Páginas

martes, 20 de septiembre de 2016

EL MONOMITO




Tal vez sea cierto, como afirma Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, que siempre estamos contando la misma historia de forma variable y sin embargo maravillosamente inmutable, junto con la excitante y persistente sugestión de que siempre nos quedará por saber algo más, algo que no es contado o que, sencillamente, no es sabido.

Por todas partes los mitos del hombre, la entrada secreta a la creación, a lo asombroso, al misterio. Mitos hechos de símbolos, productos ni inventados ni suprimidos, instrumentos que siempre han estado ahí, resortes que activan la mente y que llevamos dentro, intactos, y que por eso mismo están por todas partes, presentados de muchas formas, a veces bellamente engalanados, complejos; otras, rudimentarios pero vivos, atravesando el tiempo. La última versión de lo que nos disponemos a contar se ha representado esta tarde en una plaza de toros. Teseo y el Minotauro. La Cueva de las Monedas. Jalones de la gran aventura de la noche encantada, del rito de iniciación donde se produce la separación formal, ritual y radical, con una vida que queda así atrás, ya para siempre.

A Dédalo le dieron un ovillo de hilo de lino, el cual debería ser amarrado a la entrada por el héroe y desenrollado conforme avanzara por el laberinto. El joven que hace doce mil años penetraba en La Cueva de las Monedas lo hacía acompañado de un rudimentario candil de grasa de tuétano. Poca cosa para que ambos se enfrentaran con el monstruo que habitaba en el laberinto, pero sin ello la aventura es desesperada.

Tanteando entre las rocas del laberinto de piedra, por la oscuridad de sus muchas galerías, el muchacho magdaleniense avanza pensando en matar al bisonte. Los hombres del clan le han despedido en la entrada de la cueva, han conjurado a los espíritus ayudantes y han vuelto a sellar el acceso. Fuera y dentro de la caverna reina la noche. 

El deseo de cazar al bisonte lo hará superar sus miedos que han estallado al entrar en este nuevo mundo insospechado, oscuro, odioso y terrorífico donde vive la bestia; el deseo lo conducirá hasta él. A través de las paredes descubre con fascinación a sus guías totémicos, los animales pintados le dicen que está en el buen camino. Tiene que seguir avanzando, el gran toro no tardará en aparecer. Todo su mundo ha sido ahora subsumido en este laberinto, en esta región desconocida, fatal y peligrosa. A su alrededor se arraciman los fluidos extraños y los seres polimorfos, pero aquí también se encuentra el tesoro que viene buscando para sí y para su clan. El joven busca entre las sombras equívocas la figura del monstruo, se pierde, penetra en estrechas galerías que no van a ninguna parte, retrocede, se infunde valor a sí mismo, sabe que no puede huir, no puede fallarle a su clan, lleva sus amuletos protectores contra la fuerza de la fiera que debe aniquilar. De nuevo en la cámara principal, mira hasta donde el candil de grasa le deja ver; busca nuevas pistas, alguna huella. Las sombras inquietantes lo rodean aquí y allá, pero ninguna es la bestia que busca y que sabe que le espera. A veces tropieza con una roca, otras encuentra un hueso o un trozo de madera; el frío es intenso, besa su talismán de plumas de águila y, por tres veces, se golpea la frente con él, recita una fórmula mágica y continúa su exploración, reconfortado por la fuerza protectora que emana de su corazón y que horas antes le ha infundido el hechicero junto con los amuletos y los consejos fraternales. Con todo ello domina su terror, controla el pánico repentino, el estremecimiento ante el peligro inminente. Está preparado y lo sabe, sus cinco sentidos están despiertos y dominados; no será vencido, se dice, mientras extiende hacia las sombras su candil y su lanza.

En su cabeza bailan las parejas de contrarios (ser y no ser, la vida y la muerte, la belleza y la fealdad, el bien y el mal, y todas las otras polaridades que atan las facultades a la esperanza y al temor y ligan los órganos de la acción a los actos de defensa y de adquisición). Así va el héroe, liberado de su ego, a través de las paredes del mundo, ahí tendrá que dejarlo para seguir adelante. Dentro de la cueva es vivificado por el recuerdo de quién y qué es, o sea, polvo y cenizas a menos que alcance a la bestia. Está en el viejo vientre del mundo; cuando pase la prueba y retorne, lo hará como renacido; habrá atravesado todos los antagonismos fenoménicos; lo increado y lo imperecedero permanecerán allí, ocultos de nuevo en el interior de la cueva, y él saldrá al exterior. Habrá cumplido su misión y ya nada habrá que temer ni dentro ni fuera del mundo.

