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domingo, 31 de enero de 2021

EL CAMINO DE LAS PAÑUELAS CASI SOLO...


 


EL CAMINO de las Pañuelas casi solo...

preludia la vuelta del otoño.


Finalmente

he vestido de largo el Mehari

y Roky ha dejado de bañarse

en el monumento a Juan Ramón

cargado ahora de las golondrinas no muertas

por la visita del Papa.


Naranjo ha celebrado su 34 cumpleaños

y la piscina del pulpo verde

guarda el limo de los últimos chapuzones.


Atrás están el Calabazal, los helados,

las playas imposibles de gente

y un cierto cansancio de las terrazas.


Esta noche

me acompañas junto al beso de tu madre,

el ruido del Mehari volviendo de la playa

y el pensamiento fugaz de la próxima muerte de Roky,

vencido, sordo, casi ciego,

cuando ahora veo correr sobre las playas

su ímpetu de bronce.


Diego regresado de México dispuesto ya a escribirnos

otro libro de poemas

“El chico de Cuernavaca”, tal vez.


La búsqueda infructuosa de un chaleco de lana,

la idea de volver infinitamente,

por la carretera de Río Tinto,

y al dentista

y a la correspondencia,

Y A LA CORRESPONDENCIA.



Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed.Ruleta rusa, 2017

sábado, 30 de enero de 2021

IDEA VERTICAL DE TI




Por la ventana,

en la tarde de este invierno

miro pájaros que me recuerdan mi dolor por ti.


El mar,

tu pijama de la casa,

y tus caderas, que parirán robustos peces,

os volvéis

un dolor ancho, como oscuros tus ojos,

y el enigma se cierra por un doble horizonte de labios.


No sé si volveré en mí

y habitaré la casa, nuevamente.


Sumergido,

intento guardar esta imagen, tuya, para siempre.



Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2017

viernes, 29 de enero de 2021

ELOGIO A LA DIALÉCTICA

 



Con paso firme se pasea hoy la injusticia.

Los opresores se disponen a dominar otros diez mil años más.
La violencia garantiza: “Todo seguirá igual”.
No se oye otra voz que la de los dominadores,
y en el mercado grita la explotación: “Ahora es cuando empiezo”.
Y entre los oprimidos, muchos dicen ahora:
“Jamás se logrará lo que queremos”.
Quien aún esté vivo no diga “jamás”.
Lo firme no es firme.
Todo no seguirá igual.
Cuando hayan hablado los que dominan, hablarán los dominados.
¿Quién puede atreverse a decir “jamás”?
¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.
¿De quién que se acabe? De nosotros también.
¡Que se levante aquél que está abatido!
¡Aquél que está perdido, que combata!
¿Quién podrá contener al que conozca su condición?
Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
y el jamás se convierte en hoy mismo.

Bertolt Brecht, Poemas y Canciones, 1932. Alianza Editorial, 2005


jueves, 28 de enero de 2021

EL COCHE SE HA ROTO EN SAN JUAN




El coche se ha roto en San Juan.

Mi padre se ha sacado su última muela.

Teresa está con fiebre.


Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2017

miércoles, 27 de enero de 2021

AMANECE


 

 

Amanece,
de pecas tu espalda.

 

Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2017 



martes, 26 de enero de 2021

JUNTO


 

 

Junto a un ruido de autobuses marchando
permaneces.

 Antonio Orihuela. Esperar Sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2014

lunes, 25 de enero de 2021

UN DÍA MÁS




Un día más

vuelvo a contemplar

tu foto junto a Roky.

Ambos permanecéis

como una promesa

sobre la playa.

¿Dónde

el tiempo de los torsos?


Antonio Orihuela. Esperar Sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2017

domingo, 24 de enero de 2021

LOS DOGMAS CAÍDOS

 


 

El mercado libre lo resuelve todo,

pero llegó el coronavirus y no había cubrebocas.

 

Los empresarios crean la riqueza,

pero el confinamiento obligó a los obreros

a dejar de trabajar

y los empresarios se arruinaron.

