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miércoles, 8 de diciembre de 2021

DENTRO DE UN ORDEN




Ángela dice que las motos, los coches y los camiones 

tienen chimeneas, chimeneas pestosas... 


Estos días de verano las chimeneas pestosas 

se alargan y arraciman junto al mar. 

Si les fuera posible, algunos se bañaban con el coche puesto. 


La gente dice que va a la playa 

pero la playa desapareció hace años, 

van a un estercolero en el que, al final, 

hay agua y música como de olas. 


Hoy, además, la playa huele a gasoil, un fuerte olor 

que no parece preocupar a la abarrotada gente de la orilla. 


Las niñas se bañan y yo miro a mi alrededor 

un campo sembrado de papeles de aluminio, 

botellas de cristal, tampones, pañales, colillas, latas 

y restos de comida en descomposición 

que ignoran la proximidad de los contenedores de basura. 


Me acuerdo de Quiñones, un poeta que no he leído, 

que, probablemente, nadie vaya a leer nunca 

pero al que no le hubiera hecho falta escribir ni una sola línea 

para ser recordado no como escritor 

sino como el abuelo 

que todos los días salía a limpiar las playas de Cádiz. 


Hace un siglo Juan Ramón hablaba de la limpidez de estos sitios, 

casi nadie ha leído a Juan Ramón Jiménez 

pero todos lo conocen por Platero... 


Es como si, al final, fueran los actos de amor 

más simples y desinteresados 

los que acaban dando la talla exacta de la obra de un hombre. 

Así que me pongo a recoger basura 

sonriendo aquella sentencia comunista que, solemne, proclamaba: 


A cada quien según sus necesidades, 

de cada cual según sus posibilidades, 


y pienso que, en efecto, al menos en contaminar, la sentencia 

se ha cumplido, 

y el proletariado contamina con lo que puede, sabe y le dejan, 

y el capital con lo que quiere. 


Vuelvo del contenedor a mis asuntos 

mientras un niño tira un envoltorio de chicle, 

una chica apaga en la arena su colilla, 

una señora entierra peladuras y restos de fruta, 

un tipo arroja tras de sí un botellín de cerveza, 

unas motos arrasan las dunas, 

los 4x4 destrozan un poco más el paisaje 

y, a lo lejos, un superpetrolero monocasco de treinta años 

termina de limpiar sus bodegas 

y en la orilla, las niñas 

me dicen que han salido del agua porque el agua les pica 

y me preguntan que qué son esas bolitas olorosas, pegajosas, 

tóxicas, cancerígenas 

con las que está jugando la gente, en la orilla. 



Antonio Orihuela. Qué tarde se nos ha hecho. ERE


2 comentarios:

  1. Recuerdo cuando manadas de toros y vacas eran conducidas por garrochistas a caballo por la playa de Conil. Y como, en esa misma playa, aún se podía pescar al espinel y recoger coralinas orejitas de la arena acogedora y limpia. Y perfumarse los sentidos con los delicados lirios salvajes que brotaban de las dunas. Y a mi madre, experta en algas, frotándonos el cuerpo con ellas... Y los gitanos y gitanas de Zahara de los Atunes colmando la playa de cante y alegría, paseando sin ser interceptados por un bosque de sombrillas, sillas y neveras de plástico y un tufo insoportable de 'nivea' y 'capertone'... No he vuelto.

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  2. tengo una orejita de allí... un pliegue en el tiempo.

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