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lunes, 19 de julio de 2021

ROCKY HA MUERTO

 

     Sordo, casi ciego, Rocky sueña con carreras alocadas detrás de gaviotas impúberes por las arenas de la playa de Mazagón, La edad Rocky, la edad que es muy mala, le dice el Otro poeta de Moguer acariciándole la cabeza, Te voy a pedir un favor Antonio, no te deshagas del Mehari mientras yo viva. Cuando muera, cómprate, si convences a Mar, el deportivo Mazda Mx-5, rojo, capota negra, Puedes dormir tranquilo, Rocky, el Mehari y tú nunca me habéis dejado tirado en los momentos críticos de mi vida, Gracias, Antonio, gracias, la vida de los perros es tan corta... Venga, Rocky, no te pongas sentimental, Si no me pongo sentimental, es que siento como si los sueños volaran de mi cabeza y el presente, el pasado y el futuro se mezclaran en el mismo vaso formando una nube blanca.

Antonio Orihuela observa interrogante a Rocky durmiendo en su agujero, ¡Cuántas historias vividas!, piensa, ¡cuántos kilómetros tragados entre Mérida y Moguer!, ¡cuántos chapuzones en ríos sin agua!, ¡cuántos poemas por escribir! En la última visita al veterinario le diagnosticaron cáncer de próstata. Antes los viajes para Rocky eran una fiesta. Ahora un viaje le infunde tormento. Cada media hora, aproximadamente, Antonio Orihuela tiene que buscar una recta en la carretera de la Sierra de Huelva, parar el Mehari y bajar a Rocky al arcén para que pueda hacer sus necesidades urinarias. Me he convertido en un estorbo, ladrusea en cada parada. Aunque la sordera lo ha apartado de los encuentros poéticos y demás eventos literarios, aunque no escucha y casi no distingue la silueta de Antonio Orihuela, Rocky es consciente de los cambios que se han producido en la familia a causa de sus achaques. Evitan viajar de noche. Las juergas han disminuido y, por las madrugadas, unos pasos invisibles se acercan al cuarto para vigilar los sobresaltos de Rocky. Él se hace el dormido y, cuando se asegura de que los pasos invisibles han desaparecido por la larga avenida del pasillo, mueve la cabeza y derrama una lágrima en el cojín almohada.

     En cuanto a mutilar el libro, ¡ni de broma! Sale entero como los potros marismeños, le escribe el Otro poeta de Moguer. Antonio Orihuela coordina la publicación del  librito de poemas Sincronía del Solejero a través de la Diputación Provincial de Huelva. La contestación viene a cuento porque Eladio Orta le hace llegar una nota con la entrega del poemario, Hermano, si tienes que quitar algún poema —ya sabes, por cuestión de paginación u otra historia—, sin problemas. Antonio Orihuela vive en la calle Friseta, barrio por el que pasearon al potro castrado de Platero y yo para llevarlo al filo de la navaja de Darbón. Pero me cuesta digerir o escenificar o visualizar a Antonio Orihuela de vocalista de un grupo rock de sevillanas. Me cuesta imaginármelo. Tendría que pedir huellas, señales, fotos y, así y todo, diría a su espalda que el de la foto no es él, sino un doble, o un hermano gemelo.... ¡Ay la digestiva horchata! En la lejanía rockera, la horchata era una bebida de niños ni fu ni fa. Pero, amigos, la vida da puñaladas y pasamos en un santiamén del espárrago rock a la horchata rock.

 

