LA HERMENÉUTICA DEL CARACOL
Me juego una semilla de girasol
a que nadie sabía que las ovejas no beben
agua en movimiento
o que, de promedio, una persona tiene más de
1460 sueños al año
eso sí, sabemos que algunos búhos seducen a
los árboles
para llevarse de paseo la sonrisa de los
suicidas
o, simplemente, para beber las lágrimas que
Baruch Spinoza abandonó
cuando se enteró de que sus filosofadas sobre la “sustancia divina infinita”
(que para él era la realidad o Dios) eran un
cuento chino.
Es cierto, la vida se parece demasiado a un
montaje de Brecht
y muchas veces la soledad nos pilla los dedos
aunque vayamos de monjes zen o de fumadores
de albahaca
dímelo tú, que pasas frío en mi corazón
y te niegas a salir de casa sin un extintor
para besos de alto voltaje.
(Un extintor puede que sea tan inocente como
un cuchillo de madera
que regresa al bosque para atentar contra los
aserraderos).
Siguiendo esta misma lógica, ahora pienso que
el océano que tienes bajo tu cama
tiene los modales de un gato, es decir,
cuando le da la gana
escupe botellas con mensajes de amor como si
fueran una bola de pelo.
Sería un crimen decir que para algunos
filósofos presocráticos
las veinteañeras están llenas de buenas
intenciones
o que las mariposas filosóficas son la
solución para olvidar a Wagner,
es verdad, como ellos, también hay astrónomos
que no saben llevar una bicicleta
y confunden fácilmente estar enamorados
con tener ganas de comerse uno de los
hoyuelos de tus mejillas
pero qué demonios, a todos nuestra primera
novia nos dejó el corazón hecho añicos
y todos en mi país creímos que la lucha
armada no se nos iría de las manos.
Bien sabes que no hace falta secuestrar la
conciencia de un oficinista
para darte cuenta de que a este mundo le falta un tornillo:
es sociológicamente admisible saquear un
banco o engañar a un querubín
con comida para aves a cambio de entrar al
cielo,
pero si denuncias a un político que ha ganado
la lotería 20 veces en un año
probablemente tendrás que empacar tus
lágrimas y tirarlas por el retrete
no obstante no os hagáis los despistados,
escribid con una pluma de vuestra espalda,
salid a
la calle sin abrir las alas
y veréis que tampoco vosotros sois los que
creíais.
De El equipaje del ángel
XXVII Premio Tiflos de Poesía,
Visor Libros, 2014
BUSCANDO LA SOLEDAD EN CORAZONES DE
SEGUNDA MANO
Entonces, ante
mi insistencia, fuimos directos desde el 24 de Russell Square
hasta el 23 de
Fitzroy Road (Chalk Farm tube station)
sorteando,
durante el camino, a cientos de calaveras de paraguas
y bicicletas
y también a
frías mujeres con el desayuno / el amor del día anterior a cuestas.
El cielo no
era un cielo, era más bien un cenicero repleto de colillas
(ciertamente,
era un cielo “panza de burro”,
como
llamábamos al cielo de Lima).
2000 turistas
japoneses sacaban fotos de un vagabundo dormido
bajo un coche
del siglo pasado
y otros
cientos limpiaban sus aletas de pescado
bajo el
inmenso mar que era la ciudad.
Aquellos días
amanecía de a pocos, palabra,
como si una
gran ballena se hubiera tragado el sol
y hubiese luz
tan sólo cuando bostezara.
Pero finalmente
llegó el día que amaneció del todo
y los queridos
animales (invertebrados) que ahora somos
olíamos a esos
huesos de pollo que mamá arrojaba a la sopa, en silencio,
mientras se
desvanecía como un escarabajo solar.
No teníamos
dinero ni para yerba (felizmente)
y por eso
decidimos quemar el coche de alquiler en el baño
tirar todo el
Pentotal que te quedaba por el wáter.
Hoy el coche
sigue ardiendo y ya has terminado de pasar mi corazón
por el ojo de
una aguja.
Cosas
interesantes pasaron esa noche.
por ejemplo,
vimos rabiosas
nubes meterse en el hígado de los asesores políticos de Dios,
vertimos
nuestros fantasmas, uno a uno, malheridos e insomnes
sobre nuestros
labios
y no sólo
lloramos por el paro o el recibo de teléfono,
sino también por los corazones de segunda mano
que esperan su
turno en los supermercados,
(ese aparato
subversivo de algunos estados liberales).
Lo sé, estás
cansada y ahora duermes envuelta en la barba de tu padre,
allí, donde
ambos nos conocimos
como una sola
gota de alguna materia de la que ya jamás hablamos.
