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jueves, 12 de julio de 2018

2 poemas de CORRESPONDENCIAS de JUAN ANTONIO GALLARDO




SANLÚCAR

Frecuentar la misma taberna,
 llegar y decirle al camarero
“hola fulano,
 ¿ha venido mi padre ya a tomar café?”
 Y de no ser así,
dejarle el café pagado.
Oyendo, casi, las palabras del camarero:
“Antonio, el café lo pagó tu hijo,
que estuvo antes por aquí
con su librito”
Nostalgia de pasear por la playa
y localizarlo en algún espigón
 echando la caña al mar,
hablar de naderías con ese hombre,
darle el parte familiar
 y esperarlo mientras recoge
 los avíos de la pesca
para tomar con él un vaso de vino.
Media hora, tres cuartos, un rato,
un suspiro de la vida.
Y escuchar de su boca algunas preocupaciones;
va todo bien, estáis bien de dinero,
la niña aprueba en la universidad…
Algunos planes:
“Pues tu madre y yo vamos
esta tarde a casa de tu hermano…”

La vida que nunca ha sido
que nunca fue
-hablemos en pasado
de todo lo que ha muerto-
y de la que ya tengo, como Vallejo,
el recuerdo.




EPÍLOGO


Recuerda soledades,
 nombres que ya no dicen nada;
Teodoro, Fructuoso,
estuvieron ahí, en aquella vida.
Lugares;
Academia Ramos,
Punta Umbría,
la comandancia, La Carraca,
Matagorda…el Liceo,
figuras que estuvieron
para significar o
para ser olvidadas,
unos días, un instante
y que vagan como fantasmas
 por alguna parte de la memoria;
el subteniente Cala,
Antoñito el marino
que murió ahogado,
otros, a los que les dio
más importancia el recuerdo
que el conocimiento;
el abuelo Diego,
“el Manzanilla”
el de las bolas de plomo,
 el capitán general de tierra,
mar, aire y de todos los arroyos.
El otro abuelo,
 el abuelo póstumo,
Juan Ramos,
el marinero que perdió
la gracia del mar
amargo como la enfermedad
sentado en una mesa austera  
del que cuenta la leyenda familiar
 que sale un instante en la película
“El pescador de coplas”
de Antonio Molina.
Eso es todo, Juan Ramos.
Amigos de seis, siete años;
Antoñín, Felipe,
 Chani, Manolito el gordo.
¿Dónde andarán si no han muerto?
 El liceo, las salinas,
San Roque y las moscas,
Los pinares del Puerto de Santa María,
la calle real de San Fernando,
el espiritismo en la casa de mi primo
y el miedo.
La virgen ebúrnea
 y fosforescente
emitiendo su luz
desde la mesilla de noche
de la cama de la abuela.
Josefa, Pepa, la del roete,
estraperlista del hambre y la patata,
ama de cría, nodriza,
sustento de la familia, loba de Roma
amamantando a falangistas.

Mi otra abuela
siempre repeinada y murmurando
bajito lo que no quería decir,
pero no podía evitar decir.
Esa primera infancia,
esos siete u ocho años de la vida
ya tenían, ya llevaban, 
una novela, un poema.
¿Cómo sería ese niño?
Su recuerdo es 
cada vez más brumoso,
está cada vez más condicionado
 por lo que nos contaron
de nosotros mismos, 
por lo que nosotros mismos
 hemos ido contándonos.
Recuerdo también
  la inocencia,
anduvo por aquí; lo prometo.


Juan Antonio Gallardo. Correspondencias. Ed. Alhulia, 2018




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