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martes, 13 de enero de 2015

PEDRO MONTEALEGRE HA MUERTO




Yo, cuando sea mayor, querré ser poeta chileno. De la estirpe de De Rokha, Neruda, o Huidobro. De la de Javier Bello y de la de Yanko González…
. …O de la de Pedro Montealegre (Santiago de Chile, 1975 - 2015). Su poesía –torrencial, tan directa y cervical como hecha a golpes, a forjadas de cuchillo, como troceando la carne sótano del mundo. Pedro Montealegre vivió en España, casi a orillas del Mediterráneo valenciano, durante algunos años, al amor de su inseparable Manuel, y formó parte de la Unión de Escritores, esa panda de zíngaros estupendos que se esconde detrás de las conspiraciones de “Lunas Rojas”, del colectivo Alicia Bajo Cero y del II Foro Social de las Artes. Algunos lo abrazamos en Moguer, durante los encuentros de Voces del Extremo, que paradógicamente ese año celebraron la Poesía y la Vida con todo su esplendor, y donde Pedro nos cautivó a todos con su verso, con su sonrisa amplia, con su afecto sin límites en una noche de cante jondo y cielo completo.

La editorial Denes publicó su primer libro: “La palabra Rabia”, sirvan sus poemas como el mejor homenaje a quien quiso mucho y nos dejo tan pronto. 

Enrique Falcón, Antonio Orihuela


                                                               ***

Es la hora. Es la hora. Tracemos el lienzo: dibujemos en marea
¡tinta sobre el rostro! –imposible –de la marea. Vivir del espectro
ser allí los oscuros –O todos claros: en la boca de lobo
de la luz. Todos: mal alucinógenos: sello de querubes –lámelo, Lucy
in the Sky with Diamond. Cocaína de los espejos. Químico angélico
capaz de hacer –en el paladar de Dios, nuboso, núbil– imágenes: niños,
corros de luciérnagas, padres en corros, proletarios gritando: Risa, Revolución.
Niños y golondrinas: ¡Que van ardiendo! –¡Arde, horno –de Bergen Belsen!
molestar con entropía: esta charla de pederasta: escúdame, charla:
asesinado dragón. Resucitado perro ¡Qué dientes más lindos! ¿No ves la gloria?,
¿se reconoce en los dientes? Al revés, tú mismo, ¿ves los dientes?
¿Y qué gloria es ésta? Raspa, tú, con tu cucharita de plata,
el marfil ácido de la pared. Dímelo, tú, ¿qué pastilla te comes?
Un destello de láser: Ah, muero bailando: por un dólar fosforescente,
su forma de neón –padre, devórale el fémur a tu hijo; mira la grieta:
es el hambre, el desierto: arrójate a ella. Niño negro arrojado:
no es fondo el final, apenas caer: su sola existencia ha desnudado la plata
la forma de la usura cada resto de plástico ¿Cada yo lo es?
¿Lo es cada tú? Chico dominado ¡Crece! ¡Crece!

*

Hay uno muerto en la guerra –su herida escribe: Quitar las Dunas
hay uno al fondo de una adormidera roja. Se llama ciudad –su teta destila
una leche de humo, espesa de uñas –continuo rasguñar
la córnea falsa –del poema: si uno muere de hambre ¡Ah, la palabra!
¡Esa es la palabra! –no logra caber en su propia miseria –un poema es hambre,
la letra es consecuencia de la inanición. Yo estoy aquí –¿es pan otro aquí?– .
Tómate, tú, esta taza de Té. Tómate tú esta taza fe. Tómate tú esta taza de sed.
Verás negaciones, el futuro de tu hijo. Una riada de hijos
asesinados– ante El Libro: la fugacidad de su forma, esa inutilidad.
El diente de una bruja afila un hacha fabricada recién. Por ejemplo, un obrero
reproduce una tuerca –la tuerca reproduce lo que sufre él. Tú, reprodúcete,
flor amarilla ¿Cómo te llamas? Me llamo flor amarilla. Los mendigos probaron
un puñado de larvas –momentos antes los han comido a ellos.
Deletreé lento: i-de-o-lo-gí-a. Una chica negra, deletreada en la ventana,
atrapó una mariposa –su nocturnidad en un hilo. Hola, mariposa:
yo me llamo Niña. Me llamo muchachita de vestido azul.
Hola, nena: tus ojos almendrados: pelo muy fino, hilos de aceite.
Si hago así con mi dedo, hago el signo –la hoz: si hago así,
otro signo –el martillo: yo me meo de risa: la sombra chinesca
de mis manos imitan ¿qué bicho? el colibrí. Un bicho cantárida.
Un bicho libélula.

*

Estoy loco. Yo no soy una niña: soy tú: le pregunto al verano ¿bajas de la sien?:
sangra un hombre y ¡No! No es: i-de-o-lo-gí-a. Lo dijo mi abuelo
¿es fondo la idea? Es lienzo –lo profundo no se traza con nada.
Te hará arder en deseos de huir. Leer es huir: yo leo a Marx
e incide el verano: Marx es un ángel: cabe, tú mismo,
en la materialidad de tu letra –Yo soy anarquista –Yo vengo de París
Marx envió un telegrama a Hegel: amigo mío, yo me comí, llorando,
la cal blanca, la pared: una píldora en medio del anapesto imposible:
es la ciudad en marcha: vi la rosa de la Cábala –se extendía en mi habitación.
Yo me llamo lengua de madre –eso dijo la lengua y la niña soñaba.
Proletario es mi padre –yo te digo: no sabe escribir. Yo me llamo Pedro.
Yo me llamo tú, dijo el adolescente –la sierpe silbaba al borde del precipicio
¿le robaban el prepucio a un niño Pedro, una lengua de tierra,
las costas de África, el rocío de los diamantes en el bolsillo del diablo?

*

Yo te daré esta miel y este mal: ponte ahora a crujir; te daré este panal
de abejas asesinas; ponte ahora a cremar y a crujir; mete tus labios
en la ranura aquélla y di: rajar. Di: despertar
en otro meridiano –en la aridez de tu cama. Verás un hombre
troca en falo a otro–, una mujer rota, su pie en la espuma:
sus manos son copas. Su materialidad es copa. Dice palabras
¿qué nombre tienen? En su útero hay niñas –un cisne de celofán,
un cisne de papel de caramelo rojo – cada 28 días
cambia el sitio a las urbes. Y tú, allí, con tu máquina de afeitar,
tu áloe, tu radio irradiando la mesa ¿se trata de la rabia?
No se llaman muertos –no hay alguna manera. Los ricos son lo otro
di: nos termina concerniendo de un modo, asfixiándonos con esdrújulas
llenas de metal– esas sílabas con que se hace una imagen
ceros y unos– fonemas de fuel –arrojada a la playa–
morfemas de gases invernadero sobre el invernadero
ínfimo– de un ojo. Es un ojo y no se llama ballena;
la pupila es Jonás: grita desde adentro: ¡déjame ir! ¡Déjame ir!
dijo la muchacha a la otra que la miraba, oh, espejo del gimnasio.
Es tu currículum: 12 millones 883 mil 827: ¿cómo te llaman,
que vengo de París? Dime tu apodo al final del trazado.
Me llaman hora. Me llaman niña y Marx sueña conmigo.




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