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domingo, 15 de mayo de 2016

ESTABAN TAN HECHOS A PERDER


para Afredo Grimaldos,
que lo cantó más largo

En el cante flamenco no hay play back, no hay canción,
hay destellos, fogonazos, momentos, regalos
en la garganta de los que tienen poder de transmisión
que de pronto sienten un pellizco por dentro
y empiezan a gritar para llamarse así mismos.

Hay mundo grande y pequeño, cuevas, chabolos,
patios de vecinos, tabernas, fiestas familiares
donde arde la memoria y el fuego
de la toná, la seguiriya, el romance, la liviana.

En el cante hay jondura, marginación, rebeldía
y comunismo libertario,
cárse y cajitas estemplás,
persecución, palos, alaridos,
desolación y dolor individual sin respuesta
de quien hace suyas las amarguras de todos los otros.

Hay campo andaluz, Bakunin
y Primera Internacional.

Maldito sea el dinero
y el hombre que lo inventó.

Hay motines del hambre, trabajo, explotación
y levantamientos populares.

Minero, ¿por qué trabajas?
si pa ti no es el producto;
pa el rico es la ventaja
y pa tu familia el luto.

Hay individualismo
y sentido de la Anarquía.

Quieres, Martín que yo cante
al clero y la monarquía;
¿no comprendes, ignorante,
que esa opinión no es la mía?
¡Que vaya el nuncio y les cante!

El cante flamenco es Corruco de Algeciras,
Niño de la Huerta, Cepero, Manuel de Paula,
Vallejo, El Carbonerillo, El Turronero,
Luis Caballero en capilla
y El Chato de Las Ventas fusilado por los fascistas
tras caer prisionero en el frente de Extremadura.

¡Qué bonita está Triana!,
cuando le ponen al puente
bandera republicana.

Angelillo, Sabicas, Niño Utrera, La Argentinita,
Pilar López y Miguel de Molina
marchando al exilio.

Por tierras desconocías
pasa fatiga y suores,
la tierra donde ha nacío
pa coto de cazaores.

El cante flamenco es El Bizco Amate
cincelando fandangos por un plato de comía
y viviendo de la limosna debajo de un puente.

A mí me preguntó un juez
que de qué me mantenía.
Yo le dije que robando,
como roba usía.
¡Pero yo no robo tanto!

El Bizco Amate, el anarquista irreductible
que decía que los Usía, Vuecencia y Excelencia
son los enemigos políticos del pueblo.

Me lo cogen y me lo prenden
al que roba pa sus niños,
me lo cogen y me lo prenden.
Y al que roba muchos miles
no lo encuentran ni los duendes
ni tampoco los civiles.

El flamenco es Antonio El Arenero,
Manolito el de María, El Torta,
El Negro del Puerto
y Diego del Gastor.

Son problemas con el franquismo,
indiferencia hacia el dinero,
desprecio por los bienes materiales,
rechazo a cantar pa los señoritos.

Cuando llegará el momento
que las agüitas vuelvan a sus cauces,
las esquinitas con sus nombres,
ni reyes, ni roques, ni santos, ni frailes.

El flamenco es la Paquera de Jerez, la Piriñaca
y la Niña de los Peines
buscándose la vida con ocho años
en cualquier fiesta de pudientes
donde les dieran dos reales pa matá el hambre.

Quisiera yo  renegar
de este mundo por entero,
volver de nuevo a habitar,
por ver si en un mundo nuevo
encontraba más verdad.

El flamenco es Joaquín el de la Paula,
Manuel Torre y Pepe Marchena
enterrados de caridad
porque el día que se murieron
su familia no tenía ni pa comé.

Mi pare y  mi hermano Diego,
zapateros como yo.
Y en casa de zapatero,
descalcitos andamos tós.

Y todos los otros con sus malas noches,
las juergas de los señoritos
que pagaban o no pagaban,
la vida terrible
de Luis de la Pica,
al que le quemaba el dinero en las manos.

Aceitito que le echaba
peacito pan que tenía,
al candí se lo quitaba.

Manuel Rodríguez Brillantina
asesinado por unos señoritos que le tiraron
de un coche en marcha en La Línea de la Concepción.

Mañana cuando yo muera,
no me vengáis a llorar,
nunca estaré bajo tierra,
soy viento de libertad.

El Niño Ricardo, El Chaqueta
y Manolo el de Huelva
esperando en las ventas cada noche
a que llegara un borracho con ganas de fiesta
y les diera de comer.

Yo andaba pegando
bocaos al aire:
unas veces de rabia
y otras de jambre.

El Gallina con barba de varios días,
en zapatillas de paño por la que se le salen to los deos,
con un abrigo raído bebiendo de un vaso de cartón
y comiéndose una hamburguesa en el Wendy
poco antes de morir.

Olivaritos del campo,
¿quién los varea?:
veinticinco chiquillos
y una correa.

Bambino sin un duro
después de haber vendido miles de discos
enfermo, descompuesto, fatigado,
preso del tumor de garganta
que acabaría con su vida,
y que ya no le dejaba hablar,
recorriendo radios y televisiones donde nadie lo conocía
para promocionar su último disco.

Ahí está la pared…

El Niño Miguel, loco, olvidado,
mendigando con una guitarra rota de tres cuerdas
por los bares de Huelva.

¡Maresita de mi arma!
¡Dios mío! ¿Qué será esto?
Durmiendo en un reondelito
como si yo fuera un perro.

Camarón en las últimas, ayudado por El Güito
para subirse al escenario de la Plaza de Toros de Nîmes,
sentarse en una silla
y quedarse una hora acariciando duquelas.

A qué me das esos palos.
¿Qué daño te he jecho yo?
Si me he quedao dormío
er sueño rinde al león.

Fernanda y Bernarda asomás a las ventanas
del rascacielos de New York donde vivían
y preguntando ¿por dónde caerá mi Utrera?

Calle e la porvera
no serás tu calle
sino montonsitos e arenita y tierra
que se los yeva el aire

José Menese, diciendo que jamás va a cantar otra cosa,
porque él canta pa cambiá er mundo
-el mundo que es hoy una confusión
donde solo manda el dinero-,
y quejándose de que a él
no lo han sabido aprovechá ni los suyos.

Que la Virgen nos ampare,
que ahora cuidan el rebaño,
con los mismitos collares,
los mismos perros de antaño.

Paco de Lucía agredido en la Gran Vía
por un grupo de fascistas
que intentaban pisotearle las manos.

El Cabrero,
encarcelado por cagarse en Dios en una actuación,
censurado en la televisión desde que existe,
cantando fandangos rojos y negros
en su centenario de la CNT.

Nos enseñan a matar,
mucho antes que a sembrar un árbol,
nos enseñan a matar,
y a los que nos rebelamos
sólo nos queda gritar:
¡Ni guerra, ni dios, ni amo!

Antonio Gades mirándonos en estatua con el puño cerrado
bajo los soportales de la plaza de la Catedral de La Habana
y Carmen Amaya que nadie sabe dónde está enterrá,
y Toronjo que, como el lince,
estaba hecho de una pasta que hoy ya no existe.

A todos, para todos vosotros,

tan acostumbraos a perder,

hombres y mujeres
con la voz y el son de todo un pueblo,
este homenaje, este epitafio
igual al que le escribieron a la bailarina de Cádiz
hace dos mil años:

Que la tierra os sea tan leve
como vosotros lo fuisteis sobre ella.


Antonio Orihuela. Palos. Ed. La linterna sorda, 2016


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