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martes, 2 de septiembre de 2014

PALABRAS Y COSAS



I.                               Una mañana Simbad se levanta y siente frío. Toma un papel y escribe los grafemas del sustantivo  F U E G O, después extiende sobre ellos las manos y se las frota, aliviado.
II.                            Ángela Trinidad, obligada por su profesora de literatura, inicia la lectura de El Quijote; pero nada más comenzar el capítulo I, se percata de que ya no está leyendo en un parque público sino en un lugar completamente extraño, y que en vez del abuelo que daba de comer a las palomas, a su lado está ahora un viejo de estrafalarios ropajes  que sostiene una lanza y un escudo de cuero ovalado mientras un poco más allá pasta un caballo enjuto y corretea un galgo. Con el susto en el cuerpo, Ángela cierra el libro y llama a su padre por el móvil para preguntarle si ha leído El Quijote hasta el final y si puede venir a recogerla en el lugar de la Mancha que se cita al principio.
III.                         En un folio en blanco Joaquín Gómez escribe la palabra flor. La despega, letra a letra, y se la coloca en la solapa de la chaqueta.
IV.                         Teo Serna, tras sufrir un terrible desengaño amoroso, entra en su cuarto de baño, toma una cuchilla de afeitar, llena la bañera de agua caliente y se introduce en ella dispuesto a poner fin a su vida. Ve entonces la esponja con forma de corazón envuelta aún en su plástico, tal y como la compró días atrás y decide, antes de suicidarse, lavarse con ella. La saca de su envoltorio, la introduce en el agua, la estruja, se frota el cuerpo con ella, recorre y acaricia cada uno de sus miembros hasta que, de pronto, siente que todos los poros de su piel se hallan de nuevo enamorados y desecha, por ridícula, la idea del suicidio.
V.                            A mediados del siglo XX, una pareja de evangelizadoras protestantes de origen estadounidense se internaron en las sierras de Oaxaca para iniciar su labor evangelizadora. Levantada la capilla, una de ellas consiguió reunir un nutrido grupo de indios mazatecas con la promesa de que les contaría cómo era el cielo. La descripción de la misionera fue tan decepcionante que uno de los indígenas terminó por interrumpirla, preguntándole si ella había visto el cielo para hablar así de él. Al responder negativamente, todos los presentes comenzaron a marcharse. Solo quedó ante la misionera una vieja india que se le acercó y puso en su regazo  unos pequeños hongos a la vez que decía nti xi tho y se llevaba una mano a la boca, después desapareció. La misionera se levantó y se dispuso a tirar aquellas cosas a la basura.
VI.                         Ramón Santana se compra por correo un par de diccionarios, pero cuando abre el paquete descubre con sorpresa que dentro de ellos lo que hay es una novela de aventuras y un libro de poemas. Presenta una reclamación y entonces le dicen que, en efecto, lo que se le ha enviado eran dos diccionarios pero que, con el zarandeo del viaje, las letras se han debido desordenar a su antojo.
VII.                      González de Rosende, en su Vida del Ilustrísimo y Excelentísimo Señor don Juan de Palafox y Mendoza, nos habla de cómo el citado prelado ordenó en su testamento que fueran sus despojos abiertos en el pecho, extraído su corazón y envuelto con un papel que dejaba dispuesto a tal fin, donde se podían leer los nombres de Jesús, María y José; y que, así envuelto, fuera su corazón introducido de nuevo en el pecho y entregado su cuerpo a una pobre sepultura. Según sus propias palabras, “para que así siempre tenga dentro de mi corazón, pecho y cuerpo, lo que deseé y deseo tener en medio de mi alma.”
VIII.                   Para demostrar la arbitrariedad del signo lingüístico, el cronista de Indias, Miguel Cabello Valboa, escribe en su Miscelánea Antártica de 1586: “Casco llama el Yndio en su lengua general de el Piru, á el pecho, y en la castellana ya sabemos lo que significa. A la arena llama el Yndio Tio, y nosotros al hermano de padre ó madre. Llamamos nosotros Mayo al quinto mes de el año, y en lengua de el Inga quiere decir Rio. A lo que nosotros llamamos olla, llama el Yndio manga, que clara se vee la diferencia. Macho llamamos nosotros á lo que es de sexso viril, y en lengua de Yndios quiere decir viejo, y de esta manera se pudieran acomular infinitos, que aunque suenan á terminos, y vocablos nuestros son muy agenos en el significado de aquello que nosotros entendemos por ellos”.