Tanteando, avanza por la oscura cavidad hacia el centro de la gran sala; tras un recodo observa extasiado caballos, renos, cabras, bisontes, ciervos y osos pintados en la pared. La parte más difícil de la aventura empieza ahora, cuando las manifestaciones extraordinarias del mundo subterráneo se abren ante él. Ha llegado a los territorios de caza de los espíritus; los hombres le habían dicho que formaban un gran círculo protector alrededor del gran bisonte, sabe que está en el buen camino, que pronto tendrá que disponer de su lanza para herir al animal, pero no sabe que él y la bestia no son diferentes especies, sino una sola carne; que el que ha de morir para ser expulsado a una vida nueva es él.

El muchacho matará al bisonte y cumplirá con el ritual, con el tránsito que le asegura un lugar entre los hombres que le esperan ansiosos, expectantes, en la boca de la cueva. Matará al bisonte y con él se matará a sí mismo, al niño que fue; saldrá de la cueva como hace años del útero materno, renacido. Desde la soledad y la penumbra será expulsado al mundo. Los hombres lo esperarán con música, con guirnaldas, con gritos de alegría. Ha superado la prueba; ha podido con el gran bisonte, con la oscuridad, con el frío, con las simas profundas, con el laberinto de piedra. No se distrajo, pronunció un terrible alarido y arrojó con furia su afilado venablo. Mató a la bestia y vuelve victorioso. Rompe el día y él ha experimentado la iluminación perfecta; ya ni teme ni desea, ahora es lo que ha deseado y lo que ha temido, un conocimiento que no ha de ser comunicado, un bien que significa la renovación de su comunidad.

La aventura se repetirá del mismo modo a través de los milenios. Es el destino de todo joven expuesto a los ritos de tránsito. Primero la separación o partida, el cruce del primer umbral, la entrada en la cueva, o sea, el paso al reino de la noche y lo desconocido. La prueba de la iniciación después, con el camino, el laberinto, hasta el encuentro con el monstruo, el peligro, la superación de la prueba y el regreso apoteósico. Ya posee los dos mundos, el físico y el espiritual. Ha demostrado sus cualidades extraordinarias, será honrado por su gente. El misterio del mantenimiento del mundo ha sido representado y la vida ha sido renovada, pero estas pruebas representan solamente el principio del sendero largo y verdaderamente peligroso de las conquistas iniciadoras y los momentos de iluminación. El don traído de las profundidades trascendentes se racionaliza con rapidez y se aviva la necesidad de que él u otros héroes renueven el mundo.


En medio de los deberes sociales, otras pruebas, a lo largo de los años, se presentarán para ampliar la conciencia; quién sabe cuántas victorias, cuántos éxtasis pasajeros, revelaciones y reflejos momentáneos de la tierra maravillosa obtendrá el héroe hasta llegar al final de su exilio en este mundo, cruce el océano de la existencia, y se incorpore al estuche de la eternidad intemporal del que ya tiene el recuerdo. No tengas miedo, nos dice Shiva mientras baila ante nuestros ojos la danza de la destrucción universal. Las formas que vienen y van, una de las cuales es vuestro cuerpo, son los reflejos de mis miembros que bailan. Conóceme totalmente y no temas, porque en el centro todo está en calma. 


Antonio Orihuela. La caja verde de Duchamp y otras estampas cifradas. Ed. El Desvelo. Santander, 2016

contacto: http://www.eldesvelo.com/

3 comentarios:

  1. Que bello texto Antonio, cuando fui a Creta hace años la primera vez, buscaba el laberinto ( risas) lo buscaba físicamente, lo de los dualismos...buscar adentro y morirse, que no nos queremos morir...y hay que morirse bailando...cómo me gusta lo que dices y cómo lo expresas, Ay el centro, que reto ese de encontrarlo y no volverlo a perder. Un abrazo. Inés. Buscaré ese libro ...me hace falta

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Inés, gracias por tus palabras, sin querer te respondo con el segundo texto. Besos.

      Eliminar
    2. Gracias Inés, gracias por tus palabras, sin querer te respondo con el segundo texto. Besos.

      Eliminar