Al Niño de Elche
es la palabra neuroacción directa que sabe, suena y se siente como plan, organización, y noticia de atentado, después, cuando te reviente su significado en filigranas y encajes de emoción, inteligencia, instante indefinible resucitado, no podrás decir que era inofensivo verso, no dirás, ya, hechizo, mantra, encantamiento, ese débil murmullo de anciana que reza el rosario o te cuenta un cuento, no dirás que es aire aquí dentro un poco calentado, viento de aliento, grabado con poco relieve el hueco del signo hueco, centimillo de cobre pro rebus, otro garabato absurdo en ideograma o alfabeto, marejada de sopa de letras en pantallas mareadas y folletos por el suelo, el chaparrón diario de sememas que a nadie ni nada inseminan, hablo de la palabra que te hará volar como voló el coche de Carrero, por encima de los tejados, saltando ligero sobre los bloques tristes, hechos por obreros tristes y rellenos de obreros tristes, para llevarte a otro mundo, más volátil, más cercano al cielo, aunque sigas sentado en tu cómodo y oficial asiento, para cambiar en un segundo, "in raptu, in transitu, in ictu oculi", tu historia, y recuerda que tu historia siempre es la historia de todo un pueblo, por eso excavamos un túnel y un agujero debajo de tu suelo, justo debajo de donde se te muere el tiempo, donde miras e interpretas los semáforos obedeciendo las órdenes de los tres colores del semiótico tedio, esta cueva moderna no es un poema-madriguera para que nos acurruquemos calentitos y oscuritos en el opio mamífero del abrazo, la candela de una tele y mucho sueño, entiende que allí casi no se cabe y se respira con dificultad, entiende que lo hemos embutido con sustancias y esencias de fuertes ondas de fuego, con el artificio que nos hizo hombres, con la realidad que es igual fuera que dentro y mapas fabricados con sus territorios dentro, y cuando eso hable y detone su gran voluta, en el pitido de la explosión y su silencio no podrás decir nirvana, muerte o nacimiento, porque tu lengua andará seguramente muy lejos de tus sesos, y después nada, después de la humareda no queda casi nada, lluvia de fragmentos, así es la gran acción, el mágico atentado, lo único que rompe y moja la orilla de la lejana realidad, el verbo...
es la palabra neuroacción directa que sabe, suena y se siente como plan, organización, y noticia de atentado, después, cuando te reviente su significado en filigranas y encajes de emoción, inteligencia, instante indefinible resucitado, no podrás decir que era inofensivo verso, no dirás, ya, hechizo, mantra, encantamiento, ese débil murmullo de anciana que reza el rosario o te cuenta un cuento, no dirás que es aire aquí dentro un poco calentado, viento de aliento, grabado con poco relieve el hueco del signo hueco, centimillo de cobre pro rebus, otro garabato absurdo en ideograma o alfabeto, marejada de sopa de letras en pantallas mareadas y folletos por el suelo, el chaparrón diario de sememas que a nadie ni nada inseminan, hablo de la palabra que te hará volar como voló el coche de Carrero, por encima de los tejados, saltando ligero sobre los bloques tristes, hechos por obreros tristes y rellenos de obreros tristes, para llevarte a otro mundo, más volátil, más cercano al cielo, aunque sigas sentado en tu cómodo y oficial asiento, para cambiar en un segundo, "in raptu, in transitu, in ictu oculi", tu historia, y recuerda que tu historia siempre es la historia de todo un pueblo, por eso excavamos un túnel y un agujero debajo de tu suelo, justo debajo de donde se te muere el tiempo, donde miras e interpretas los semáforos obedeciendo las órdenes de los tres colores del semiótico tedio, esta cueva moderna no es un poema-madriguera para que nos acurruquemos calentitos y oscuritos en el opio mamífero del abrazo, la candela de una tele y mucho sueño, entiende que allí casi no se cabe y se respira con dificultad, entiende que lo hemos embutido con sustancias y esencias de fuertes ondas de fuego, con el artificio que nos hizo hombres, con la realidad que es igual fuera que dentro y mapas fabricados con sus territorios dentro, y cuando eso hable y detone su gran voluta, en el pitido de la explosión y su silencio no podrás decir nirvana, muerte o nacimiento, porque tu lengua andará seguramente muy lejos de tus sesos, y después nada, después de la humareda no queda casi nada, lluvia de fragmentos, así es la gran acción, el mágico atentado, lo único que rompe y moja la orilla de la lejana realidad, el verbo...
Daniel Macías Díaz. Victoria hechicera.
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