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viernes, 27 de enero de 2017

2 poemas de EL GRITO EN EL CIELO de JAVIER GALLEGO "CRUDO"





II

Recuerdo incluso que lo escribiste en la pared del baño
con letras mayúsculas:
NO ME ROMPAS
como una advertencia
como una plegaria
como un ruego
un salmo
un secreto
una promesa
un deseo
un temor
nuestra contraseña
nuestro salvoconducto
nuestro toque de queda
nuestro pacto de sangre
nuestro tratado de paz
nuestra declaración de guerra
nuestro campo de batalla
nuestra rendición voluntaria
y nuestra incontestable victoria
tras la invasión y anexión
de nuestras mutuas fronteras
territorios
castillos
costas
banderas
y población
a partir de entonces también
nuestra proclamación de independencia
nuestra reclamación de democracia
nuestra apertura de aduanas
nuestro cierre de filas
nuestro alistamiento
nuestro armisticio
nuestra amnistía
nuestra liberación
pero también
nuestra cobardía
nuestra mutua desconfianza
el miedo a una traición
a un golpe de Estado
una revuelta
un alzamiento
la sedición
y por eso
un juramento
un mandato
un convenio
un contrato
una alianza
un decreto
un estatuto
un mandamiento
una ley
nuestra carta magna
nuestra carta blanca
nuestro código penal
nuestro poder judicial
nuestro jurado
nuestro fiscal
nuestro abogado
nuestro testigo
y nuestro juez
y nuestra libertad condicional
y nuestra libertad incondicional
y nuestra libertad vigilada
y nuestra libertad sin cargos
y nuestra libertad de movimientos
y nuestra libertad de sentimientos
y nuestra libertad de remordimientos
y nuestra libertad de apasionamientos
y nuestra salvaguarda
y nuestro guardaespaldas
y nuestro sistema de vigilancia
pero no como una coraza
sino como una caricia
como una espada tal vez
como un escudo también
nuestro escudo de armas
nuestro emblema
nuestra marca
nuestro sello
nuestro lema
y nuestro dilema
así que resumiendo
se convirtió para los dos
en nuestra ética
nuestra estética
nuestra poética
nuestra política
y nuestro código de honor:

“No me rompas,
por lo que más
quieras,
no me rompas”.

Como dos guerreros feroces
que antes de destrozarse
con sus propias manos
se jurasen respeto
se pidiesen perdón.







III

Tus ojos marcaban las horas, los míos pararon el tiempo
por entonces las palabras pesaban
como el hielo sobre las hojas
ahora no tanto
ahora ya no
pero entonces
tu voz se rompía como la escarcha
en la garganta de una mosca
con un crujido tan tenue
que me hacía temblar
igual que un pájaro enfermo
me despertaba la sangre
me magullaba los huesos
me rasguñaba la piel
me reventaba la carne
con cada acento
ahora no tanto
ahora no sé
pero entonces
caía sobre mis hombros
como la luz sobre las cosas
sobre las que se posa sin posarse
le daba calor a mis silencios
sombra a mis sudores
frío a mis fiebres
fiebre a mis destierros
hambre
entonces tu voz me daba hambre
hambre de hambre
un hambre implacable
inagotable hambre
de cada uno de los sonidos
que salían de la caja de tu cuerpo
como del cuerpo de un contrabajo
tu voz áspera y bemol
que hacía que el aire se incendiase
me daba hambre de más voz
de la música recóndita y frágil
que salía de tu alma de violonchelo
y sonaba como madera que arde
ardía mi cuerpo al oírte
mis músculos se tensaban
como la mano en el mástil
con el rumor de tus gestos
el acorde de tus silencios
y el delicioso desacuerdo
entre tus ojos irremediablemente tristes
y la alegre melodía de tus pestañas
cuando mirabas más allá de ti
 a mí
 como si fuera un paisaje
sobre el que pisabas por primera vez
derramando tu mirada
sin pedir explicaciones
como el aire se posa en el agua
como la luz sobre las cosas
como tu voz en las palabras
que entonces flotaba
se dejaba llevar por ellas
y se acostaba suavemente
entre las sílabas y los fonemas
ahora no tanto
ahora ya no
pero entonces
se entregaba en cada letra
que es exactamente la razón
por la que sonaba quebrada
ahora también
pero ahora se quiebra
porque no puedes más
porque te duele, lo sé
porque empujas las palabras
cuando salen de tu boca
como si odiasen decir
entonces no
entonces dejabas escapar el aliento como liebre
como la brisa que se mueve entre las rocas
dabas agua a las palabras que tenían sed
les dabas la leche de tu pecho
les dabas fe
ahora tienes la garganta seca
tu voz suena rota
hueca la caja de tu cuerpo
cuando me dices
cuando me imploras
“no me rompas, déjame”.
Son palabras que paran las horas
para siempre
sin remedio
son palabras de duelo
un pésame prematuro
que me niego a recibir
me niego a velar nuestros restos
porque ni tú ni yo
 que hemos llegado hasta aquí
como dos huérfanos que no tienen a más nadie
estamos dispuestos
a darnos por vencidos
por mucho que hayamos roto
mil veces, mil,
el juramento hipocrático
 no estamos dispuestos aún
 a ponerle fin, al contrario,
porque sólo cuando nos rompimos
sólo cuando palpamos la herida
cuando olimos la muerte
y escuchamos el llanto,
comprendimos cuánto
cuánto podíamos perder,
cuánto.


Javier Gallego "Crudo". El grito en el cielo. Arrebato libros, 2016
Fotografía de Masao Yamamoto

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