Es cierto,
esta mañana nos ha pillado desnudos y sin huesos
mientras tu
corazón se desvanecía
como un cubo
de azúcar en un café caliente.
Quién diría que
hemos dormido noches enteras sin despertar
con el solo
pensamiento de tu abuelo mirando la luna
con dos
gorriones en los pulmones,
quién diría
que éramos como peces
que ya en las
redes se dan besos antes de morir.
Te parecerá
absurdo, pero por en ese entonces
tenía la mala
costumbre de buscar tu soledad
en el invierno
que llenaba los cafés baratos
(donde la
sonrisa de los amigos de alquiler
era tan falsa,
como el juicio a un afroamericano en Norteamérica)
mientras que
veía tus ojos sobre el espejo del baño,
allí, donde no me veía hace siglos,
sino como esa
larga grieta
que se parece
al contenido del corazón de Mestre o de Mark
Strand.
Sí, te buscaba
como buscabas
tú la soledad
en un billete
Barcelona –Lima /Lima- Ayacucho
o en el
aliento del pescado que nos sonríe ya en el mercado
con su último
suspiro.
(Antes de morir / el salmón, conmovido, / saborea el agua).
Pero de nada
nos servía y ahora lo entiendo,
era yo el que
buscaba tu soledad para encontrar la mía.
CONTRA EL MATRIMONIO, OTRA ELEGÍA
pero qué inútil / tanta luz / entre dos
Jorge Eduardo Eielson
Como si la mesa del comedor fuese
una gran ciudad y nosotros,
torpes y tiernos animales en las
oficinas de correos,
que cada día ven pasar los
mensajes de otros,
los corazones de otros en papel
de embalar,
y entonces llorásemos girasoles
por la mañana y girasoles por la tarde
y empezara a llover -a cántaros-
girasoles
y tú, de pronto, sacas el mantel
de un tirón,
muy cabreada,
y los platos y los tenedores,
como pesados edificios de metal,
intactos sobre la mesa
y la copa de vino llena de
huellas dactilares, sin haberla tocado nunca,
(como un espejo al que pudieses
pasar sus páginas de vidrio
y ver en lo que nos convertiremos
si seguimos con esto)
y entonces, miras hacia otra
parte y enciendes el televisor
porque aún es pronto para volver
al trabajo
(nos enteramos, entonces, que han
matado extrajudicialmente a un dictador árabe
en ¿defensa de los derechos
civiles? y, claro, de la reacción “positiva”
de los mercados).
Luego sales de casa dando un gran
portazo.
Te has dejado el paraguas pero no
vuelves
y yo tampoco quiero salir detrás
de ti
pero lo hago, dejándome el
corazón entre los platos por fregar.
Ah cariño, antes de marcharte,
bajo la puerta, vi un destello azul
quizá sea la luz que juega con
nosotros
cuando discutimos por la lentitud
de los pájaros
y puede que sea por esa misma luz
que tengamos que hacer éste,
nuestro último viaje.
Sé que has empacado nuestras
heridas y mis huesos como espinas de pescado
y mi soledad en un kleenex.
¿Cuándo fue que perdimos la
batalla que nos convirtió
en estas cenizas enamoradas,
en esos espejos rotos donde aún
podemos vernos juntos aunque
estemos totalmente solos?
Ahora lo entiendo:
hablando con ángeles es que te
enteras que no existen.
De La oscuridad de los gatos era
nuestra oscuridad
II Premio Internacional de Poesía
Joven
Fundación Centro de Poesía José
Hierro, 2012
NILTON SANTIAGO nació en la ciudad de Lima, Perú, aunque reside
en Barcelona hace varios años. En poesía
ha publicado El libro de los espejos (2º Premio Copé de Poesía 2003), La oscuridad de los gatos era nuestra
oscuridad (Premio Internacional de Poesía Joven
Fundación Centro de Poesía José Hierro, Madrid 2012), El
equipaje del ángel (XXVII Premio Tiflos de Poesía, Visor Libros
2014) y Las musas se han ido de copas, con el que obtuvo el XV Premio Casa de
América de Poesía Americana (Visor Libros, Madrid 2015). Finalmente, Para
retrasar los relojes de arena (Vallejo & Co., 2015) es su primer libro de crónicas.
Merecedor del accésit del Premio Adonáis de Poesía 2014, parte de
su obra ha sido recogida en las antologías A otro perro con este hueso (Editorial Casa de Poesía, Costa Rica 2016) y
24 horas en la vida de una libélula / 24 часа в живота на едно водно конче, recientemente publicada en versión bilingüe búlgaro / español por la
editorial Scalino.
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