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lunes, 24 de abril de 2017

4 fragmentos de INTERDEPENDIENTES Y ECODEPENDIENTES de JORGE RIECHMANN



No se improvisa una cultura alternativa

¿”Ya no hay pensamiento de las derechas en el poder”? Ay... Igual que no debemos confundir la vigencia de contravalores con la ausencia de valores, declarar que el pensamiento de derechas es un no-pensamiento constutuye un terrible autoengaño. La ideología de la muerte de las ideologías… Pero cómo se puede estar tan despistado. La tragedia es que son los idearios de izquierda los que gozan de muy mala salud: los de la derecha están fuertes y rozagantes... Y por supuesto no es sólo que tengan dinero --que lo tienen a espuertas: por ejemplo la Cámara de Comercio de EEUU, con sede en Washington, emplea cada año más de 150 millones de dólares para su propaganda neoliberal/ neoconservadora[1]--, tienen también ideas. Cómo sigue minusvalorando eso la izquierda, convencida de que “la derecha no piensa”. Puede servir como ejemplo un buen artículo del economista Antonio Mora Plaza[2], con propuestas de mucho interés…

Pero lo que deprime es cómo se acoge al tópico antes mencionado: “...se impone un minuto de reflexión [tras la huelga general del 29 de septiembre de 2010] por parte de la izquierda no gubernamental y los sindicatos; en cambio, no exijo la reflexión a la derecha --en concreto al PP-- porque nunca han tenido esa capacidad como colectivo. En la derecha, el último que pensaba o reflexionaba fue quizá Cánovas del Castillo y de eso hace tiempo...” Qué sandez. Pero si tienen varias veces más gentes y recursos invertidos en pensamiento que nosotros... La vía más rápida para ser derrotado es infravalorar al adversario.

En su libro El pensamiento secuestrado, la ensayista y activista Susan George muestra cómo los círculos dominantes en EEUU comprendieron que la batalla decisiva por el poder no es la que se libra por el control del Estado (poder ejecutivo y legislativo, ejército, policía, prisiones, sistema fiscal...) sino la batalla por la cultura en su sentido más amplio[3]. “Es la tarea de construir un sentido común interiorizado y compartido por la mayoría de las personas. El título del primer capítulo de este libro resulta significativo: ‘Fabricar sentido común, o hegemonía cultural para principiantes’. ¿Suena todo esto a Gramsci? ¡Precisamente!”[4] La autora lo dice con claridad: “La derecha estadounidense ha realizado (...) precisamente esta ofensiva gramsciana” (p. 110). Se diría que la derecha supo leer a Marx y a Gramsci mejor que la izquierda…

CUATRO COMPONENTES ESTRATÉGICOS
DE LA CONTRARREFORMA NEOLIBERAL THATCHERIANA EN GRAN BRETAÑA
(Y LUEGO NEOCON/ TEOCON EN EE.UU.)
  1. Importancia de la ideología (cosmovisión interiorizada que orienta la acción política), más que de las ideas
  2. Estrategias de penetración sociopolítica “capilar”, más allá de las instituciones representativas
  3. Apropiación del cambio como lema
  4. Conflicto constante, radical, sin buscar consensos; “guerras culturales”; fricción permanente que proporciona tracción política
Véase José Luis Álvarez, “Thatcher, los ciclos políticos y el PSOE”, El País, 23 de enero de 2012

Esta derecha primero thatcheriana, y luego neocon/ teocon, emprendió una ofensiva cultural en toda regla para construir primero, y mantener después, su hegemonía ideológica. La izquierda no supo hacerlo...

Y para ello promocionó a todo un conjunto de “intelectuales orgánicos” (otra categoría gramsciana) afines a sus intereses: líderes políticos, telepredicadores y pastores religiosos, investigadores científicos y divulgadores, personajes mediáticos, periodistas... Así como una tupida red de instituciones generosamente financiadas.