 

El salario debe estar en relación con la responsabilidad,

pero llegó el confinamiento

y resultó que los agricultores, basureros y transportistas

eran los peor pagados.

 

La gente es egoísta, cada uno debe mirar por su interés,

pero llegó el confinamiento

y se activaron inéditas redes vecinales de solidaridad.

 

Lo que es bueno para los ricos es bueno para todos,

pero mientras los especuladores iban a lo suyo

todos los demás nos fuimos a ayudar en los bancos de alimentos,

a hacer mascarillas, recados y compras para los más ancianos,

y a trabajar con los enfermos sin medidas de seguridad,

arriesgando la propia vida.

 

Los dogmas de los poderosos han caído

ahora nos toca a nosotros levantarnos.



Antonio Orihuela. Todos atrapados en la misma trampa. Ed. Garum, 2020


 

sábado, 23 de enero de 2021

LO SAGRADO



...una espiritualidad con pelo.

Jorge Riechmann

Tu cara hinchada de sueño.

El calor de mi cuerpo alejándose

por las calles.

Mis bolsillos vacíos.

Pedalear hasta el trabajo,

con la visión, tras la fábrica,

del monte Sumeru,

con la sensación de un Bodhisattva

que vuela sobre la espalda de un mundo pequeño

que se afana abajo,

arranca un dulzor de labios,

deja una sonrisa.


Saludar.

Decirle adiós y buenos días

a gente que no conozco.


Pensar, a la vuelta,

en la luz que se va en un desgarro,

en lo lejos aún de la casa,

en los humildes, en los humillados,

en el veneno que avanza

desde la locura de los hombres,

sembrando narcisos, adormideras,

cadenas y mordazas también para el viento

que me lleva

hasta el frío del próximo noviembre,

los abrazos,

los rostros que quiero

y junto a los que avanzo

desde una

y no

la misma

música

de mi vida.



Antonio Orihuela. Narración de la llovizna. Ed. Baile del Sol

Fotografía de Carmen Lourdes Fdez. de Soto

viernes, 22 de enero de 2021

Cambio

 



De noche, en su cama a solas tuvo la revelación. Si quería cambiar algo debía hacerlo desde dentro. Días después habló con los del partido para afiliarse y participar de los debates internos. Luego fue recibiendo consignas, lemas, indicaciones, órdenes… Supo que desde dentro algo estaba cambiando. Ella. 

Mario Rodríguez García.  El esfuerzo de nacer. Editorial Alud. 2020 

jueves, 21 de enero de 2021

Realidades

 



Marcela había leído toda la propaganda electoral, escuchado los programas de televisión local de cada partido y leído las acusaciones que se cruzaban en los periódicos. A pesar de que ambos hablaban de querer lo mejor para el pueblo, había diferencias. Y ella eligió. Y lo votó.

Al salir del colegio electoral que estaba en el colegio donde estudió de niña, los vio a los dos hablando. Aquel compadreo no le pareció coherente con lo que decía cada uno del otro. Entró de nuevo y preguntó si podía retirar su voto. No podía. Sintió que la única verdad era que la engañaban.


Mario Rodríguez García.  El esfuerzo de nacer. Editorial Alud. 2020 

miércoles, 20 de enero de 2021

Paraguas

 



Con la decisión de una mujer brava, Adela salió de casa antes de que el amanecer poblara de luz el pueblo. Cruzó los caminos con cuidado de no meter los pies en los charcos. Ascendió sin prisas, pero con un caminar continuo, de animal de campo. Desde la altura se volvió por ver la aurora sobre los tejados y sonrió cuando los primeros rayos del sol de otoño iluminaron la torre de la iglesia de Los Remedios. Cruzó la rivera por el camino del Barrial y por los senderos a Corterrangel, Castañuelo y Aracena, con conocimiento experto. Llegó a Aracena recién abiertos los primeros puestos de la plaza de abastos, pero no se detuvo. Dejó atrás la iglesia del Carmen hasta la casa del talabartero. Recogió unos zapatos recompuestos y le pagó en calderilla del monedero que su marido le regaló el día que se casaron.

