Todo principio de
inducción poética
se reduce a esto:
el otoño no siempre es la razón del otoño.
De lo que
inmediatamente se infiere
que un instante no
es un fragmento,
una palabra no es
un signo,
y un poema no es
una imagen.
Espacio donde los
signos juegan a inventar una superficie
paralela a otra
superficie: profundidad.
Poesía: Tiempo
que envejece a los relojes.
Espacio donde el
lenguaje es un accidente exagerado de la presencia.
*
Encender un silencio
al amanecer
para que pueda
arder
el día sin
necesidad
del fuego, y
hacerle señas
a la hierba para
que no deje
a las vacas beberse
el poso del café
sobre la tierra,
dejar que el tractor descanse
sobre los tejados a
la hora
del almuerzo y
tendernos
en la digestión
rural de la ternura
para contemplar un
atardecer
que ha llegado de
tan lejos,
atraído por la
fuerza silenciosa
del incendio.
*
Estaban los teatros
del aire
ahorcándose del
techo,
estropéandose para
ser ventiladores.
En la portada del
periódico
salía la justicia
social en manga corta
mientras el clima
tropical la señalaba con el dedo.
La semana pasada,
una pareja de ancianos
murió por
desnutrición a dos manzanas
del comedor
municipal.
Me pregunto si
sería éste el futuro que les esperaba,
a todos esos
jóvenes
que una vez
murieron por amor.
Cuando el lápiz
quiere ser el límite de la mano,
apoyo sobre la mesa
todos los obstáculos sin afilar,
y busco entre los
dedos una tinta incolora
parecida a la
saliva; si voy a matar a un árbol
quiero que los
dedos corten la madera,
y si voy a decir
“árbol” quiero que las letras
formen un bosque de
especies autóctonas.
Por eso hay días
en que es mejor no participar
del lirismo postizo
– señal de autodestrucción poética –,
y quedarnos adentro
esperando a que
las heridas dejen
de tropezar unas con otras,
no confundir la
prisa con la cicatriz,
ni el papel con la
enfermería u otras salas de espera
adjetivadas
rápidamente, como por un diagnóstico
de poeta en mal
estado o de persona estropeada,
amarrarnos a la
madera innata que fuimos
apilando todos
estos años de incendio consentido,
comprender que la
miseria tiene a la poesía
por justicia y que
no siempre un mal poema
nos parece un
juicio justo.
*
En el día señalado
se abrieron las
jaulas: las manos
echaron a volar,
el canto de los
pájaros
se coló por la
ranura de las urnas;
al otro lado del
mundo,
caían cielos desde
los aviones,
que se colaban por
la ranura de otras manos
a las que nunca un
pájaro
había oído
cantar,;los pies se detuvieron
en el penúltimo
escalón, perdieron
el sentido de las flechas,
una sensación de
luz errónea o de certeza humana,
a la mitad de lo
que creíamos saber
y lo que ya no
podemos ignorar,
la derrota de una
escalera perversa
huyendo por un
ascensor de excusas,
y tantos otros
número reinventando pedagogías
incapaces de
domesticar
nuestro fracaso.
Kali Ferrández. Godot nunca lo dijo. Ed. Torremozas