Querría
escribir sobre el maltrato a la mujer pero no me siento capaz, al fin y al cabo
soy un hombre, un hombre sin nombre que también teme a otros hombres.
Temo
a los hombres cuyo sentido en la vida es comer, follar y que gane su equipo.
Temo
a los jóvenes que espían los mensajes de sus parejas, que discuten en un coche
golpeando el volante.
Temo
a algunos hombres que salen de los
bancos, de las iglesias y de los gimnasios.
Temo
a los hombres que discriminan por razón del sexo, raza o cuenta bancaria.
Temo
a los hombres que no leen, o que sólo leen el Marca o el Expansión.
Temo
a los hombres educados para competir, para dominar y que se blindan para no
mezclarse con el color y el olor de otros hombres.
Temo
a los hombres que levantan la mano, que levantan el brazo, que dicen levantar
España.
Temo
a los hombres que no saben hablar sin insultar, que no saben acariciar sin
penetrar, que no se cuestionan a sí mismos.
Temo
a los hombres violentos de palabra, obra y comisión.
Temo
a los evidentes, a los muy consecuentes y a los fríos gestores.
Temo
a los hombres que gritan para imponer su razón y que guardan silencio cuando
hay que gritar.
Temo
a los hombres que ríen mientras fuman puros a las cinco de la tarde en un palco, o a las diez de la mañana en un consejo de
administración.
Temo
a los hombres que dicen querer ponerte mirando a Cuenca, a La Meca o cara al
sol.
Temo
a los que utilizan la palabra moro, negro, rojo o maricón.
Temo
que mis palabras no las entiendan los hombres a las que van dirigidas. Temo al
próximo titular donde se asesina a una mujer
y
no poderla salvar.
Juan Leyva.
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