Con las botas al hombro, se dirigió a la Tabacalera. Hacía años que su padre la llevó allí por vez primera para comprar hebras de tabaco y yesca. Con el tiempo, los anaqueles rebosaban de utensilios y herramientas, de cacharros y maravillas que factorías de lejos acercaban a los pueblos del olvido. Compró unas onzas de liaíllo y preguntó por paraguas. El tendero sacó dos modelos. Ambos negros, ambos sujetaban con idénticas varillas el sombrero, pero los precios se adaptaban a las medidas. Se quedó el mayor y sacó del monedero el único billete que traía. Era su primer paraguas. Al salir, las primeras gotas le arrugaron la cara y le contrajeron los labios.

No esperó a que escampara. Vio claros que prometían un pronto final de la lluvia y retomó el camino de la iglesia del Carmen. Entró. Por rezar y por refugiarse del chaparrón. Se arrodilló ante el altar de la Soledad y le dejó un avemaría y una petición: salud para su marido y para sus hijos que habían quedado en Cortelazor.

Las nubes levantaron algo con el mediodía y Adela decidió llegada la hora de volver. Los vientos venían del sur y unos nubarrones negros jugaban con los colores del cielo derramando presagios de tormenta. Supo que se mojaría.

Con un paraguas bajo el brazo, liadas en papel las botas remendadas y en su interior las hebras de tabaco, una mujer de colores imprecisos rompía la línea de castaños por el camino de Los Marines. Decidió el de la carretera, más largo, pero sin charcos.

El terreno se combaba entre las colinas y exhalaba vapores que la tierra guarda para quienes saben apreciarlos. En los castaños desnudos, los fantasmas se desperezaban bajo las primeras aguas. Los charcos de las cunetas dibujaban círculos interrumpidos por círculos nuevos a cada momento. El viento en las ramas simulaba amenazas que sabía falsas. El campo no traiciona a los suyos.

Poco a poco, como cuando amanece, la lluvia fue arreciando. Adela se cubrió la cabeza con un pañuelo que ató bajo la barbilla, ocultó bajo la ropa las botas y el paraguas y avanzó cada vez más empapada. Un rayo restalló pasados Los Marines y el ruido gigante del trueno trajo un instante de temor. El agua caía sin descanso.

Cuando las campanas de Los Remedios daban las dos de la tarde, Adela descendía las cuestas desde la carretera a la Mesa. La lluvia aflojó. Antes de llegar al olmo de la plaza dejó de llover.

La puerta la abrió su Quico, que con cinco años alcanzaba a los pestillos y poseía una intuición capaz de saber cuándo alguien se acercaba a casa. Los ojos del niño se abrieron con la desmesura de la sorpresa. Su madre era un guiñapo. Empapada, con la ropa adherida a las carnes, el frío rompiendo en tiritina desde los hombros hasta las piernas y las manos encrespadas protegiendo las botas y el paraguas. Bárbara, la mayor llegó llamada por el silencio de su hermano y el chapoteo de Adela sobre los ladrillos rojos del suelo. También la silenció aquel ser en quien reconocía el cansancio y la obstinación de su madre. La ayudó hasta la cocina donde la candela regalaba sus calores y comenzó a desnudarla. Mandó a Quico a por toallas para equilibrar la temperatura de su madre. Ya seca, se ocupó de darle las últimas vueltas a la olla que hervía en la hornilla.

Al llegar Evaristo, percibió el silencio incómodo de lo extraño. En su casa no sonaba la normalidad de cada día. Con algo de susto llegó a la cocina y la vio casi como a diario. Soltó las herramientas, besó a Adela y recibió el frío que aún conservaba su cuerpo.

—¿Qué ha ocurrido?

—Mira lo que te he traído —sonreía. El paraguas en las manos.

