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viernes, 24 de septiembre de 2021

CAMINO EN EL CAMPO, CON ÁRBOL, ANOCHECER





 

No deberíamos recordar, aunque tampoco importa,

porque lo que termina siendo lo que a ti te pareció

nunca es lo que realmente fue.

 

Bueno, recuerda:

ese cuenco de la entrada nunca estuvo lleno de canicas,

ese camino que llevaba a Florencia lleva en realidad a la nada,

este tren que entra en el túnel de Somport sale del túnel del Pertús,

esa mujer que corre por el aeropuerto internacional Enfidha-Hammamet

nunca será la misma que toma té con menta y piñones

en el café des Nattes de Sidi Bou Said,

el viento que sopla paralizando el ferry frente a las costas de Gibraltar

no puede ser el mismo viento que prometió ahogarnos

en la playa de Manzanillo,

ese vestido que compras en Sesimbra no puede ser tu asesino,

ese cardo descolorido clavado en la pared

nunca fue la rosa del misterio que acariciaba

para aplacar el corazón desbocado

y la sangre doliéndome en las venas

durante el tiempo que tardabas en abrir la puerta

y asomarme a tu sonrisa de candil tembloroso

sobre el primer peldaño de la escalera.

 

Solo el cielo es el mismo,

deberíamos haber ido más allá de Marrakech

para sentir un cielo menos seguro, menos firme, más duro y encementado

que el amable cielo de tu dormitorio, con sus fantasmas polícromos

mirando con infinita melancolía cómo asesinamos el tiempo,

cómo vibramos de felicidad entre las sombras,

hasta que un día nos cansamos de soñar juntos y,

de tanto despedirnos, terminamos, como Estragón y Vladimir,

quietos sobre el escenario, porque no hay otro sitio a donde ir.

 

Sí, de ser mejores actores, tú serías Estragón,

porque eres la rubia que tiene un problema de memoria,

te quieres alejar de mí y crees que siempre te están dando palizas,

cuando los peores golpes los sueles dar tú.

 

Yo sería Vladimir, el que tanto te hacía reír antes de los platos rotos,

el que te regalaba libros que perdías o jamás leías,

y al que, en los mejores días, encendías velas en tu piscina,

y tú eras para mí una estrella lejana y muy alta,

no el quebranto sin voz de mi altar caído,

no este piano de pocas teclas, mi amor resbaladizo y portugués,

callejón sin salida donde tanto lloré el extravío de tu luz.

 

Tú, que nunca te terminas, amor, que

como Estragón, no sabes quién eres,

recuerda aquella gota de DMT

que te dijo que esto es un sueño

y que nos hemos ahorcado el uno al otro

solo para pasar el tiempo.

 

Si te digo la verdad, creo que los dos estamos agotados.

 

-¿Qué?, ¿nos vamos?

-Vamos.

 

(No se mueven)



Antonio Orihuela

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