En este lugar
no hay cabida
a negociar la palabra
para eso hay que caminar
al tianguis de Maravedí.
no hay cabida
a negociar la palabra
para eso hay que caminar
al tianguis de Maravedí.
Ahí la palabra
se compra y vende
según su valor de cambio
en el mercado global.
Por ahí están los marchantes,
periodistas y escritores
que su palabra negocian
buscando el mejor postor,
por un plato de lentejas
escriben mil falsedades
ocultando la verdad.
Barato sale al patrón
difundir
su palabra falsa y hueca
intentando así con ello
al pueblo entero engañar.
Con prestancia llegan otros,
de palabra comprometida,
en busca de la verdad
por paz, libertad y justicia
para todos por igual,
con el banderín al frente
llamando a la dignidad.
Muchos de ellos
desaparecidos o muertos
por el poder criminal.
Ármense bien compañeros
con la lógica formal,
pues con ésta se demuestran
verdades irrefutables
que al poder negar le cuesta
y lo hace trastabillar.
Al capital de mil cifras
la verdad no le conviene
descubre su desnudez
que se afana en ocultar
vistiendo -sin percatarse-
el invisible e imaginario,
atuendo de emperador,
que el inventor de mentiras
a precio de oro
vendió.
Nada se dice o escribe
sobre los niños más pobres
que en la calle sobreviven
haciendo de todo un poco
para conseguir un pan,
muriéndose poco a poco
de hambre, de frío, de sed
mientras muy cerca de ellos
pasa la caravana
transportando al gran mandón
quién la cruda realidad
no quiere mirar de frente,
le basta con atragantarse
de dinero y de poder.
Usemos nuestra palabra
y a esos niños proteger,
más nada detiene ya
al infame capital,
su devenir
regido por leyes
difíciles de domar.
Esta enferma evolución
de economía, ciencia y técnica
escapa a nuestro control
amenaza devastar
toda vida en el planeta
por la ambición de quienes se nombran
custodios del capital,
entre los que se cuentan
los que venden su palabra
a cambio de unas migajas
que los hace presumir,
pobres ilusos,
que cuentan con la empatía
de quien bien lleva las cuentas
en la fábrica de pobres,
y por tanto de capital.
De esta jaula caballero
es difícil escapar
y más con la soga
al cuello
que usted permitió colocar
al que lanza las lentejas
a cambio de su palabra.
¡Ay, palomita blanca!
¡vuela, vuela!
y no dejes de volar,
avisa por todo el mundo
se pueden cambiar las cosas
con palabras liberadas
y diciendo la verdad.
Aunque al patrón no le guste
esta vez se va a chingar.
se compra y vende
según su valor de cambio
en el mercado global.
Por ahí están los marchantes,
periodistas y escritores
que su palabra negocian
buscando el mejor postor,
por un plato de lentejas
escriben mil falsedades
ocultando la verdad.
Barato sale al patrón
difundir
su palabra falsa y hueca
intentando así con ello
al pueblo entero engañar.
Con prestancia llegan otros,
de palabra comprometida,
en busca de la verdad
por paz, libertad y justicia
para todos por igual,
con el banderín al frente
llamando a la dignidad.
Muchos de ellos
desaparecidos o muertos
por el poder criminal.
Ármense bien compañeros
con la lógica formal,
pues con ésta se demuestran
verdades irrefutables
que al poder negar le cuesta
y lo hace trastabillar.
Al capital de mil cifras
la verdad no le conviene
descubre su desnudez
que se afana en ocultar
vistiendo -sin percatarse-
el invisible e imaginario,
atuendo de emperador,
que el inventor de mentiras
a precio de oro
vendió.
Nada se dice o escribe
sobre los niños más pobres
que en la calle sobreviven
haciendo de todo un poco
para conseguir un pan,
muriéndose poco a poco
de hambre, de frío, de sed
mientras muy cerca de ellos
pasa la caravana
transportando al gran mandón
quién la cruda realidad
no quiere mirar de frente,
le basta con atragantarse
de dinero y de poder.
Usemos nuestra palabra
y a esos niños proteger,
más nada detiene ya
al infame capital,
su devenir
regido por leyes
difíciles de domar.
Esta enferma evolución
de economía, ciencia y técnica
escapa a nuestro control
amenaza devastar
toda vida en el planeta
por la ambición de quienes se nombran
custodios del capital,
entre los que se cuentan
los que venden su palabra
a cambio de unas migajas
que los hace presumir,
pobres ilusos,
que cuentan con la empatía
de quien bien lleva las cuentas
en la fábrica de pobres,
y por tanto de capital.
De esta jaula caballero
es difícil escapar
y más con la soga
al cuello
que usted permitió colocar
al que lanza las lentejas
a cambio de su palabra.
¡Ay, palomita blanca!
¡vuela, vuela!
y no dejes de volar,
avisa por todo el mundo
se pueden cambiar las cosas
con palabras liberadas
y diciendo la verdad.
Aunque al patrón no le guste
esta vez se va a chingar.
Manuel Martínez Morales