—¿Qué ha pasado?

Bárbara lo contó con precisión. Los gestos de Águeda trataban de quitar importancia. Los hombros de Evaristo caían a medida que las palabras le llegaban, a medida que el trayecto de su mujer se le presentaba paso a paso desde Aracena a Cortelazor, a medida que la lluvia le calaba el alma y el esfuerzo el corazón. La boca dejaba caer la mandíbula inferior por el peso de la admiración, por el volumen del amor de ese camino.

Terminada la exposición, la propia Adela parecía admirada de su hazaña. Evaristo le preguntó que por qué no se había cubierto con el paraguas. La voz suave y cándida de la esposa le entregó las palabras más bellas que escucharía en su vida:

—Porque no podía pensar en estrenarlo sin estar contigo...

 


Mario Rodríguez García.  El esfuerzo de nacer. Editorial Alud. 2020 

martes, 19 de enero de 2021

Domingo

 

 



Bajo el alero, alboroto de golondrinas. Una se queda atrapada al nido por una hebra. Desde los balcones del asilo, las monjas intentan liberarla.

Domingo apenas alza la mirada. No tiene impedimentos físicos. Es solo vejez. Vejez y soledad. Eleva, al fin, los ojos y se pierde. Su sobrina abre la puerta. Coincide con la liberación del ave. Libre la golondrina, se dispersa la algarabía. Mira sin sonreír a la joven.

—¿Qué tal, tío?

—Mal.

El silencio casi se instala tras el alboroto. Solo el murmullo de monjas y curiosos en la calle.

—Aquí te cuidan, tío, te dan de comer, te lavan… ¿Qué es lo que va mal?

Los ojos de Domingo se apagan a la luz refrenada por el alero.

—Estuviste en los campos de concentración de Franco, te insultaron, te maltrataron, te golpearon…

Disminuye el rumor en la calle. El nido acoge de nuevo golondrinas. Domingo calla. Ni amago de levantarse de la silla de ruedas. Vejez y soledad. La sobrina no soporta el silencio.

—Las monjas son muy buenas, y te quieren. ¿Tan mal estás?

Algún vehículo riega de ronroneos molestos el cuarto. La sobrina insiste.

—Estuviste hundido y superaste las adversidades ¿Por qué estás mal?

Domingo parece dormitar. Sin embargo, navega hacia el territorio de los recuerdos.

—Nunca he estado peor.

—¿Ni siquiera en los campos de Franco?

Un nuevo silencio. Domingo añora la algarabía de las golondrinas…

—Allí… allí tenía una esperanza.

 

 

 Mario Rodríguez García.  El esfuerzo de nacer. Editorial Alud. 2020 

lunes, 18 de enero de 2021

Intereses




Manolo, después de cruzar el pasillo, con la dignidad que da la decisión, y la conciencia de ser lo poco que era, se dirigió a una de las personas que ocupaban la mesa sin mirarle a los ojos. Sacó un sobre del bolsillo, se lo dio y le dijo “quiero una papeleta que no sea esta”. La persona que lo atendía acusó la curiosidad. “¿Por qué no la coge usted?”. “No sé leer”. “Entonces ¿cómo sabe que no es esto lo que quiere votar?” Los ojos de Manolo miraron por primera vez a los otros. “Porque es la que me ha dado el amo”.


Mario Rodríguez García.  El esfuerzo de nacer. Editorial Alud. 2020 

Fotografía de Carmen Lourdes Fdez. de Soto

domingo, 17 de enero de 2021

NANA PARA ESCONDERSE




Es de noche.

Cualquier noche.

