. Desde las cotizaciones en bolsa hasta nuestro sistema judicial o las formas de las calles tienen un significado ya dado pero también guardan, para quienes lo sepan leer y se atrevan a hablar de ellos, su propia otredad, su exilio. Una posibilidad de hablarlos mientras no sea posible hacer algo con lo que de ellos se hace.
La propuesta no tiene nada de novedosa. En El pensamiento salvaje, Lévi-Strauss defiende esta metodología de trabajo, tan implícitamente coherente como explícitamente desconcertante, como la propia de los pueblos con sistemas de organización social no jerárquicos, antiautoritarios, asamblearios, colectivistas y con una escasa división técnica del trabajo, es decir, entre esos pueblos que la historiografía burguesa llama despectivamente primitivos.
El caso es que armados con esta metodología encontramos, como ellos, apenas levantamos la vista sobre los objetos o los cambiamos de lugar o lo desplazamos hacia posiciones extrañas a su discurso habitual, que un nuevo mensaje aparece entonces y que encontramos conexiones entre las cosas que nos ayudan a pensar el mundo fuera de la falacia absurda de que existe un orden objetivable. Nada nuevo, insistimos, porque tales prácticas ya estaban en la estética dadá, en el surrealismo, el collage, los ready made, etc. como modalidades clásicas del discurso libertario en su pretensión de subvertir el sentido común, derribar las categorías y oposiciones lógicas dominantes (sueño/realidad, trabajo/juego, etc.) y celebrar lo anormal, lo incongruente y lo prohibido como los lugares desde donde puede crecer una nueva hermenéutica a base de distorsionar, deformar, descoyuntar y reorganizar el significado de lo aparentemente concluso, cerrado, evidente y coherente, porque si nuestro pensar no se torna revolucionario, entonces no es más que una prisión en donde vivir de acuerdo con los que nos han metido en ella.
Así, el trabajo básico de una epistemología libertaria estaría localizado en conectar cuantas más series de materiales mejor que permitieran al conocimiento crecer ilimitadamente, porque sus elementos básicos pueden entrar en una variedad infinita de combinaciones que generarán nuevos significados en respuesta a un entorno, a homologías y analogías sociales.

Reflexiones que nos abran al trabajo en prácticas que conecten los antagonismos, recuperando del pasado el cúmulo de expectativas, ni conseguidas ni frustradas desde las que proyectarnos, reconociéndonos como lo que somos, un eslabón en la lucha que ha tenido lugar a lo largo de la historia de los oprimidos contra los opresores y sentirnos orgullosos de estar librando este combate. Incluso si lo perdemos, otros lo ganarán, todos los otros.

 

 Antonio Orihuela. Palabras raptadas. Ed. Amargord, 2014

1 comentario:

  1. Comparto la necesidad de la reflexión en procura de un lenguaje que no nos insulte, y me asumo en tal búsqueda, en tal compleja construcción.

    Como antaño, todo lo que es, lo es movido, constituido por un lenguaje, lo es por medio de un lenguaje. Es impensable pensar que alguien se anime, se mueva, piense, y cree, o encuentre y desarrolle una solución, sin la mediación de un lenguaje. Sin la motivación de un lenguaje, nadie se mueve, se pude mover, hacia la acción y producción, construcción, consolidación de otra realidad, de otro mundo.


    Si no tenemos lenguaje, si la población no tiene un lenguaje propio, esta no tiene vida, ni realidad, aunque no le falte cuerpo y corazón, no tiene como manifestarse, aunque hable una lengua, aunque sea movida, empelada, animada todos los días, como lo es, al trabajo, a la repetición de la miseria, el drenaje del dolor, a la repetición constante de los conceptos, las ideas, las categorías, que le han sido dadas, e impuestos, para que participe y cumpla, siendo aparte de la construcción del propio un mundo que le aplasta.

    Si a de ensayarse un otro lenguaje, movimiento, otra animación, motivación, hacia un otro modo de movernos y relacionarnos, de ver y tocar, de crear y concebir en el mundo otros modos de vernos y relacionarnos, en el mundo, es claro y evidente que este tiene que ser escupido, vomitado, por las paredes, las veredas y las calles, apadrinado y alimentado por todos aquellos, desprovisto de un lenguaje, que son víctimas de un lenguaje.

    Y su éxito se funda en el desprecio, la desconsideración masiva del aplastamiento y la explotación de la acción viviente, del lenguaje viviente, de la poesía viva, que más allá de la traición y estafa, de la violencia de nuestros signos, anima a la gran mayoría.
    Aquí no vale hacerse los perros putos, el hablar y el manejo de la lengua, es lo más tenebroso que existe, si es que existe lago tenebroso, violento y despiadado.

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