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viernes, 6 de noviembre de 2020

(Bibliocausto)

 



 

 

“Ahí donde se queman libros, se acaban quemando también seres humanos”

                                                                      Heinrich Heine, Almansor (1821)

 

 

Los libros de alquimia se desvanecen en el humo

bajo las órdenes del emperador Diocleciano.

Arden los papiros de la Biblioteca de Alejandría

devastada por los romanos, árabes y cristianos.

En Yucatán, Diego de Landa exige quemar,

sin rastro de piedad, los ídolos y códices mayas

que nada advierten de hechizos ni sortilegios

y solo descifraban los arcanos de los astros.

Dime, pequeña Sara:

- ¿Qué secretos encierran las láminas de Herculano?-

negras cáscaras de un tiempo gris y calcinado.

La cólera del sermón de Savonarola

en la florentina Piazza della Signoria

consume entre las brasas de aquella hoguera

además de espejos, maquillajes y objetos vanos,

escritos sobre la cábala y textos de Bocaccio.

La profecía de Heine se consuma en la Bebelplatz

y, en el trágico abril del treinta y y tres,

Goebbels convierte la literatura en ceniza

y arden en la pira los libros de Thomas Mann,

las cartas de Stefan Zweig y el teatro de Bertolt Brecht.

Y, por último, en el año dos mil tres,

son reducidos a escoria, pavesas y humo

los anaqueles de la Biblioteca Nacional de Bagdad.

La culpa fue del fósforo blanco americano.

 

En todos estos lugares la barbarie y la historia

mantienen la forma flamígera de la infamia.

 


Daniel Zazo. La periferia del deseo. Ed Páramo, 2019

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