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domingo, 5 de febrero de 2017

QUÉ FUE DE BOB MARLEY




Qué fue de Bob Marley, los libros clandestinos,
el cine de Pier Paolo a quien después mataron en una playa.
Qué fue de aquel niño, alter ego del propio Truffaut,
sufriendo los cuatrocientos golpes de la vida;
qué fue de Kubrick, el mago,
que filmó con delirio la comedia humana,
qué fue de Marilyn, a solas con los barbitúricos,
dulcísima flor de los orfanatos, yo te amo,
qué de Fassbinder  ―genio atrabiliario― que hizo suyas
las amargas lágrimas de Petra von Kant,
y qué las películas de David Lynch con extrañas atmósferas
―habitaciones separadas por un fino cristal,
sueños que se repetían como una obsesión―
para que a una hora cualquiera de mi juventud
arrojaran a los tigres la piedra de los sueños.

Y había destellos de neón en el centro de Tokio,
como en ese club donde Scarlett Johansson y Bill Murray
coincidían con su soledad de disidentes,
y había anuncios de televisión en los hoteles de carretera,
aterrizaje de aviones en el aeropuerto internacional,
taxis amarillos portando a prostitutas y boxeadores hasta Mulholland Drive
bajo la luna convexa de las alucinaciones.

Qué fue del reverendo Mitchum, paz, hermano,
a quien para huir le clavaría un alfiler en los ojos;
qué fue de Lillian Gish, su expresión increíble,
mitología que no volverá como no volverá Carmen Gómez
―musa de Monroy entre las azucenas―;
qué lejos los fotogramas en blanco y negro del acorazado Potemkin,
la revolución de Octubre contra los zares,
la marcha de los 150.000.000 que preconizaba Maiakovski.

Qué fue de Scotty, abandonado en el vértigo,
                             Tom, a pesar del alcohol, salvando los caballos,
                            dejando sonar la música hasta la madrugada,
                              
para olvidar lo que no es posible olvidar,
en las noches en blanco se oye mi corazón.

Mientras tanto, en las grandes praderas,
Leonard Cohen manchaba de púrpura el aire,
qué fue de la Creedence Clearwater Revival
cuyos hermanos Fogerty dijeron setenta veces siete a Nixon
que había que parar la carnicería de Vietnam,
qué fue de los Doors sonando sobre el río Mekong
                             mientras los helicópteros transportaban cadáveres
                             cubiertos con la bandera americana,
                             dónde estabas, Bob, que no escuchamos tu respuesta en el viento,
                             dónde estabas, Mick, negociando con la industria,
éramos como fantasmas escuchando a Janis Joplin;
qué fue de Triana, melodía profunda en el desayuno,
qué fue de Leño, los Burning, Deep Purple,
gente quemando adrenalina en un recinto hípico.

Qué fue de mi generación, pacífica y verbal,
sorprendida a media luz en los bares de moda,
que había escuchado campanas en la socialdemocracia
pero ha acabado entregada al capitalismo,
qué fue de aquello que un día tanto amamos,
Rimbaud, grabando a buril su nombre en la pirámide de Luxor,
Lautrèamont, de quien apenas recordamos un fragmento,
Modigliani, ahora formando parte de la Tate,
los novísimos, que levantaron una cortina de humo entre ellos y todo lo demás,
Oteiza, desocupando el espacio de un cubo,
y luego investigando durante años con tizas en el laboratorio;
qué fue de Joseph Beuys, chamán de Düsseldorf,
creador del arte expansivo y pianos forrados con fieltro,
Marina Abramovic, que apilaste cuadros
rociándolos con gasolina para obtener el efecto crepúsculo,
Joan Brossa creando un campo magnético difícil de eludir,
paradigma de la poesía.

Entre la influencia de la cultura pop y  los libros que nunca supe interpretar,
qué fue de Federico García Lorca con su mono azul,
las corbatas amarillas de Alberti ondeando en el aeropuerto de México,
qué fue de Tzara jugando al ajedrez con Duchamp
cuyo silencio nunca ha sido sobrevalorado,
qué fue del maestro Schwitters que vio en la materia pobre
un proceso infinito entre los colores y las ideas,
qué fue de César Vallejo en la cárcel de Lima
rumiando un libro absolutamente moderno,
qué fue de Neruda, viajero incansable por las espumas,
envenenado en aquel hospital por los fascistas,
qué fue de Juan Eduardo Cirlot con su ciclo Bronwyn
para quien la tumba era de carbón azul,
qué fue de Paco Brines, Bousoño, Diego Jesús Jiménez,
cogidos en la trampa disyuntiva de la nada y el ser
que aportaron una preocupación gnoseológica
donde además el lenguaje se alzaba sobre el prosaísmo;
qué fue de Victoriano Crémer con su gentileza y anarquía
cuyas palabras calmaron mi sed aquel otoño,
qué fue de Luis Martín Santos que escribió una novela colosal
y luego se mató en un accidente de coche,
qué fue de María Zambrano llegando a la Selva Negra
y hablaba ya de la unidad no oculta, sino presente;
qué fue de Fernando Tomás, Ángel, Dulce Chacón, Jesús Alviz,
que hicieron de esta tierra un lugar para la esperanza,
para todos ellos mi rosario budista sobre una piedra de pizarra.

