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martes, 3 de febrero de 2015

LA TUMBA DE DIOS




Suceden cosas
tan extrañas
en mi pequeño país,
que si de verdad
hubiera cristianos
creerían, sin duda,
en la muerte
auténtica de Dios.

Un hombre,
por ejemplo,
es empujado
por lo gigante
de su hambre
y roba,
porque tiene
que robar.
Se le condena, luego
a veinte años
de cárcel.

Pensad
un momento lo que cuesta
saciarse el hambre:
¡Veinte años
encerrado
en 4 x 4 de metro!

Pero
los accionistas
principales
de los bancos
que perpetran
negocios
y cosechan aplausos
andan tranquilamente
por las calles.
Pensad
otro momento:
¿De dónde
sale tanta riqueza?
¿La han hecho
ellos,
quizá,
con el sudor
de su frente
y los callos
de sus manos?

Responded vosotros
la pregunta.

El comerciante
de la ciudad
principal que a las ocho
llega a misa
y a las once
busca el bar,
exhibe,
después de un devoto:
¡Salud!,
su boleto para entrar
al cielo,
si le toca morir
en sobresalto.
Señala terco
la firma del santo papa
y agrega reciamente:
«¡Me costó quinientas tusas!»

Yo sólo digo:
ellos tienen
todavía
la mitad del mundo
para viajar y emputecerse.

Pero el hambriento
principal
de mi ciudad
se quedará
si la bomba
lo sorprende
en su trabajo.

Algo es cierto de todo.

Jamás pasarán
por el ojo de la aguja
los camellos,
pero los ricos
han comprado ya,
sin negarlo,
el reino de sus cielos.

En verdad, pienso,
si hubiera cristianos
en mi pequeño país,
donde suceden
cosas tan horrendas,
creerían
en la muerte cierta
de su dios,
sin duda alguna.

¡Falsos cristianos,
la tumba de cualquier dios
está en vosotros!



OTTO RENÉ CASTILLO
(Del libro: Vámonos, Patria, a caminar, 1965)

Fragmento de la fachada de la Universidad de Salamanca.
Fotografía de Agustín B. Sequeros

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