Te abrazo por detrás

abarcandóte el cuerpo

regresándote al útero

Ardes

Tienes frío

Cojo tu mano

y te susurro al oído

conjuros para que no te huyan:

Algún día te contaré

una, dos, tres magias

cuatro lunares

cinco miedos

y un lobito bueno


Temblamos en la orilla

de una espiral

que es un camino

hacia nada

Tu fiebre salta a mi carne

Ardo contigo

Es de noche y hace frío

Estamos en algún lugar

entre nuestra casamuerte

y nuestra casaincierta

Seguimos dando vueltas

Una marea de madres

abrazadas a sus niños

por la espalda

nos acompaña

Dormimos apretadas

en un tren de piernas y brazos

y juntas cantamos

una nana de hojas secas:

Algún día te contaré

una, dos, tres magias

cuatro lunares

cinco miedos

y un lobito bueno


No conozco a mis vecinas

Ellas tampoco me conocen

Los niños sí

Los niños todavía saben de nombres

Por eso sabemos que faltan

muchos

Al amanecer son ellos 

los que se cuentan:

Los monstruos se llevaron

anoche a Mazen

susurra mi hijo.

Le aprieto fuerte

No puedo decirle

como antes

que los monstruos no existen

Mirar debajo de la cama

o en el armario

y sonriendo decirle

que acabé con ellos

Sabe que los monstruos

no son cosa de cuentos

Que cualquier noche

le huyen a él también

Por eso le abrazo fuerte

y le acuno:

Algún día te contaré

una, dos, tres magias

cuatro lunares

cinco miedos

y un lobito bueno


El frío es el menor

de nuestros problemas

El barro es el menor

de nuestros problemas

Aquí en el bosque

detrás de la valla

el hambre es el menor

de nuestros problemas.

El miedo

de nuestros hijos a los monstruos.

Ese sí es un problema.

Es vuestro problema.

Abro los ojos

El sol se filtra por las cortinas rojas

Estamos en casa

La fiebre ya ha pasado

Mi hijo sigue conmigo

Ha sido todo una pesadilla

Qué tonta

Los monstruos no existen, mamá,

y canta despacito

acariciándome la mejilla

con su manita de luna:

Algún día te contaré

una, dos, tres magias

cuatro lunares

cinco miedos

y un lobito bueno



Alicia Es. Martínez Juan. En casa, caracol, tienes la tumba. Ed. Gato encerrado (2016)

sábado, 16 de enero de 2021

2 fragmentos de VUELTAS IMPARES TEJEN DEL REVÉS



 

 vueltas impares tejen del derecho con 10 años mi madre me apuntó a un taller de punto vueltas impares tejen del revés se impartía en una tienda junto a la nuestra todas las mujeres que allí acudían pues todas eran mujeres superaban los 20 años uno del derecho uno del revés  fue mi primer contacto con la mujer como concepto como colectivo aunque mi madre me adoraba tal como era no podía soportar mi aspecto hombruno así lo llamaba ella y así hasta acabar todas las vueltas punto musgo punto liso punto bobo de tantas vueltas acabé confundiendo el derecho con el revés las espigas con las olas duré tres clases una noche de navidad mi tía me llamó marimacho nunca había visto a mi madre tan enfadada tan defendiéndome años antes en esa misma habitación estuve a punto de atragantarme con una peseta que luego apareció ensangrentada en el bolsillo de mi peto vaquero yo la seguía notando atravesada en la garganta aún sigue ahí hay entre estos dos pespuntes un punto abeja que no acabo de tejer algo más mayor mi pobre madre llegó a la conclusión de que no era una cuestión de género sino de sociabilidad y me apuntó a los scouts me metieron en el grupo de los lobeznos en las marchas a la montaña a paso de soldado yo me entretenía con las mariposas en las gymkanas hacía trampas y ganaba trofeos para luego devolverlos por tramposa me autoinculpaba no soportaba las letrinas ni mear en el campo así que cuando necesitaba mear me caía a las fuentes a las albercas al río era invierno


          ***


 el día en que aprendiste, mi hijo,

lo que era un fusil de asalto,

17 adolescentes morían en eeuu

 a manos de un compañero

17 madres se quedaron sin parque

tú lo usas para matar zombis

desde la torreta del parque de la vega

anochece.