IX.                         Cuando Gulliver visita la Academia de Lagado encuentra en marcha un proyecto científico para la abolición de las palabras. Se trataba, en suma, de ajustar los diálogos a los temas y evitar las confusiones y equívocos que rodean al lenguaje. El único inconveniente que presentaba era que, para expresarse, los interlocutores tenían que cargar en sus espaldas y las de sus criados con las cosas motivo de sus conversaciones.
X.                             En el Manifiesto dada de 1918, Tristán Tzara dice: “Dada m’dad. Dada m’dad. Dada mhm’dad... yo no quiero palabras que fueron inventadas por otros. Todas las palabras fueron inventadas por otros. Quiero mi propia estupidez y además las vocales y consonantes que le corresponden”.
XI.                         Ezequiel estaba junto al río Kebar cuando una voz le dice que sea obediente y se coma un rollo de poemas que le extiende. Ezequiel lo come y le sabe a miel. Después la voz le dice que no se aflija porque, aunque quiera comunicar lo que había en el rollo, nadie querrá oírle.
XII.                      San Juan, en Patmos, después de oír la sexta trompeta y la amenaza de la voz del cielo que le advierte que el tiempo se acaba, es conminado por ésta para que tome el librito del ángel que está con un pie en la mar y otro en la tierra y se lo coma, después le dice que de nuevo profetice a los pueblos, a las naciones, a las lenguas y a los reyes numerosos, recriminándoles su pésima conducta y sus vicios, advirtiéndoles del castigo y la destrucción que les aguardaba.
XIII.                   En Los versos de la madera, Liman Boicha recuerda al almurabit (maestro en lengua hasania) que le enseñó a leer y escribir poesía sobre un louh, especie de pizarra de madera, en el que se pintaba con una pluma de ave que se mojaba en tinta  preparada a base de carbón mezclado con azúcar y esencias extraídas de las raíces de diversas plantas y arbustos del desierto del Sahara, suficientemente espesa como para retener las letras en la pizarra. Después de las lecciones, el maestro le pedía que colocara su louh sobre un cuenco y esparcieran agua sobre las lecciones, sobre la fresca poesía. El agua y los versos se mezclaban en el recipiente: Tómatelo todo –decía- para que fecunde tu mente.
XIV.                   El anterior bebedizo lo encontramos también desarrollado por los poetas Joan Brossa, Joaquín Gómez y Eladio Orta, para este último, por ejemplo, la escritura es un proceso de recogida de palabras que, a modo de gotas, van siendo destiladas del agua, de la sal, de la arena o del fango. Una vez reunidas hay que verterlas en un cuaderno, juntarlas, mezclarlas con agua y beberse el poema resultante. A continuación hay que pasar a escribir el poema para, más tarde, leerlo y poder intuir que es lo que se habría querido decir con lo escrito. Joaquín Gómez, para el que, al estilo del poeta saharaui Liman Boicha, comerse el poema es la mejor manera de asimilarlo, también propone varios procedimientos posibles para construir poemas, entre ellos, el de lavar las palabras a mano y a máquina y dejarlas después secar en el tendedero para que, una vez secas, aparezca el reluciente poema. Igualmente propone modificar el sentido de libros enteros por el procedimiento de agitarlos con golpes secos y seguidos, como se hace para bajar el mercurio del termómetro, para que las letras cambien de posición dentro del libro favoreciendo cada vez una nueva lectura del mismo.
XV.                      No lejos de la idea brossiana, el grupo conceptual CAPS.A. presentó al público en 1983 un estuche con trece ampollas inyectables cada una de las cuales contenía un líquido que ofrecía la posibilidad de adquirir la patología estética que se señalaba en el exterior del mismo, a saber: Dadaismo, Surrealismo, Expresionismo, Informalismo, Action Paiting, Cinetismo, Hiperrealismo, Pop, Minimalismo, Conceptualimo, etc. Una vez infectado el usuario con alguno de estos ismos artísticos, si quería curarse de él le cabía la posibilidad de recurrir a la ampolla roturada bajo el nombre de CAPS.A., que se ofrecía en el mismo estuche como el antídoto perfecto para eliminar todo academicismo o tendencia historicista y favorecer el crecimiento de un arte libre.
