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domingo, 5 de abril de 2015

Así, no (en efecto); paralizados en el tiempo



Sí, mi querido anónimo compañero, ese gesto, tu seriedad reconcentrada, y esa mirada podrían ser los míos; como la edad, creo; año más o año menos… La barba casi lo es, su perfil, al menos; y las canas lo son del todo… También la cachimba (aunque ahora ya no, hace tiempo que la dejé en un rincón de mi despacho…)
Sí, mi querido anónimo compañero, tú podrías ser yo perfectamente, por todo ello y, sobre todo, por esa rotunda y paradójica afirmación que incluye un NO subrayado, que llevas prendida en tu sombrero… No sabes –no creo que lo sepas– que es la misma contundente y paradójica afirmación que destaca en la portada de uno de mis últimos libros –sobre otra cabeza de otro anónimo compañero, aunque más joven que nosotros–, Memorias de un profesor malhablado
Así, no; en efecto, así no nos habíamos imaginado el futuro… Por todo esto que nos rodea, por algo así, por esta desazón y este lodazal en que hozamos, no luchamos en nuestra juventud, ¿verdad?
¡Oh, nuestra juventud!... Suspiro, a veces, junto con los amigos y los compañeros, de nuestra edad, que compartieron aquella lucha a brazo partido contra aquel nuestro pasado –tan presente ahora– y por un futuro lleno de bienaventuranza y felicidad para nuestro país y para el mundo entero; pues entonces, creo, nuestro país no era más que un trozo del mundo y no reconocíamos ninguna frontera para nuestros sueños… Sí, entonces no había fronteras, no las concebíamos, las habíamos derribado mental y vitalmente… ¿Cómo coño han vuelto las fronteras?
Y no digamos nada de la autoridad y de la justicia y la justeza de los comportamientos públicos; el mundo al que aspirábamos estaría presidido por el bien común, la decencia y la justicia social y política… Así, como es todo ahora a nuestro alrededor, no nos imaginábamos el futuro, ¿verdad?; de ninguna manera… El miedo reverencial a la autoridad no existía para nosotros; el respeto a la inteligencia y a la honradez, sí; eso sí…
A menudo pienso que entonces éramos de verdad libres, que nunca hemos sido más libres que entonces (otra fatal paradoja…) Hay que recordarlo ahora, y recordárselo a muchos, para que los que no conocieron aquella libertad y aquellos sueños sepan que entonces, por un breve tiempo, fuimos libres y que soñamos con un país y un mundo que no era este, que no era así…
Éramos libres contra todo y contra todos (ese es el origen de esa mirada, creo; toda la nostalgia acumulada en ese recuerdo y en esta decepción). Yo se lo digo a mis alumnos, de vez en cuando, cuando me preguntan por el pasado, por mi experiencia como estudiante. Nos subimos a las tarimas y las erradicamos de las aulas en los institutos y en la universidad… Recuerdo aquella primera huelga general de los estudiantes de Enseñanza Media, yo cursaba el primer COU que hubo, en el instituto Cervantes de Madrid; corría el año setenta y dos o setenta y tres; sí, dos o tres años antes de la muerte del Dictador, y logramos, unos cientos de jóvenes adolescentes, conseguimos parar, por primera vez en la historia de este puñetero e inacabado país, toda la enseñanza secundaria de entonces… Nuestros profesores nos contemplaban atónitos, como los policías que nos apaleaban y nos perseguían por las aceras y las esquinas, y como las autoridades del último franquismo, que no daban crédito a lo que veían; unos chavales cuestionando todo un régimen, moribundo ya, pero todo un régimen fundamentado en el temor; el que a nuestros padres tenía atenazados, el que nos habían querido transmitir a nosotros y que habían interiorizado ellos, tanto que no concebían un mundo, un país, sin el miedo ni la sumisión de los siervos…