Las características principales de este sistema [neoliberal anglosajón] son conocidas: vínculo social basado en la competencia de todos contra todos, privatización de los bienes públicos, competencia comercial libre y no falseada, mercantilización de las relaciones sociales, flexibilidad y precariedad del mercado laboral, inversiones especulativas a corto plazo con tasas de rendimiento elevadas. Trasfondo del cuadro: provecho máximo para una minoría, endeudamiento generalizado para la mayoría. (...) El principio de competencia se ha convertido en el prêt-à-penser del conformismo triunfante. El hundimiento del pensamiento crítico, progresista, ante ese modelo de gestión del vínculo social, ha sido impresionante.”[5]

No se improvisa una cultura (tampoco una cultura política). Tras el crash financiero de 2008, en un primer momento, muchos gobiernos del mundo emprendieron políticas más o menos keynesianas, de forma muy contradictoria.

Pero la cultura neoliberal/ neoconservadora, con sus valores y sus prácticas profundamente sesgadas a favor de la clase dominante, ha impregnado profundamente el mundo entero durante tres decenios. Hoy ya estamos en otra fase: como decía con gracia Joaquín Estefanía hace algún tiempo,

“Alguien dijo que el sistema necesita un infarto para que, si lo supera, afronte los desequilibrios y adopte un estilo de vida más saludable. El infarto ha llegado [con la crisis que empezó en 2007] pero el capitalismo, en vez de protegerse, se ha dado de alta en el hospital y corre a festejarlo con un cartón de Marlboro, una botella de ginebra y un Big Mac con patatas fritas en la mano.”[6]

No se improvisa una cultura alternativa... No hay atajos. Socialismo o barbarie, decía Rosa Luxemburg (y lo recogió entre 1948 y 1965 la importante iniciativa de marxismo crítico impulsada por Cornelius Castoriadis, Claude Lefort y otros). Lo que vino fue la barbarie del siglo XX (y ella fue asesinada).





[1] Antonio Caño: “Dólares contra votos”, El País, 13 de octubre de 2010
[2] Antonio Mora Plaza, “Lo que sí puede hacer el Gobierno a pesar de los mercados, Bruselas y el PP”, 7 de octubre de 2010. Puede consultarse en http://www.nuevatribuna.es/noticia.asp?ref=40598
[3] Susan George El pensamiento secuestrado. Cómo la derecha laica y la religiosa se han apoderado de Estados Unidos, Icaria, Barcelona 2007.
[4] José Luis Acanda, “Cuando la derecha lee a Gramsci”, reseña del libro de Susan George, Casa de las Américas 253, La Habana 2008, p. 148.
[5] Sami Naïr, “Las elites ante la crisis”, El País, 7 de marzo de 2009.
[6] Joaquín Estefanía, reseña en Babelia.


Caminar erguidos

Dicen que hay que evitar el pesimismo porque desmoviliza –y suelen llamar pesimismo al tipo de análisis que trata de mirar la realidad de frente, sin autoengaños--. Pero lo que de verdad desmoviliza, y desmoraliza (en todos los sentidos de la palabra moral), es el divorcio permanente entre lo que se dice y lo que se hace que caracteriza a buena parte de nuestro discurso público.

Norman Geras ha denunciado y analizado el tácito “contrato de indiferencia mutua” que impregna la textura moral de nuestras sociedades, muy corrompidas por más de tres decenios de hegemonía neoliberal. Esto nos remite a los lúcidos análisis de la ceguera voluntaria y el autoengaño humano por parte de Primo Levi, en las condiciones extremas de los campos de exterminio (y los guetos que constituían su antesala). “El género humano, es decir nosotros, éramos potencialmente capaces de causar una mole infinita de dolor; y el dolor es la única fuerza que se crea de la nada, sin gasto y sin trabajo. Es suficiente no mirar, no escuchar, no hacer nada.”