XVI.                   Andy Warhol aún se mostrará más radical, afirmando que mejor que comprar un cuadro de doscientos mil dólares para colgarlo en la pared es coger ese dinero, atarlo y colgarlo en la pared.
XVII.                En el libro Poemas de amor al hachís, de Fermín Alegre encontramos al abrirlo una china de hachís de 0’50 x 0’50 x 0’25 cm. pegada en el centro de la única hoja que contiene dicho volumen.
XVIII.             En 1781, tres años después de que las tropas españolas hubieran puesto cerco a Gibraltar sin éxito, aparece en el periódico madrileño El Censor un artículo donde se expone la solución definitiva para conquistar el peñón además, sin necesidad de mucha tropa, pues no “había mas que hacer cinco mil escapularios de nuestra Señora del Carmen, y ponerle uno à cada Soldado. Estoy harto de oír à los Predicadores, que las balas no hacen daño à los que los llevan”, tan solo era menester tener fe, y para eso bastaba con que en los regimientos solo hubiera españoles rancios, cristianos católicos apostólicos y romanos, pues hasta había oído que a uno que llevaron a fusilar los ingleses portando dicho escapulario le cayeron a sus pies todas las balas sin hacerle ningún daño, y que desde entonces antes de fusilar a un soldado español lo registran…, y se lo quitan si acaso lo tiene”. Esta arma secreta de nuestro ejército sobrevivió al siglo XVIII, así durante la Guerra Civil española, cuenta el sacerdote Cándido Alberola en sus Sábados populares dedicados a María que para sembrar con más ahínco la muerte entre los enemigos, un alférez les ofrecía a sus soldados unas miniaturas de la Virgen del Perpetuo Socorro que todos toman, se santiguan ante ella, rezan y se la tragan para ir después serenos y tranquilos a repetir los heroísmos del día. Por su parte, las fuerzas paramilitares del partido de extrema derecha Comunión Tradicionalista Carlista, congregadas durante la contienda bajo el nombre genérico de Requetés, se confiaban antes de la batalla a unos escapularios en los que se podía leer “Detente bala”. Sorprendentemente, con estos mismos “Detente bala” fueron obsequiados los legionarios de las banderas que marchaban a Afganistán a comienzos del 2012. Por supuesto se han entregado con carácter voluntario al que lo ha solicitado. Los “Detente bala” fueron bendecidos por sacerdotes católicos: “Os lo ofrezco, pero sois vosotros los que lo tenéis que aceptar si tenéis fe, no es obligatorio, el que no quiera, está en su derecho y por eso no dejara de ser un buen legionario, por favor aceptarlo si realmente sois creyentes y seguro que os ayudara en los buenos y en los malos momentos, pero no lo cojáis como el que lleva un amuleto, esto no es una pata de conejo, cogerlo como algo espiritual entre cada uno de vosotros y Dios”. A pesar de ello, bien por falta de fe del herido o por ineficacia metafórica, poca cosa hizo el escapulario del soldado Iván Castro cuando fue herido de gravedad el 5 de marzo de 2012 en Qala I Naw.
XIX.                   En un texto apócrifo sobre Utopía, encontramos que en la singular isla sus habitantes se han dado como medio de intercambio un dinero poético llamado pomisma. Son billetes de papel orlados con una cenefa y la particularidad que todo el espacio interior a ella se halla vacío, sin ningún tipo de indicación sobre el valor monetario del mismo. El valor de dichos billetes es completamente subjetivo y dependerá de la habilidad de su poseedor, a la hora de escribir en él un poema, un haikú o hacer un dibujo, lo que lo dotará de valor. Este dinero, lejos de incitar a su atesoramiento, lo que invitaba era a cultivar la inteligencia, el sentido artístico de los utopianos y la circulación de estas creaciones.
