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jueves, 22 de septiembre de 2016

LAS PUERTAS DE SAN JERÓNIMO -fragmento del texto-


 
Misticismo, interiorización de la religiosidad, recogimiento y tolerancia hacia las otras formas de búsqueda religiosa de Dios que casarán mal, primero, con la Iglesia de los Borgia y los Médicis, y peor, después, con la ortodoxia superficial y vacua del ritual tridentino, férreamente vigilado por el poder inquisitorial, lo que llevará a la Orden de los Jerónimos a desaparecer a mediados del siglo XVIII.
Antonello da Messina lo pinta, en 1475, suspendido en una tarima, un cubo geométricamente tallado que simboliza el mundo intelectual, la virtud y el conocimiento, que lo aísla de una serie de animales salvajes que, incomprensiblemente, se pasean libremente por la estancia. En realidad, los animales representan al inconsciente, con sus impulsos y pasiones, aquí manifiestamente dominado, pero no por ello dejan de ser inquietantes. La celda o cámara del santo es la alegoría de la vida interior del sabio, todo en él respira tranquilidad, pero por qué entonces representar tantas y tan numerosas estancias y espacios desasosegantes, en tanto que escapan de nuestra visión y de cualquier posibilidad de predecir qué puede suceder o qué podría irrumpir en la escena principal, desde ellos.
En realidad, como si de un cuadro cubista se tratara, los planos en el cuadro de Messina son tratados a modo de emblemas que representan, cada uno de ellos, un nuevo retrato no ya del personaje consciente, sino de sus formas  inconscientes. Así, el león, más allá de su identificación con el santo en la leyenda áurea, es aquí una alegoría de Dios que nos habla del éxito con que será coronado el esfuerzo intelectual del santo, es decir, que Dios le ronda y el encuentro con él es más que previsible, pero también el león expresa la soledad y la fuerza espiritual que supone este ejercicio. El pavo real insiste en este mismo sentido, pero al tener la cola recogida indica que estos objetivos aún no han sido alcanzados; de ahí la presencia de la perdiz, símbolo del demonio que, como aquélla arrebata los huevos de otros animales, arrebata el alma de los débiles y del gato que representa a la mujer y el pecado. Los pájaros, posados o volando en los ventanales del fondo, sugieren espiritualidad, sublimación de deseos terrenales y ansia de elevación; los planos curvos de la composición aluden al mundo cósmico y, en suma, cada uno de los lugares e imágenes parece acercarnos así a una de las primeras visualizaciones de las Ars memorativa o tratados de la memoria artificial que se utilizaban en los monasterios de forma regular, y que San Jerónimo tanto había recomendado a sus estudiantes de retórica para desarrollar la memoria mnemotécnica a través de leyes de asociación que permiten trazar discursos memorizados mediante estas imágenes que tienen que ver con los caminos que llevan al cielo o al infierno. En suma, nada hay de aleatorio o decorativo en este teatro de la memoria, en esta escena de la mente.
La tabla de Messina San Jerónimo en su estudio se nos presenta así, no como una ventana por la que asomarnos a una escena, como habitualmente ocurre en el canon gótico, sino como una puerta que separa el mundo de la realidad y el de la visión a través de la presencia de lo simbólico. En él podemos aventurarnos de vez en vez, sin captar jamás la intención completa del conjunto, porque su estructura, multiplicada como un juego de espejos hacia lo infinito, no nos permite otra posibilidad. La sensación general es que traspasamos, por cualquiera de los planos espaciales disponibles, una parte del universo simbólico, para terminar devueltos, angustiados, inquietos, de nuevo frente a la tabla, delante de unas puertas invisibles donde la celda recorrida cada vez, más que la de San Jerónimo, parece haber sido la nuestra.  


Antonio Orihuela. La caja verde de Duchamp y otras estampas cifradas. Ed. El Desvelo. Santander, 2016

contacto: http://www.eldesvelo.com/


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