No cometamos el error de pensar que nos hallamos existencial o moralmente lejos del universo sobre el que se reflexiona en Si esto es un hombre o en Los hundidos y los salvados: ni siquiera políticamente estamos tan lejos como quisiéramos. Los exterminios de mañana –que tendrán que ver con problemas como el calentamiento climático y el peak oil— se están preparando hoy, ahora; la decisión de afrontar los problemas –en vez de “no mirar, no escuchar, no hacer nada”— tendría que ser la nuestra.

Frente a esa inveterada tendencia al autoengaño, recordemos más que nunca las palabras de Bertrand Russell en Por qué no soy cristiano: “Tenemos que mantenernos en pie y mirar el mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas y sus fealdades. Ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él.” Esto es exactamente lo mismo que propone el pensamiento budista: no exagerar, tratar de vernos a nosotros mismos tal y como somos, sin añadir ni restar[1].

Frente al fondo de pereza atávica que es tan humano –demasiado humano--, frente a la tentación de seguir la corriente y dejar hacer, frente al dejarse caer hacia lo bajo de nosotros, es tiempo de resistencia.

La idea de caminar erguidos –no en sentido absoluto, claro, sino lo más erguidos que resulte posible, habida cuenta de la existencia de la fuerza gravitatoria y de la natural tendencia de las columnas vertebrales humanas a la escoliosis— sigue conservando todo su sentido, al menos en dos sentidos. Primero, acercarnos a la tumba en las mejores condiciones de lucidez y agilidad alcanzables. Segundo, no perder la dignidad moral ni dejar de luchar por una sociedad decente (“una humanidad libre en una Tierra habitable”).

Para los privilegiados que vivimos en sociedades ricas, donde nuestras necesidades están bien cubiertas, éste es en verdad el mínimo exigible.




[1] Juan Masiá, El otro Oriente, Sal Terrae, Santander 2006, p. 228.



Volver a situar la acción sociopolítica colectiva en el centro

El doble impacto de las ofensivas neoliberales (1979 como fecha emblemática) y el fracaso de la experiencia soviética (1989, si hace falta ponerle fecha) pareció laminar el espacio para la política en sentido fuerte: las luchas por “una humanidad justa en una Tierra habitable”.

Pero sin volver a situar la acción sociopolítica colectiva en el centro, sin reactivar esa política en sentido fuerte que es la de los movimientos sociales emancipatorios, no podemos confiar en evitar el desastre.

El mensaje de fondo del liberalismo/ neoconservadurismo es: interioriza tu impotencia. Un gigantesco aparato de propaganda martillea sin cesar inculcando los contravalores siguientes: desconfianza en lo público, ineficacia de la acción colectiva, o eso que el marxista británico Norman Geras llamó “contrato de indiferencia mutua”[1]. Mike Davis:

“[Hemos de] reconocer que no hay soluciones realistas a la actual crisis planetaria. Ninguna. Una transición pronta y pacífica hacia una economía de bajas emisiones de carbono y a un capitalismo de estado racionalmente regulado no es, ahora mismo, más probable que la realización de un anarquismo barrial capaz de conectar espontáneamente y a escala planetaria las distintas comunidades. Quien se limite a hacer extrapolaciones a partir de la actual correlación de fuerzas, lo más probable es que llegue a un bárbaro equilibrio de triaje [selección en situación de catástrofe], fundado en la extinción de la parte más pobre de la humanidad.
Por mi parte, estoy convencido de que el socialismo/anarco-comunismo –el imperio del mundo del trabajo a escala planetaria— es nuestra única esperanza. Pero es condición epistemológicamente necesaria para que se produzca un debate estratégico y programático serio en la izquierda la elevación de la temperatura en las calles de todo el mundo. Sólo la resistencia puede despejar y aclarar el espacio conceptual que se precisa para sintetizar el significado de las utopías de pequeña escala y sin estado [como las que propugna Rebecca Solnit] con la grande, confusa y enlodada pero heroica herencia legada por dos siglos de luchas obreras y anticoloniales contra el imperio del capital.”[2]