XX.                      Rodrigo Fresán entra en una tienda para preguntar por su Kidle 3 averiado. El dependiente le informa de que el arreglo costará más que un modelo nuevo, y le recomienda comprarse un Sony Reader PRS-T2, que permite una lectura mucho más clara, ágil y rápida gracias a sus innovadores dispositivos. Rodrigo sale de la tienda y se dirige a una librería de viejo pensando, escéptico, que por muy complejos y sofisticados que se vuelvan los libros electrónicos, las personas siguen leyendo hoy a la misma velocidad que leía Cervantes. En la librería, conquistado nada más entrar por el olor característico de estos comercios, se detiene largo rato sobre las cubiertas de los volúmenes, admirando una encuadernación a la española que se le hace rara, unas letras impresas en oro, una portada en hueco grabado. Sobre un montón, encuentra otros libros que conservan notas al margen escritas por algún lector anterior, rastros de ceniza de tabaco, manchas indelebles, bordes doblados que marcaron un día por donde avanzaba en la lectura su propietario o subrayados que indican fragmentos de texto que al lector le parecieron significativos. Un poco más allá descubre unos libros dedicados por sus autores, otros con extrañas anotaciones en la contraportada, varios ex libris, notas manuscritas, recibos de la compra y tickets de metro que quedaron un día entre sus páginas presos o que fueron alguna vez utilizados como marcapáginas… cada uno de aquellos libros ha sumado así, a la historia que cuenta, pequeños retazos de la historia de sus propietarios, nuevos mundos añadidos a los mundos que contienen los libros. A la semana siguiente Rodrigo recoge su pedido en la tienda de electrónica y durante el trayecto hasta su casa no se separa de él, mirándolo, tocándolo, disfrutando de la misma manera que en su día disfrutó de su coche nuevo, aunque sabe que pronto trasladará ese mismo amor por otro modelo más reciente y con muchas más prestaciones. Rodrigo vuelve a reflexionar sobre la sociedad consumista, por el gusto por adquirir y sentirnos satisfechos sabiendo que tenemos almacenado en un pequeño aparato electrónico más libros de los que podremos leer en toda nuestra vida. Rodrigo llega a casa tras realizar también su visita semanal a la librería de segunda mano. Al abrir uno de los libros que ha comprado un papelito con un extraño mensaje en esperanto cae de él, se dirige entonces a su ordenador para buscar en el traductor de Google su significado en el mismo momento que se cae la red eléctrica.
XXI.                   Según informa la revista Quo, el ingeniero Mikei Sklar se encuentra trabajando en el injerto de un chip con el que, en el futuro, podremos incorporar a nuestra memoria textos completos o bien acceder directamente a la mente de un escritor y experimentar de cerca lo que éste siente, sus dudas y temores, sus depresiones y sus intensos pero fugaces momentos de euforia.
XXII.                 Federico Cuevas recorre con la vista los anaqueles de su biblioteca y descubre con estupor que ha estado siempre leyendo los mismos libros. Cuando era joven leía historias de academias de magos; de adolescente, leía todo lo que encontraba sobre vampiros enamorados que estudiaban secundaria; su primera juventud la llenó con descafeinadas distopías futuristas pobladas por adultos malvados que exprimen y explotan a jóvenes incautos e inocentes, y su madurez se le ha ido leyendo relatos de carácter histórico. Desolado por el descubrimiento decide que a partir de ese momento solo leerá novelas de sexo tórrido y abrasador.
XXIII.             Bajo el nombre de Sendebar o libro de los engaños de las mujeres, se agrupan un conjunto de cuentos árabes, de origen persa, escritos entre los siglos IX-X. En uno de ellos, se cuenta cómo un mancebo había prometido no casarse hasta no conocerlo todo sobre las maldades de las mujeres y sus engaños, para ello, anduvo errante largo tiempo hasta llegar a una aldea famosa porque en ella vivían muchos sabios versados en tales asuntos. Instruido por ellos, escribió muchos libros sobre las artes de las mujeres y después decidió regresar a su tierra. En la primera venta que encontró en el camino contó al ventero su hazaña y este le felicitó pero su mujer, tomándolo por un loco, decidió escarmentarlo. Nada más marcharse su marido le propuso al joven que se acostara con ella, pero al desnudarse el joven, la mujer empezó a gritar y chillar alarmando al marido y al resto de los huéspedes que corrieron a la estancia en su ayuda. Mientras tanto la mujer le dijo al joven que, si quería salvar su vida, se metiera un pan en la boca, tornara en blanco los ojos y se echara en el piso de tierra fingiendo estar poseído por el demonio. Después abrió la puerta y les dijo a todos que el joven estaba poseído y que sólo tirándole baldes de agua podrían sacar al demonio de su cuerpo, cosa que hicieron de buen grado hasta casi provocarle una pulmonía. Cuando se fueron, la mujer se acercó al joven y le susurro: “Amigo, ¿escribiste en tus libros sobre esto?”. Entonces el joven cogió todos sus libros y los echó al fuego, diciéndose que lo único que había hecho durante todo el tiempo que le tomó escribirlos había sido desperdiciar su vida.
