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viernes, 21 de agosto de 2015

EL TURISTA DE SÍ MISMO






Land Rover no patrocina este poema.
Este poema no lo subvencionará jamás el Waldorf Astoria,
ni el Hilton, ni el Spar de su barrio le ofrecerá jamás este poema.



La gente programa viajes a Eurodisney
ignorando que vivimos allí,
que Disneylandia existe
para que todo lo demás nos parezca real.

La certeza brutal de que el arte ha muerto,
de que nos alimentan con mentiras.

¿Cómo escapar entonces?

Mente mía, dije, construye ciudades
y construí una muy fea
y le puse por nombre París
y a sus habitantes les di el don de comunicarse
con solo dos palabras:
bonjour, que significa
¿aún estás aquí?
merci,
que significa
vete a tomar por culo.

En Quai des Celestin, comiéndome un bocadillo delante de la puerta de una biblioteca
encontré un pequeño buril de sílex, fue el mejor regalo que me hizo París
en una ciudad donde hasta encontrar a los muertos cuesta dinero.

¿Tal vez por eso harían aquí aquello del mayo del 68,
por lo caro que es todo y lo estúpida que es la gente?

Dos años antes había salido a la calle en Bilbao
una multitud de jóvenes con una pancarta en la que decía
¡QUEREMOS BAILE!
y se fueron de manifestación hasta que la policía los molió a palos.

Todo el mundo recuerda el mayo del 68
pero nadie sabe hoy quienes eran aquellos bilbaínos
que quisieron bailar en plena dictadura.

Hoy nadie lo recuerda,
no sabemos vender ni paellas.

Me decían que para conocer una ciudad hay que mezclarse con sus gente pero,
¿quién puede querer mezclarse con un turista?

A continuación me explican que lo que hay que hacer es ir de tiendas
y eso si me parece más congruente, más en la lógica del capitalismo
donde la única manera de conocer es, efectivamente, mezclarse con los objetos,
porque la gente no está ahí para mezclarse con ella
sino para utilizarla,
cuanto más gente utilizas más éxito tienes,
cuanto más gente utilizas más legal se vuelve todo,
mejor se justifican las masacres,
Hitler llegó al poder en unas elecciones democráticas,
el PP y el PSOE se suceden en el gobierno de la nación en elecciones democráticas,
los obreros son los únicos que no tienen suerte con la democracia.

Hemingway escribió que París era una fiesta
pero París solo es una cola.

Una cola en la torre Eiffel,
una cola en el Notre-Dame,
una cola ante la tumba de Morrison,
una cola en el Pompidou,
una cola en el Louvre,
una cola en Sacré-Coeur,
una cola en el Musée d’Orsai,
una cola en el Quai Branly,
una cola en la Sainte Chapelle
y cerrado desde hace años el Museo de las curiosidades y la magia.

¿Cuándo la cultura fue amiga nuestra?

¿Qué buscamos en estos sitios, placeres estéticos?

Nuestro único placer debería ser dejar de pisotear a los demás,
a partir de ahí podríamos hablar de paraíso.

La cultura no nos los va a dar mientras sigamos buscando en ella fetiches,
consumismo pasivo, predicaciones sobre falsas formas de felicidad,
mentiras con que consolarnos ante nuestra triste realidad de pateadores de cabezas
y súbditos sumisos del estado de las cosas, de  lo que el mercado
quiera dar por nosotros, cuando le plazca,
lo mismo que hizo con los que ahora cuelgan en los museos.


Venden humo, los franceses, en París,
pero a qué precios.

Seguiré buscando en otra parte.



Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre. Ed. Amargord, 2014

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