     Antonio Orihuela ha desaprovechado todas las oportunidades en la N-435. Rocky no, Rocky la provocó en un ataque de cordura. Atacado por el decaimiento paulatino de la enfermedad, en una de las pocas rectas de la carretera Mérida-Huelva, a su paso por  la localidad onubense de Santa Olalla, parada ordinaria para desalojar el orín de la vejiga, Antonio Orihuela le abre la puerta trasera del Mehary y, ante la sorpresa mayúscula de éste, Rocky no se encamina hacia el arcén, sino que se arroja a las ruedas delanteras de un camión. Antonio Orihuela ha desaprovechado todas las oportunidades que le ha ofrecido la vida para desaparecer, su tranquilidad ambiental ha desviado las agujas del gepeese hacia el dipétalo de, Mañana nos vemos en la puerta de la estación de autobuses de Mérida. Los poetas van por la vida de inconscientes totales o a pecho descubierto. Uno llega a Mérida a las cuatro y media de la tarde, autobús Ayamonte-Madrid, seis horas y media en el traqueteo sudoroso de la costa, el Andévalo y la sierra. Los poetas son un poco osados. Uno flipa e intenta cruzar el lago de Proserpina de una tacada. Hacía diez años que no bajaba a darse un baño a la playa de isla Canela. En medio del lago siente una pesadez en el cuerpo, como si alguien le jalara las piernas hacia el fondo del lago. El otro poeta  pide una piragua de fibra de carbono para dar la vuelta a la Isla, salida desde el club Bajamar, en la barriada de Canela, rodeando la Isla por los caños de las marismas del Pinillo, ría Carrera, espigón de Punta del Moral, bajos de la playa y entrada por la desembocadura del río Guadiana. Uno creía que estaba bañándose en la playa y el agua dulce lo empujaba hacia las raspaduras de las culebras de agua. El otro creía que estaba acariciando la superficie del lago de Proserpina y, a la salida de la barra de isla Cristina, varias olas de cuatro metros de altura lo atacaron y piragua y poeta dieron varias volteretas en el agua. No le daba tiempo a recuperarse y coger aire cuando nuevamente otra ola lo mandaba al fondo del espumarajo. Uno creyó que atravesar el lago era pan comido, voces filtradas en el eco de azoteas impúdicas mezcladas con olores perversos a perfume de abedul y a caldo de melones resbalándose por las orquídeas de las puestas de sol en la desembocadura del atrevimiento. Y al otro se lo advirtieron, Hay que coger piraguas pesadas. Pero el poeta de agua dulce ocasional, perdón, piragüista contrastado en el hábitat interior de los náufragos, reclama el derecho a atravesar las olas con la finura del maestro budista que contempla el amanecer de los pájaros y hace caso omiso a los sabios nativos. Uno pidió ayuda en medio del lago y el otro no andaba lejos y varias piraguas se acercaron. Al otro nadie pudo acercarse a salvarlo: piragüista que lo intentaba era volteado por las olas. Una hora y media estuvo a tientas en el remolino del reventadero de las olas hasta que piragua volcada y poeta piragüista fueron arrastrados por la corriente hacia la rompiente de las piedras del Espigón de Punta del Moral. Los biógrafos pudieron hacer correr ríos de tinta, Tú y yo ahogados, comenta Antonio Orihuela, Tampoco está mal resucitar varias veces en la vida, le responde sonriendo Eladio Orta.   

 

     Rocky ha muerto. Toda ausencia es irreparable, pero la de Rocky en los Encuentros de Moguer es insustituible. Rocky era una institución poética. Si lo dudáis, preguntádselo a Eladio Orta. Él, tan poco amigo de las compañías perrunas, hasta llegó a hacer buenas migas. Rocky, en sus álgidos momentos de parloteo, solía referir una de las tantas típicas anécdotas en los restaurantes, Señor, le informo que los perros están prohibidos en los restaurantes, interfiere el camarero uniformado, Un momento, amigo —aclara irónico Eladio Orta—, Rocky no es un perro, sino un ilustre poeta de la conciencia, Perdón, señor, voy a hablar con el jefe. La inexperiencia del camarero uniformado en materia poética les ha puesto la ocasión en bandeja y, mientras le cuenta la película al jefe, dueño y señor del restaurante, Rocky y Eladio Orta se han sentado en la mesa que tenían reservada. El dueño del restaurante se acerca expeditivo para entrar en materia prohibitiva de perros en el salón comedor, pero se queda de piedra al interferir ciertas alusiones filosóficas de Rocky sobre la lírica del poder y la antipoesía, Perdonen, señores, la inexperiencia del camarero uniformado me había comentado de ciertas peculiaridades parecidas o acercamientos físicos a la especie... Perdonen, señores, las molestias causadas y están invitados por la casa, Por favor, no se preocupe usted, un malentendido lo tiene cualquiera, le contesta Eladio Orta, A la inexperiencia del camarero uniformado tendré que recomendarle que se ponga gafas... La voz del dueño del restaurante se pierde entre las miradas de los comensales hambrientos. Durante un tiempo lindo, Eladio Orta y Rocky se especializaron en una exquisita performance práctica: comer por el morro en los restaurantes.

 

     Tocayo —le iba diciendo Heladio Horta a Amín Gaver—, nosotros, que practicamos la poesía hasta las últimas consecuencias, intuimos que estamos inmersos en una aventura sin retorno... Quienes no escriban del lado de la duda, quienes no ejerzan la función poética como medida social de progreso contra el desbaratamiento del verso, o están en babia o son traficantes infiltrados de metáforas del sistema con cuenta corriente en estado óptimo y carnet de pureza a prueba de la Real Academia del Conformismo, Tocayo, le respondió Amín Gaver, en los términos medios florece la mediocridad. Esto sigue mañana.

 

Eladio Orta. Los poetas cuando se emborrachan parecen una familia. Ed. Baile del Sol, 2021

 

 

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