XXIV.             Gassire se fue en busca de un carpintero para que le hiciera un laúd. El carpintero le dijo que se lo haría pero que el laúd no cantaría. Gassire dijo: “¿Qué puedo hacer yo?” y el carpintero contestó: “Esto es madera. No puede cantar si no tiene corazón. El corazón tienes que dárselo tú. Lleva contigo, a tus espaldas, la madera. Que resuenen en la madera los golpes contra tu espalda. Que la madera chupe gotas de sangre, sangre de tu sangre, aliento de tu aliento. Tu dolor será su dolor; tu gloria será su gloria. La madera dejará de ser madera del árbol del que se ha cortado y entrando en ti, será una sola sustancia contigo. Así vivirá no sólo contigo sino también con tus hijos. Entonces los sonidos que salen de tu corazón resonarán en el oído de tu hijo y vivirán entre las gentes. La sangre que mane de tu corazón correrá por la madera haciéndola sonar y de esa forma seguirás viviendo. 
XXV.     Raymond Roussel va más lejos aún, en Locus Solus ensaya con un compuesto llamado resurrectina que inyectado en un cadáver lo dotaba de vida al punto que éste se ponía a recrear con rigurosa exactitud hasta los menores movimientos realizados durante los últimos minutos de su existencia. Convertidos en autómatas que repiten sin cesar unas mismas muecas, los cadáveres mantenían así una vida ficticia que, paradójicamente, representaba una y otra vez el momento de su muerte. La reproducción de los gestos de la muerte era pues lo que daba forma a la ilusión de estar vivos.
XXVI.             Infatigable reportero y cronista fiel y ajustado son atributos que se repiten en la consideración que la historiografía hace del que fuera capellán de Isabel la Católica, Pedro Mártir de Anglería. Entre sus obras destaca la principalísima Decadas de Orbe Novo, primera de las historias generales de Indias que se escribieron a comienzos del siglo XVI, a pesar de que el citado prelado jamás estuvo en América.
XXVII.          Antonio López de Quiroga fue uno de los hombres más ricos del virreinato del Perú gracias a las minas de plata que explotaba en Potosí. Tenido por gran benefactor de dicha ciudad, era costumbre que diera todas las semanas una gran comida en su casa tras la cual salía a la puerta para arrojar algunas monedas a los pobres que allí se reunían en busca de limosna. Al ver que uno de ellos permanecía indiferente ante la bullanga que se formaba en el acto del donoso dispendio, Quiroga le preguntó por qué ofendía así su obra de caridad, a lo que el mendigo respondió que solo aceptaría el dinero si antes él aceptaba retorcer la fastuosa capa que le cubría. Quiroga dudó, pero finalmente se quitó la capa, la retorció y de ella chorreó sangre.    
XXVIII.       Zakariyya Tamir cuenta, en su libro Al-numur fi l-yawm al-asir, cómo un escritor que tenía hambre le pide pan a la palabra pan. Las palabras le responden que ellas no tienen pan; entonces él se va al mercado, vende todos sus libros y compra pan.
