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jueves, 29 de octubre de 2015

AUTOCONSTRUCCIÓN (XII)




Bajo el capitalismo el nudo sobrevivir, la mera existencia –poder cubrir las necesidades básicas— depende de ganar un salario; y el acceso al salario está en manos de una oligarquía. Los propietarios de los medios de producción pueden decidir si emplean o no a los trabajadores y trabajadoras; y tienen, así, poder de vida y muerte sobre la mayoría de los integrantes de la sociedad.

(...)

En Europa un largo proceso de luchas y negociaciones, conflictos y acuerdos, condujo –desde finales del siglo XIX, y sobre todo en el XX— a una nueva forma de ciudadanía social ya no asociada a la propiedad privada, sino a lo que cabría llamar –con Robert Castel— propiedad social: un conjunto de protecciones y garantías asociadas con la condición salarial. Pensiones de jubilación, protección frente a la enfermedad o el desempleo, acceso a los servicios públicos: un soporte de derechos y acceso a servicios no mercantiles que van a funcionar como un equivalente de la propiedad privada para garantizar a trabajadores y trabajadoras el mínimo de seguridad y protección necesarios para que la ciudadanía sea algo más que una palabra huera.[1]

“A falta de ser propietario de bienes, el trabajador se vuelve propietario de derechos. (...) Es el colectivo el que protege al individuo que no está protegido por la propiedad.[1]

Se lucha contra el sufragio censitario y la ciudadanía se democratiza: es el ideal del Estado social y democrático de derecho que se materializa parcialmente en algunos lugares (¡pero sobre la base de cuatro siglos de historia colonial, no lo olvidemos nunca!), sobre todo en los tres decenios posteriores a la segunda guerra mundial.



Jorge Riechmann. Autoconstrucción. La transformación cultural que necesitamos. Ed. Catarata, 2015






[1] Robert Castel, “El desafío de convertirse en un individuo”, op. cit., p. 314.



[1] Uno diría que el ansia de posesión enraíza en nuestra biología a través de la satisfacción de las necesidades básicas (sexo, alimento, cobijo, etc). Poseer (prototípicamente, un territorio productivo) nos otorga cierta seguridad: confiamos en que los recursos poseídos nos permitirán satisfacer nuestras necesidades básicas. Pero supongamos que nuestra organización social nos otorga esa garantía: entonces desaparece el motivo para desear propiedades. Podemos seguir por inercia encarrilados en un fetichismo de la propiedad privada, pero viviríamos mejor si fuéramos capaces de prescindir de él. De forma apodíctica: si existe una buena seguridad social, la propiedad privada no tiene razón de ser. (La otra gran cuestión es, claro, el afán de dominación...)

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