un parque de noche es propicio 

para la ensoñación

es la hora en la que las madres nos tiramos por el tobogán

y llegamos a la luna en columpio

(¡hasta la luna! ¡hasta la luna!)

jugamos a matar zombis 

lanzándoles dardos con barquillos de chocolate

lo del fusil de asalto, mi hijo, te dije, no nos sirve

los zombis se reirían de nosotros

a los zombis los detectas fácilmente:

pasean perros, corren enfundados en chándal, duermen bebés mientras hablan por el móvil

los fusiles de asalto los llevan ellos

nosotros, mi hijo, barquillos de chocolate

pompas de jabón

escupitajos de mentirijillas

eso es letal para los zombis

(¡hasta la luna! ¡hasta la luna!)

somos invisibles

en esta soledad de parque nocturno

duendes que descienden de las sombras

de los árboles cuando los árboles desaparecen

jugar en un parque nocturno 

es como nadar en una piscina vacía

recorrer una ciudad arruinada

bajo nuestro propio fuego

jugar en un parque bajo la luna

me recuerda a siria, mi hijo, te dije

a siria y a tus zombis

tus barquillos de chocolate, tu fusil de asalto

tu cuerpo de niño varado en la playa

(¡hasta la luna! ¡hasta la luna!)

jugar en un parque al anochecer

cuando las familias bañan a sus hijos, pasean a sus mascotas, hacen la cena

te hace consciente

de la inconmensurable belleza del hijo bueno

de la inconmensurable lejanía de la luna

de lo poco que vale la vida,  mi hijo



Alicia Es. Martínez Juan. Vueltas impares tejen del revés. El petit editor (2019)


viernes, 15 de enero de 2021

BOLA 8



 

el billar es un sistema caótico, todo depende de la racionalidad del cociente de las longitudes de los lados y el ángulo de tiro. Sin embargo, el proceso de medida nunca puede devolvernos la posición y velocidad exactas de la bola inmediatamente después del golpe, sino sólo dentro de una ventana observacional, es decir con una incerteza. Los sistemas caóticos tienen la propiedad de amplificar esa incerteza, de modo tal que, al pasar el tiempo, la incerteza en la posición final se vuelve enorme, y se pierde la predictibilidad.

 

 

Al final, no hay juego inocente

y en el billar tienes otra teogonía,

una interpretación del mundo

y del sentido de la vida.

 

En esa metáfora

nosotros somos las bolas,

esferas de color

y antes de cada partida

el triángulo inicial.

 

Nuestra forma es triangular

sólo que, con el primer golpe,

nos separamos de nuestra forma original

para ser entonces esferas,

bolas de billar, lisas, rayadas,

de diferentes colores pero iguales,

 

esferas que conservan una ligera noción,

un breve destello de una antigua sabiduría

que fue nuestra forma original,

 

de ahí el vano afán de recomposición de esa figura,

el chocar de los cuerpos,

la búsqueda del otro,

el permanecer quietos al abrigo de los demás

mientras llega el impulso vital, el golpe,

la fuerza que nos separa

y la fuerza que nos une

y la fuerza que un día nos arroja por la tronera

hacia la nada desde la que volvemos a salir

pensando de nuevo

que hay una forma primordial para nuestro ser,

pero la bola no siempre es la misma

y la mesa tampoco.

 

Todo sufre imperceptibles desgastes,

corrimientos, transformaciones.

El juego que nos deshace

nos volverá a hacer

una y otra vez, eternamente.

 

Tú ya estabas en mí

 

por eso fue tan fácil

reconocerte sobre el tapete verde del mundo,

 

chocar contigo era entonces y ahora

toda mi ilusión.



Antonio Orihuela. Todo el mundo está en otro lugar. Ed. Baile del sol, 2010

jueves, 14 de enero de 2021

SEÑALES

 


para Guadalupe Grande, Rosina Conde

                                                                         y Jesús Aguado        

 

 

Como quien espera que algo suceda

y sucede la nada.

