Procurábamos saber más sobre el dolor leyendo los grumos espesos,
el tajo en el tronco del olivo, la historia de la arista. Pliegues,
páginas arrancadas a los médanos algún día resplandecerán.
Con las caras alzadas hacia el cielo, pantalones arremangados,
queríamos distraer en las charcas los relámpagos desplomándose
sobre la casa. Lagartijas retoñarían cárdenas al apenas nacer el sol.
En esferas de agua transcribíamos soplos de cielo. Esa noche
lentamente oscura me desperté, palpé mi rostro y seguí soñando.
La lluvia es la única forma del sueño que dilata el dolor de ser sangre.
Nunca se sabe dónde ni cuándo la muerte se hará presente.
Lo que sosiega el dolor de una casa presagia la dicha
de un dios piadoso, velo donde la palabra muere.
Me decías que nacer es luz.
La luz es cólera que emigra hacia la palabra,
tremor que al pronunciarla se diluye.
El cuerpo brilla como una estrella en la sábana.
Sobre un lienzo naces, sobre otro lienzo dejas el mundo.
En esta tierra el día dura sólo la flor.
Iniciemos el ascenso.
un aire puro en tu rostro, como amapola en la arena,
sopla sin ver.
La herida es el horizonte.
Abrázame,
cúbreme de tu llaga.
Jeannette L. Clariond. En: Voces del Extremo: poesía y empatía. Ed. Amargord, 2021
El cuerpo, sábana líquida derramando brillantes estrellas.
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