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miércoles, 6 de enero de 2016

EMANACIÓN





y el Anciano de muchos días se sentó...
Su trono era llamas de fuego.
Un río de fuego procedía y salía de delante de él
y le servían millares de millares

Daniel, 7. 9-10

 El anciano de los muchos días
escuchó a la tierra implorarle:
-He derrumbado demasiados cadáveres
estoy harta y agotada.
¡Padre, haz que esto cese!

El anciano de los muchos días
escuchó a los pájaros cantando el nombre de Dios
desde el amanecer hasta el ocaso
y se sintió conmovido como pájaro y como canto.

El anciano de los muchos días
vio a un mono engreído escribir:
He llegado hasta el fin del universo,
y batió las palmas entre risas
porque le estaba haciendo cosquillas
en los dedos con el lápiz.

El anciano de los muchos días
vio en el Congo
a los indígenas quitar el techo de sus chozas
para dejar vía libre a las monedas de oro
que harían llover sus antepasados
y una mueca de compasión se dibujó en el cielo.

El anciano de los muchos días
vio a Gorakhnath
buscar en el libro de las suertes
el nombre de su señor Matsyendranath
y borrarlo de entre la lista de los muertos.

El anciano de los muchos días
vio que los mil ojos de Indra
veían a través de su solo ojo
y se regocijó de todo lo visto.

El anciano de los muchos días
se sentó a cantar con Homero
los trabajos del paciente Odiseo
en los banquetes donde el vino
hacía olvidar todos los males
y se sintió satisfecho con lo cantado.

El anciano de los muchos días
vio a Mahakashyapa soplar
sobre los pétalos de la rosa de los vientos
y se sonrió con todos los budas del presente,
del pasado y del futuro.

El anciano de los muchos días
escuchó predicar a Pitágoras
que el verdadero sentido de la vida
consiste en no necesitarlo
y abrió todas las fuentes de la misericordia.

El anciano de los muchos días
vio a Ibn Al Faridh
escribir que cuando Alá está ausente
sus ojos lo veían en todo cuanto es hermoso
y se reconoció en toda la belleza.

El anciano de los muchos días
escuchó predicar a Yalal al Din Rumi
que la felicidad es unirse
a lo que penetra por todas partes
y alcanzar el Palacio de Ninguna Parte
donde las cosas son idénticas
y se recoge sin fin lo ilimitado.

El anciano de los muchos días
soñó con Zhuang Zi que soñaba
que era una mariposa
y con una mariposa que soñaba
que era Zhuang Zi
y todos los sueños se abrazaron amorosamente
en su transmutación.

El anciano de los muchos días
vio a Juan Ramón Jiménez
obtener la certeza de la naturaleza inextinguible
del continuum mental
y se fundió con él en una alegría serena y beatífica.

El anciano de los muchos días
escuchó a Juan Antonio Mora
decirle a su mujer por teléfono
que esto no se acababa nunca
y pego su oreja a la del poeta
que había comprendido el sentido de la fiesta.

El anciano de los muchos días
vio al soldadito del amor tranquilo
adornarse con flores
para reivindicar la vida como único tesoro
y extendió sus manos para apartar de él
toda podredumbre.

El anciano de los muchos días
escuchó a Paco Calamonte decir
que nosotros no respiramos
sino que la vida respira a través nuestro
y aspiró la dicha completa de su ser.

El anciano de los muchos días
vio a Dogen indagando en sí mismo
hasta olvidarse de sí mismo
y ser iluminado por todo lo existente.

El anciano de los muchos días
escuchó predicar a Nisargadatta
que nunca hubo ni habrá
una persona despierta o iluminada.

El anciano de los muchos días
vio al maestro Eckart feliz porque al no buscar nada
había encontrado lo que andaba buscando.

El anciano de los muchos días
escuchó a William Law diciendo que no había errores
sino falta de amor
y asintió tres veces con la cabeza.

El anciano de los muchos días
vio a Walt Witman con lágrimas en los ojos
porque aquí, allí, en todas partes
reinaba la pureza y todo era sagrado.

El anciano de los muchos días
vio a Aldous Huxley
escribir que el Buda era el seto del jardín, las flores
y cualquier cosa en la que fijara la vista.

El anciano de los muchos días
vio el dolor del que quería ser todas las cosas
menos lo único que podía ser
un hombre.

El anciano de los muchos días
vio a la mente buscando migajas de carne,
de espíritu, de entendimiento, de eternidad, de realidad, de palabras
y se conmovió porque todas esas búsquedas conducen a la decepción.

El anciano de los muchos días
escuchó decir a un sepulturero
que había enterrado muchos cadáveres
pero que jamás había enterrado sus deseos
y su gozo continuó haciendo brotar la vida
por todos lados


sin fin.



Antonio Orihuela. Salirse de la fila. Ed. Amargord, 2015

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