Mirando el mundo y nuestro país, tal como tú (o yo) lo miras, me pregunto también a menudo si acaso ese miedo y esa sumisión de los siervos que nuestros padres interiorizaron no ha desaparecido nunca de nuestras almas. Ellos, los amos, los señoritos, son los mismos; quizás nosotros seamos los mismos también, los viejos esclavos, los viejos siervos que los sirvieron con temor durante generaciones; acaso por eso nos tratan con esa desfachatez prepotente, por eso nos mienten con el descaro que nos mienten, por eso nos roban así, como nos han robado siempre; por eso, también, los bendicen los que los bendecían entonces y los han bendecido siempre… Por eso, pienso, y se lo digo también a mis alumnos, podemos leer a Quevedo, a Larra, a Galdós, a Clarín, a Valle Inclán como contemporáneos nuestros… No sé si los que leerán estas líneas y te (nos) contemplarán en esa imagen congelada por Reiner entenderán lo que eso supone, que podamos leer a Larra o a Valle como contemporáneos; pero creo que tú sí, que por el cansancio reflejado en tu mirada lo entiendes perfectamente… Que entiendes que eso supone un tiempo histórico congelado, literalmente paralizado; dos centurias, tal vez cuatro centurias de tiempo histórico congelado para este país y para los súbditos de estas tierras… Si podemos leer a Larra como si fuese nosotros, es que la España de Larra es nuestra España; si podemos leer a Valle como si fuese uno de nosotros, es que la España de Valle es la nuestra; pero la realidad, la verdad es que han pasado dos siglos, o un siglo, desde sus respectivas Españas… Si nosotros podemos reconocer el Madrid de hoy en el Madrid de Larra (y no me refiero a la ciudad en cuanto entidad meramente arquitectónica; sino como la suma de esas tramas sociales, políticas y culturales que la constituyen verdaderamente) es que algo muy grave ha pasado, pues ningún lector inglés puede leer o se le ocurre siquiera leer a Dickens como un contemporáneo; el Londres de Dickens no tiene nada que ver con el Londres de hoy; el París de Victor Hugo o la Francia de Zola no tienen nada que ver con el París de hoy y la Francia de hoy (o no del mismo modo), pues en esos casos no ha habido esta parálisis histórica, este agarrotamiento que nos atenaza a nosotros, igual que el temor al Dictador atenazaba a nuestros padres.
Nuestros amos son los mismos amos, su ansia depredadora la misma; acostumbrados a la renta asegurada y al latrocinio perezoso y automático… Su incultura, radical, y su brutalidad, idéntica, son como una vieja alergia heredada de sus padres y abuelos –junto con sus fincas y sus pagarés– hacia el pensamiento y la acción productiva, que se ha transmitido en sus casas de siglo en siglo, como nuestro miedo y sometimiento se ha transmitido en las nuestras; de ahí que les dé igual la sangría de talentos o la parálisis general que nos aleja, una vez más, del pulso histórico general… ¿No expulsaron de este país a la inteligencia que no pudieron matar, hace setenta y cinco años?; ¿no lo hicieron ya mucho antes, hace dos siglos; o, por primera vez, hace quinientos años…?
Así, no (en efecto); paralizados en el tiempo histórico. Así, no; nos decimos. Así, no (y subrayamos el NO, al decirlo...) Así, no; habría que grabárselo a fuego en sus cuerpos y en sus almas… Grabarles a fuego, digo; pero si somos un pueblo de siervos, somos nosotros los que llevamos grabado a fuego nuestro número. ¿Para cuándo la venganza, si somos tan buenos, tan buena gente y tan pacífica…? (me pregunto, mirándote; contemplando esa mirada tuya tan reconcentrada y paciente…)
Ahora que veo desde mi balcón, en este tímido inicio del otoño, las primeras hojas muertas en las copas de los árboles que crecen a lo largo de las aceras, considero si no será ese nuestro destino, morir, que nuestra generación muera, que la generación de los siervos muera, y esperar que brote otra que se resista al temor y a la sumisión, y que sueñe, como la nuestra lo hizo, en un país y en un mundo presidido por el sentido del bien común, de la decencia y de la justicia… Y quizás para animarme o para reconfortar a los míos, quiero ver en las mareas que recorren nuestras calles el manto fértil en el que esa generación germinará… Pues, si no fuese así, nuestra marca, la Marca España, sería, acaso ya para siempre, Parálisis.

Matías Escalera Cordero. En: Marca(da) España. Retrato poético de una sociedad en crisis. Ed. Amargord, 2014


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