XXIX.             Invadido por el hambre, el gran maestro budista Tokuzan entra un día en una tienda y pide a la dependienta una torta de arroz. Como esta se demora en servírsela, Tokuzan comienza a quejarse en voz alta, exclamando que cómo es posible que se le esté haciendo esperar de esa manera a él que es un reconocido especialista budista, uno de los más grandes exegetas del Sutra del Diamante, un famoso maestro sin rival en el mundo. La mujer, impasible, continúa con sus tareas sin hacerle el menor caso con lo que Tokuzan entra en cólera y hecho una furia le exige que le atienda inmediatamente. Entonces la dependienta toma una de las tortas y se la ofrece: Toma - le dice-, aquí tienes una torta para la mente que no come tortas. A lo que el maestro le responde: ¡Mi mente no necesita que le vendas ninguna torta!  
XXX.                El consultante le pregunta al chamán por qué él es pobre. El chamán entonces le regala un pan, a lo que el consultante le dice que aquello no es un pan sino una piedra. El chamán le reprocha su falta de fe en la Palabra Sagrada ya que, con solo decirle que se convierta en pan la piedra lo hará. Entonces el consultante le dice que si eso es así qué hace él de chamán, por qué no se ha hecho panadero.
XXXI.             Un agricultor sembraba árboles y cosechaba pájaros. Decidió cambiar de oficio.
XXXII.          Una indígena maya quiché decide dejar de ir a vender sus productos a la ciudad porque cada vez que iba a la ciudad su lengua se moría y nadie entendía lo que decía.
XXXIII.       El que llegara a ser vicepresidente del congreso durante la Iª República Española, el humanista jerezano Ramón de Cala Barea escribió en 1884 El problema de la miseria resuelto por la harmonía de los intereses humanos, dieciocho años después moriría en la más absoluta pobreza.
XXXIV.       Alejandro González dijo que él nunca moriría de hambre, y se fue tragando todas sus palabras. 
XXXV.          Humberto Ak’abal decidió dejar de ir a la escuela, pensaba que allí recibiría letras pero se encontró que solo le daban palos.
XXXVI.       Genro y Fugai discutían un koan que Yang-shan había presentado a un monje en su zen-do o sala de meditación. Las letras agua no pueden saciar la sed, dijo Genro. Pero yo estoy viendo olas gigantes que van creciendo, contestó Fugai. Un dibujo de un pastel de arroz tampoco sacia el hambre, continuó Genro. Aquí tienes una bandeja llena de pasteles, concluyó Fugai.
XXXVII.    Luis Felipe Comendador buscaba las palabras que resultaran un escondite perfecto; hace años que nadie sabe de él. 
XXXVIII. Tras marcharse todos los que habían acudido aquel domingo a escucharlo, el sabio Roshi se dirigió a recibir a otro maestro zen llegado desde un monasterio muy lejano, al elogiar este la gran cantidad de público que había acudido a escucharle, Roshi se limitó a decir: Cuando la gente viene aquí a oírme hablar, les ofrezco un sándwich. Los tontos escuchan lo que digo, los sabios se comen el sándwich.
XXXIX.       En el Libro de los Christianos cautivos que mueren en la ciudad de Mequinez desde el año 1684 nos encontramos con la curiosa historia de la rendición de la fortaleza española de Larache al sultán Muley Ismâel y la captura y traslado de más de mil setecientos españoles a las ciudades de Fez y Meknés en calidad de esclavos que el sultán intentará canjear a Carlos II enviando a Madrid, en 1690, al visir El Gazzami El Andalusí. El trato establecía que a cambio de cien de los más principales prisioneros hechos en Larache debían ser entregados al visir cinco mil libros y quinientos cautivos musulmanes o bien mil cautivos en el caso de que faltasen los libros. Es el mismo visir el que nos relata en sus memorias como regresó un año después a Marruecos con mil y veintidós moros que costaron al erario real casi un millón de maravedíes, y ningún libro.
XL.                       Yo soy poseído por aquello que poseo, había dicho Robert Filliou.

XLI.                    Todos debemos esforzarnos en ir más allá de las palabras, sentencia Buda en El Sutra del diamante cortador, porque uno puede sentir apego por ellas, y no debemos sentir apego por nada. Debes comprender que mis palabras son como una balsa que se emplea para cruzar un río. Cuando su utilidad ha sido satisfecha, debe ser dejada atrás si queremos llegar más lejos. Permite entonces que la nada se aposente en ti. Cuando tu mente se llene de nada, lo sabrás todo.

Antonio Orihuela. Palabras raptadas. Ed. Amargord, 2014

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