 

Como quien lo esconde todo para olvidar

y sale después en busca de sus recuerdos.

 

Como quien escribe versos en una jaula

sin dientes y sin futuro.

 

Como quien no distingue un cuerpo

de un espejismo.

 

Como quien olvidó una promesa.

 

Como quien llenó su corazón de barcos

y no dejó sitio para nada más.

 

Como el que está solo

y se pone a escribir que necesita un amor

en vez de salir a la calle a buscar uno.

 

Como quien sueña con ser amado.

 

Como quien ve al amor

pero decide quedarse junto al amor

para no hacerle daño al amor.

 

Como quien quiso ver a Dios en una hormiga

y le pidió una prueba de su existencia.

 

Como el que se asoma al pozo del tiempo

y el agua le salpica en la cara.

 

Como el que sale a buscar lo absoluto

y se distrae con las sirenas de los barcos.

 

Como quien fantasea con encender estrellas

en vez de encenderse así mismo.

 

Como quien despierta en la madrugada

porque ha oído abrirse el verano.

 

Como quien acuna la noche para que crezca

y se haga de día.

 

Como quien camina a oscuras

con el susto de no saber.

 

Como quien conoce la herida

y se pasea por su borde para no olvidar

que está ahí.

 

Como quien regala flores de plástico a su amor

porque duran más.

 

Como quien mira atrás en su vida

y no le gusta lo que ve.

 

Como quien revisa la herencia de su padre

y sólo encuentra su miedo como legado.

 

Como quien se inventa un pasado

que termina siendo una copia exacta de su vida.

 

Como el que se levanta de tejer

y se da cuenta que ha dejado sus dos manos

atrapadas entre lo tejido.

 

Como el que va a un restaurante

y pide un plato de optimismo.

 

Como el que tiene hambre

y pide un plato de justicia.

 

Como el que cuenta las losas de la plaza

y se pierde al llegar a 124.

 

Como el que quería ver las estrellas

y se abraza a un saguaro.

 

Como el que en vez de decir amor

todos los días tiende las sábanas de su cama en el balcón.

 

Como el que se pone a escribir su primera carta de amor

y le queda algo así como bien lo sabes vivir

sin ti un momento sentí besos de tus nostalgia.

 

Como el que se pone a buscar su cultura

y descubre que su cultura sometió a su cultura.

 

Como el que tiene que hacer un viaje a un lugar muy remoto

y elige el camino más largo.

 

Como el que al cumplir los cincuenta

 toma de la mano a su padre y su madre

para soplar las velas de su tarta de cumpleaños.

 

Como el que se encuentra a su abuela

en el plato de sopa que le sirve su amada.

 

Como el que mira a su hijo y solo ve tiempo.

 

Como el que rompe a llorar por nada

y cesa de llorar al darse cuenta de que llora por nada.

 

Como quien busca en las cenizas

el fuego de su juventud.

 

Como el que cansado de su mala suerte

se abre nuevas líneas en las manos con una navaja.

 

Como quien decide correr una gran aventura

y decide volver a casa por un camino distinto.

 

Como el que quería cambiar el mundo

pero al final se conformó con poder cambiar de calzoncillos.

 

Como el que acaricia una foto

teniendo a su lado lo fotografiado.

 

Como el que pierde un amor

y no deja de hurgarse en el pecho.

 

Como el que toca el violonchelo en una calle

por donde no pasa nadie.

 

Como el que cada mañana

se da el pésame y se acompaña en el sentimiento

de haber perdido el amor de su vida.

 

Como el que se mira en el espejo

y ve a otra persona que no es él.

 

Como el que no tiene hijos, ni esposa,

ni casa, ni trabajo

pero no deja de escribir.

 

Como el que se queda solo

y descubre en el silencio

una luz cargada de pájaros.

 

Como el que no pudo vivir de la poesía

y desde entonces vive en la poesía.

 

 

¿Así eres tú?


 

 Antonio Orihuela. Salirse de la fila. Ed. Amargord, 2014