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domingo, 4 de noviembre de 2018

EL NIDO DE LA PALABRA (VII)

Nuestro mar es tan inmenso que las olas mueren de viejas antes de llegar a la costa. También tiene túneles de viento, por donde puedes pasear con la familia del limosnero, y admirar la rica fauna que alberga su vientre hinchado de tantos años tragando agua. La fauna, caliza y sagrada, vive en un convento donde nunca llueve; tiene ventanas oblicuas y portalones adscritos a la tez de su rey. De sus minaretes –pues también es castillo- penden sonajeros célibes que suenan a vals ramplón pero contundente. No posee compartimentos estancos ni flores larguiruchas. Toda su luz es comprada a las lampreas fenicias, portadoras de ánforas acristaladas que despiden luz desnuda. Destaca la ballena microscópica cuya sonrisa enamora al visitante. Los avestruces son rezos esquilmados que se evaporan con el nombre maltrecho de los estuches imberbes ¡Cuánta sorna se descubre cuando berrea el norte! Carteles con poemas férreos crucifican el camino de los faroles. El mar se cierra a las cinco y nadie puede salir hasta que la campana de leche dé las cinco en alguna parte. Este es nuestro mar, al que amamos sin preguntarnos por qué.

Manel Costa & Curro Canavese. El nido de la palabra. Ed. Sporting Club Russafa.

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