LA JUNGLA-CALAIS
(Siglo XXI, Campo de refugiados en Francia)
En la Jungla se pronuncia
en silencio, cada día,
la imagen de los campos de la
vergüenza.
Los árboles se quedan sin hojas
porque no existe comida,
ni caliente ni fría,
que llevarse a la boca.
Han puesto muros
para que nadie evidencie
desde la autopista
que Auschwitz renace
con el favor de todos.
¿Quién os dijo que en los
despachos de Europa
habitaban seres humanos?
Morir en Siria, hubiera sido
más rápido
y menos doloroso.
NO PODRÉ SALVARTE
Para los
refugiados desde el mundo de los supervivientes.
No podré salvarte de un pasado
que marca en tus cicatrices
la muerte que no te ha
derrotado.
Salvarte de la soledad de
cada tren y camino.
La desesperación de que
te puedan regresar a ese mundo
que te han arrancado del pecho
porque matar a otros no debe
ser destino.
No podré salvarte de tanta
lejanía
de abrazos que protegen
con palabras que mi lengua
ignora.
De la injusta derrota que mi
mundo
te hará sentir en el costado.
De los silencios que te abruman
y los llantos sin cobijo.
No podré salvarte de cada
nombre o cada hombre
que marcó tu piel con sus
disparo;
de esa rabia y dolor que
retorció tu cuerpo
y lo convirtió en sangre
inútil.
No podré salvarte de tus sueños
perdidos tras un fusil, un
árbol, una vía…
De tu hambre alimentada con el
miedo
a morder la mano equivocada.
No podré salvarte
de esa atroz imagen de nosotros
mismos.
No podré…
Tú eres quién nos salva cada
día.
JAULAS
Las jaulas han
dejado de ser
lugares infames
en que encerrar
a fieras para
proteger a los hombres.
Ahora se han convertido en
atadura de niños que lloran por sus padres,
mientras se agarran a los barrotes,
sin entender dónde está el animal que representa peligro.
En esta ocasión, la fiera los observa desde fuera
con sus dos ojos (como ellos),
sus dos piernas (como ellos),
sus dos manos (como ellos)...
y abraza, cada noche, a sus hijos.
EL COLOR
Siempre veo el mar azul
aunque me dijeron
que el agua es incolora.
Siempre deduzco que ese es un reflejo.
Después reparo en que hay mares verdes, blancos,
y hasta rosas,
dependiendo de las especies que los habitan.
Ahora me quieren hacer creer
que los hombres son de un color determinado.
Veo que en las alambradas cuelga gente
del color que yo deseo en verano.
Ellos ansían cruzar
al mundo blanco, no sé para qué
ni con qué instinto.
En este caso,
creo que el color no es cosa de reflejo
sino de la cantidad de sol,
el que en invierno nos falta,
aunque en estío, su insistencia,
nos derrite el cerebro.
DE ALEMANIA A EUROPA
“[...] rabia de la brasa, dirá el hombre donde
habita el exterminio”
Con un idioma reciente
comenzaron a nombrar el mundo
y decidir que azul era
el color de los ojos
y rubio el del cabello:
no había lenguaje para
aceptar diferencias.
Decidieron que las estrellas
fueran marcas de muerte
y el color sólo oliera
a cenizas y silencio.
Convirtieron inmensas llanuras
en campos de despojos
que marmolizaban su mirada
a la espera de una muerte
segura.
Asumieron sin dudas
que existían seres humanos de
segunda,
en los que clavar las manos y
las dagas
no resultaba homicida.
Con múltiples idiomas
“hermanos”
renombramos nuestro mundo,
dando verdad a cualquier
elemento
que sentimos nos refleja,
olvidando que más allá de nuestra
mirada
hay una vida que tiñe de
colores diferentes
sus casas, sus ropas, los
sueños de todos
los que hoy desean este blanco
y negro
para sobrevivirse.
Y nosotros, seres del antiguo
mundo,
miramos a otros horizontes
esperando que la ignorancia
nos salve de una historia en la
que
no hay estrellas para coserse
pero sí medias lunas que se
convierten en hoces
de la que ninguna cruz se
siente responsable.
Querer ser rubios para igualar
el mundo
fue un deseo de un loco al que
despreciamos,
pero la pasividad, ante esas
manos
de otro desde el abismo
nos hermana en este nuevo
genocidio.
Montserrat Villar González. Sumergir el sueño. Ed. Lastura, 2019