Y qué fue de mi infancia por donde vine directamente hasta el infierno,
qué fue de Fernando Villalón que quería conseguir un toro de ojos verdes,
luz de Cádiz, salada claridad, qué fue de Camarón de la Isla,
enfermo entre aquellos aparatos de Nueva York,
para quien Niño Josele toca una taranta bajo las uvas;
duende que habita en el lago Eden Mills
qué fue del arbolito del cáncer,
y qué fue de la soledad de mi padre en toda su extensión,
y qué fue de la tristeza de mi madre en todos sus ángulos rectos.

Entre tú y yo hay una diferencia horaria pero no el mar,
entre tú y yo hay todavía un cordón invisible,
qué fue de aquella casa donde nos reunimos por última vez,
aquellas navidades fueron distintas
porque los juguetes nunca llegaron el 6 de enero,
esa sensación la conocía muy bien Jaime Gil de Biedma,
habituado a ese fondo amargo que se atisba en las promesas;
qué fue de mis héroes del cómic, teniente Blueberry,
el capitán Trueno rescatando a la hermosa Sigrid,
que me acompañaron tantas horas entre termómetros y medicinas,
álbum de animales prehistóricos, pterodáctilos, brontosaurios,
mucho tiempo he estado acostándome temprano,
qué fue de Akiyuki Nosaka con su tumba de las luciérnagas,
qué fue de las ruinas de la civilización, Che,
qué fue de Sigmund Freud interpretando los sueños con una hoja de cálculo;
y qué fue de las elecciones generales con Suárez a la cabeza
―esas que devolverían la fe en la democracia―,
cuando trasladaban las urnas en un remolque de tractor,
y entonces ya podíamos ir a donar sangre,
y pasaba el último modelo de Seat 124 al alcance sólo de unos pocos,
qué fue de Chimbi el vagabundo, perplejo ante aquel espectáculo,
qué fue de don Ulpiano paseando muy cerca del horizonte.

Entre el diazepam y las primeras escapadas, el cinemascope,
tocando con la guitarra a los Animals o Led Zeppelin,
ensayando escenas ante el espejo de un armario,
qué fue del póster enorme de Norma Jean Baker,
qué fue de aquellos discos de vinilo que escuchaba con Javier,
los daikiris, ascensores de fresas, el sexo tántrico,
qué fue de Rosa Álvarez con quien compartí una botella de vino blanco y un         poema de Boris Pasternak,
néctar y lapislázuli en su boca imposible,
qué fue de Juan Yepes lavándose a menudo con agua fría,
qué fue de Sylvia Plath aspirando el gas en el horno
――niña embelesada con los árboles en invierno――
para quien vino la luna con su polisón de nardos,

qué fue de Modigliani intentando vender un cuadro bajo la lluvia,
qué fue de Narbón, enamorado de la luz y los metales,
niño grande en el acrílico de las corralas,
qué fue de Juan Larrea deambulando bohemio por París,
qué fue del eterno femenino, la pulsión marxista, la educación sentimental,
qué fue del amigo que me había traído de Madrid un libro de Hölderlin
y yo conocí el río Neckar sobre un texto sin límite,
qué fue de Borges caminando por una sombría biblioteca de Buenos Aires
imaginando un mundo hexagonal, senderos que se bifurcan;
qué fue del profeta Isaías que estableció el vínculo
entre la justicia humana y la enfermedad o salud de la Naturaleza,
qué fue de los animales salvajes exterminados al borde del Masai Mara
en nombre de la racionalidad tecnocientífica, la superpoblación,
iré con una pistola a Wall Street,
qué fue de los niños pobres del planeta para quienes un caramelo es una fiesta,
en Haití los llaman niños restavek,
en Nueva Delhi no tienen derecho a pizza,
en Thailandia caen en las redes de prostitución,
y nadie mueve un dedo por su dignidad,
porque carecen de interés para la gran política,
esa izquierda a quien debería votar pero en la que ya no creo,
qué fue de Martin Luther King que articulaba la comunicación de masas,
qué fue de John Lennon que encendió una vela,
para ellos un vaso azul y un pan blanco.



Juan Manuel Barrado. Pertenecemos a lo invisible. Ed. Trea, 2016

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