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lunes, 13 de marzo de 2017

KITAB MANAZIL AL-SA´IRIN (EL POEMA DE LAS ETAPAS DE LOS CAMINANTES)


En la tumba de un Stalin alauita del siglo XVII
descubro la trama completa de la ilusoria construcción de mundos,
el asesinato en masa, la represión, el saqueo, el gulag,
sus quinientas mujeres, sus doce mil caballos,
su KGB de ciento cincuenta mil esclavos negros...

-Yo he levantando esto, que lo derribe quien pueda, dijo
quien aterrorizó Marruecos hace ya algunos siglos
y en Meknés, una ciudad en ruinas, me esperaba.

Visito la tumba de Muley Ismail
y descubro en la complicada trama de los azulejos del patio
la representación del grado cero de la realidad,
el rotundo Hikmat al –îsraq de al Subrawardi,
el Miguel de Molinos árabe, sólo que adelantado
cuatro siglos al nuestro en la loca sabiduría de la iluminación.

Al Buni, Ibn al-Dabbag, al-Sawdi, Ibn al Mará, Ibn Ahlá,
cambian los nombres y permanece la búsqueda,
místicos, ascetas, arquitectos, poetas...

en esta proliferación de formas desprovistas de toda realidad
todos dicen lo mismo que los azulejos de este patio que habla
de la unidad de todo lo existente y lo no existente,
lo uno y lo múltiple, lo oculto y lo manifiesto,
el dolor y el placer, la existencia y la inexistencia,
la forma y el vacío, pues todo
se produce sólo imaginariamente.

-Pero por si acaso,
respeta el orden y la autoridad del Sultán, apostilla una voz
que también aparece entre estos azulejos
por los que uno puede colarse y aparecer en otro plano
compuesto también por idénticos azulejos, sólo que ahora
la tumba de Muley Ismail se ha transformado
en el Mausoleo de Ibn al-Jatib en Bab al-Mahruq,
un extraño lugar, sin duda, para quien dijo
al-Manh al-garib fil-fath al-qarib,
algo así como que todas las cosas son impermanentes
sólo que en árabe.

La mano de Salvador me toca el hombro entonces
para que sigamos trabajando de turistas
por la medina de los andaluces en Fez
y siento como si el paisano de Loja,
ahorcado en esta ciudad por sus muchas conspiraciones,
viniera con nosotros
predicando todo lo que él no cumplió:

-Guarda tu lengua de malas palabras,
sé equilibrado tanto cuando das como cuando prives,
no aceptes la injusticia,
no abuses del poder,
presta oídos a aquel que no te pide
ni cortijos, ni honores, ni fortuna,
ni negros, ni caballos,
presta atención a quien raído va
si todos de nueva ropa visten.

No se cansa este andaluz exiliado,
asesinado, enterrado, exhumado, quemado
y vuelto a enterrar,
que pasó por el río de la vida
nadando entre dos aguas difíciles de conciliar:
la seducción de la riqueza y el poder
y el deseo de una vida tranquila y espiritual,
de darnos la chapa camino de Bab Boujloud.

Bajando por Tala´a sghira nos pregunta por España
quien huyó de Granada y nunca más volvió,
porque los paraísos soñados
no están aquí o allí sino entre las formas laberínticas
de los azulejos de nuestra imaginación.

Subimos luego por la Tala´a Kbira
y la presencia de los muertos se disuelve
en las lámparas, los vasos, las mil quincallerías
que exhibe esta empinada calle
sin más utilidad ni permanencia que la de estar ahí
para dar a la conciencia un soporte casual,
un lugar desde donde, como en el café Haffa de Tánger,
podías ver España desde abajo, como un norte,
y recorrer ese borde desde lo expulsado, lo rechazado,
lo excluido que también nos daba sentido y corporeidad
en el patio de los azulejos de Muley Ismail,
frente a la tumba de Ibn al-Jatib
o bajo el árbol intermitente de la Bodhi en Sarnath.

Con un bocadillo de carne de camello entre las manos
pienso en el fuerte sueño que es la vida,
el complejo conglomerado de lo ilusorio que es la vida,

y luego, sentado en el zoco chico de Tánger,
pienso en este afán por agrupar lo fragmentario que es la vida,
entre muerte y muerte,
reunir lo disperso
y como en los mandalas de arena, borrarlo todo
una vez reunido:

Muley Ismail, Ibn al-Jatib, al Subrawardi,
Miguel de Molinos, Bashô, Paul Bowles,
Severo Sarduy, Isabo, Kadakawa Haruki
y hasta Taneda Santoka
orinando la nieve
me recuerdan este arte del escamoteo que es la escritura,
esta suerte de hueca plegaria
que no conduce sino a la vacuidad de lo real
y su cortejo de engalanados espejismos.

Si nada dicen todas estas señales,
al menos tenemos las señales, me susurran
mientras vuelvo a remar
en las tranquilas aguas del lago de Proserpina.

Un viejo se columpia en la orilla,
un pez salta en la charca
y desaparece

tarde en la noche
para mi hermano y para mí
aún la misma luna.



Antonio Orihuela. Todo el mundo está en otro lugar. Ed. Baile del Sol, 2011


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