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miércoles, 20 de octubre de 2021

AL ALBA



Si te dijera, amor mío,

 

que la bestia murió como vivió,

rodeado por el fantasma del contubernio

que alimentaban los mismos que lo rodeaban

para que todo siguiera igual

en un país que siempre quisieron

gobernado como una cabila rifeña.

 

Sí, era muy fácil saber lo que sangraba la luna

al filo de su guadaña.

 

Su heredero está con él

en el balcón principal del Palacio de Oriente,

abajo, cien mil personas se congregan

para apoyar los últimos crímenes del monstruo

y participar en esa bárbara anomalía

que es España.

 

Nadie canta al alba.

 

Cuatro días antes han asesinado

a cinco chiquillos de apenas veinte años.

 

Todo se había hecho como marcan los cánones:

detenciones ilegales, tortura,

juicios irregulares, falta de pruebas,

 

el régimen no necesita evidencias,

tampoco importa si son culpables,

de lo que se trata es de dar un escarmiento

y para eso le vale cualquiera,

 

el día que se avecina

viene con hambre atrasada,

 

Juan Paredes Manot, Txiqui,

espera en capilla en la sala de infancia

donde los niños de los presos

visitan a su padres encarcelados

en la Modelo de Barcelona,

 

los hijos que no tuvimos duermen en las cloacas,

comen las últimas flores,

parece que adivinaran

 

Txiqui pasa su última noche rodeado de toboganes,

columpios y posters de Mickey y Pluto.

 

Lo asesinan subido a un montículo,

en un campo de tiro de las afueras,

Txiqui, aunque de origen extremeño,

canta Eusko gudariak,

y miles de buitres callados

van extendiendo sus alas,

 

contra lo que se podía esperar de un fusilamiento,

no hay descarga cerrada,

varias decenas de policías jalean

a los seis guardia civiles voluntarios,

adscritos a los servicios secretos,

que le van disparando de uno en uno,

con saña, doce tiros,

 

Txiqui, en el suelo,

aún susurra su canción,

 

en la plaza de Oriente,

nadie canta al alba.



Antonio Orihuela. Salirse de la fila. Ed. Amargord, 2017


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