La invitación a trocear todos y cada uno de los asuntos que nos importan para dejar cada pedazo “en manos de especialistas” es, en nuestras sociedades, constante y pesada. (Y eso que sabemos que los supuestos especialistas, en el mejor de los casos, dominan parcelas de realidad cada vez más pequeñas, sin que existan las adecuadas instancias de recomposición de los saberes y las prácticas[3]: ése es sin duda uno de los males mayores de nuestra época.) Pero ni la democracia puede ser asunto de políticos profesionalizados, ni la sostenibilidad cabe dejarla en manos de ecologistas e ingenieros ambientales: son los asuntos básicos donde nos va la vida, donde nos jugamos el todo por el todo; se trata de los que nos atañe a todos y todas. Tiene que ser objeto de una política avecindada con la ética y practicada desde la base.





[1] La cosa viene a ser así: para sobrevivir moralmente en medio de la injusticia y la violencia que se producen todos los días y ante las que no hacemos nada, necesitamos reducir la disonancia cognitiva que ello genera. Norman Geras señala que no podemos aceptar nuestro comportamiento indiferente como moral o racional sino presuponiendo (falsamente, claro está) que existe una suerte de pacto o “contrato de indiferencia mutua” por el que cada uno renuncia a ser ayudado por los demás, a cambio de quedar aliviado de la obligación universal de ayudar. Así salvamos la buena imagen ética que tenemos de nosotros mismos...
[2] Mike Davis, “Debate sobre el futuro del socialismo: necesitamos la elocuencia de la protesta callejera”, sin permiso, 3 de mayo de 2009. El artículo de Solnit al que se refiere puede consultarse en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2544
[3] Una interesante reflexión al respecto en Bertrand Saint-Sernin, “La racionalidad científica a principios del siglo XXI”, dentro de Juliana González (coord.), Filosofía y ciencias de la vida, UNAM/ FCE, México 2009, p. 94 y ss.


Resistamos ahí

¿Podremos despertar de la narcosis de la codicia y reconstruir vínculos ecosociales sanos –cobrar conciencia de nuestra interdependencia y ecodependencia, y rehacernos a partir de ahí?

Una expresión consagrada en la jerga economicista de nuestro tiempo es “encontrar un nuevo modelo de negocio”. En la “sociedad líquida” del tardocapitalismo las oportunidades económicas cambian constantemente y las empresas –así como los individuos instados a transformarse en empresas unipersonales-- tienen que “reinventarse” una y otra vez.

La economía ecológica, junto con otras corrientes de pensamiento crítico, plantea una enmienda a la totalidad: hace falta otro modelo de negocio, en efecto –para la humanidad en su relación con la naturaleza. Un modelo de negocio que reduzca drásticamente el papel de los negocios, del bisnes que hoy lo penetra todo. Desmercantilizar y democratizar.

Los intereses comunes sobre el beneficio individual; el largo plazo antes que el corto; la inclusión del “prójimo lejano” en la comunidad moral. Ésta es la inversión de perspectiva ético-política por la que luchamos.

Hablamos de familias disfuncionales, de individuos disfuncionales, de actitudes disfuncionales… Pero lo que tenemos es una industria disfuncional, una agricultura disfuncional, una banca disfuncional, una política disfuncional, religiones e ideologías disfuncionales… Lo asombroso es que, con semejante trasfondo, topemos de vez en cuando con personas no disfuncionales.

El poder del capital es abrumador. Pero esa fuerza de dominación triunfa de verdad sólo si tiene éxito en el más secreto de los movimientos que trata de imponer: la interiorización de la impotencia en todos y cada uno de nosotros. Resiste ahí. Resistamos ahí.




Jorge Riechmann. Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Ed. Proteus. 2012. Y también en Ética Intramuros. Universidad Autónoma de Madríd, 2017

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