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domingo, 14 de diciembre de 2014

BESO EN LA MEJILLA




A las cuatro en punto de la tarde David tocó el timbre. Aunque
el sms sólo decía «Te pasas el lunes a las cuatro y me
configuras la impresora»; un fin de semana entero delante
de unos apuntes de termodinámica había convertido aquel
mensaje en algo que, sin serlo, se parecía bastante a una cita.
Eva tardó en abrir. David se la imaginó atusándose el pelo
en el espejo de la entrada. Abrió sonriente con una enorme
camiseta de Bart Simpson y un pantalón de pijama a rayas.
Llevaba las gafas en la mano.
—¿Dónde está el paciente?
—Ja ja. Pasa. Pasa. Menos mal que has venido.
—¿No quieres primero un café?
—Prefiero ver primero qué es lo que le pasa a tu ordenador.
El Pc estaba en su habitación. Ella se sentó en la cama.
—No parece que sea grave, tienes el buffer saturado.
Mira, reinstalo el driver, reinicio, y andando...
La impresora empezó a emitir los ruidos de una mala digestión,
mientras unos folios impacientes empezaban a caer
al suelo.
—Ahora te cancelo la impresión y listo.
—¿Y ya está? Eres un genio.
—¿Ahora te enteras?
—Te he hecho venir por una tontería. ¿Quieres ahora el
café?
—Si, ahora sí, mientras me embarga la satisfacción del
deber cumplido —dijo ahuecando la voz.
—¡Estás más tonto...!
Ella fue a la cocina a preparar el café y David empezó a
curiosear por el salón.
—¿Cómo lo quieres? ¿Con leche?
—No, yo lo tomo solo y sin azúcar, como los vaqueros.
La risa de Eva sonaba metálica desde la cocina.
—No sabía que te gustara Albert Plá — gritó David con
un Cd en la mano.
—Me encanta —susurró Eva que ya se encontraba con
una bandeja justo detrás de él.
—Perdona, no sabía....
—Siéntate.
Eva se acercó a poner el Cd en el reproductor. David se
percató de que estaba descalza.
—Me gusta estar descalza.
—Sí, sí, claro. —dijo azorado por haber sido sorprendido
mirando sus pies.
Eva se sentó a su lado en el sofá.
Hablaron por riguroso orden cronológico: de Albert Plá,
de impresoras láser y de chorro de tinta, de cuando se conocieron
en la librería, de lo estirada que era la dueña de
la librería, del jefe de Eva, del jefe de David, del parcial de
termodinámica...
Y mientras David intentaba explicar como funciona la
máquina de Carnot, los ojos de Eva empezaron a comportarse
como dos operarios de esos que aparcan los aviones
agitando frenéticos sus banderitas. Estamos aquí —gritaban—
¿no nos ves?
—¿Tú eres muy fantasioso, David?
—¿Cómo? —preguntó David sorprendido por la falta
de relación de su pregunta con sus explicaciones metafísicas.
—Sí, ¿que si te imaginas cosas?
—Sí, claro. Como todo el mundo, supongo.
—¿Y qué te imaginas?
—Todo el mundo imagina cosas mejores de las que vive.
—¿Y para esta tarde tú te habías imaginado algo?
—Silencio.
—Silencio.
—David, ¿a ti te decepciona la realidad?
—La fantasía está bien.
—¿Te basta con la fantasía?
—Silencio.
—Silencio.
—Yo podía haber imaginado que esta tarde tu Pc hubiera
estado lleno de virus y que...
—A mí no me hubiera importado que hubiera llovido.
—Silencio.
—Silencio.
—Silencio.
—Se está haciendo de noche.
—Y no llueve.
—Pero la impresora funciona.
—Sí, eso sí.
Sonó el teléfono. Eva se puso las gafas. Era su madre.
—No sé ni para qué cojo el teléfono —dijo mientras encendía
la luz.
—¿Pasa algo?
—No. Nada, nada. ¿Quieres otro café? —la voz sonaba
dura con tanta luz.
—Gracias, pero me tengo que ir, pero otro día me puedes
llamar sin la excusa de la impresora.
—Ven cuando quieras. Ya sabes donde vivo.
Se despidieron con un beso en la mejilla.

Ramón Santana. Presupuesto sin compromiso. Ed. Baile del Sol, 2014

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