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sábado, 21 de mayo de 2022

EL OTRO LADO

 




 

S’an passe outre et a grant destrece,

mains et genolz et piez se blece,

mes tot le rasoage et sainne

amors qui le conduist et mainne.

 

Chrétien de Troyes. Lancelot ou le chevalier de la charrette

 

Dónde quedó

la vida tranquila

 

del explorador de cangrejos huecos de las marismas del Tinto,

del ciclista por las colinas doradas del Molino de Viento,

del jugador de ping-pong en un estrecho cuarto por horas,

del pescador de brillos en las cálidas noches del verano en Mazagón,

del enamorado que se para ante una casa en la que ya no vive nadie.

 

Después todo se aceleró,

estuve en África, estuve en Asia, estuve en América,

dormí a tu lado en las horas tibias y azules,

estuve con los anarquistas, me dieron de comer

y me acogieron en sus casas.

 

Estuve en una pequeña roca en medio del Mediterráneo

que los que no se ahogan llaman Lampedusa

y donde nadie conoce la Sinfonía de las Sirenas de Avraamov.

 

He bajado de los altos de Chiapas con los bolsillos llenos de nubes,

he caminado por el frondoso bosque de los cedros de Gouraud

pidiendo a Khumbaba lo proteja de la civilización,

me he confundido con la multitud en Chandni Chowk,

sentado sobre un ladrillo rojo en la Durbar Marg de Katmandú,

he hablado con las prostitutas del Parque Colón en Santo Domingo

y con una agente de la U.S. Border Patrol en la frontera de San Diego.

 

He viajado por las entrañas del D.F. y también dentro de ti,

he cruzado el puente internacional Cordova-Las Américas de Ciudad Juárez

mientras tú cruzabas el Puente de la Espada,

como en la historia de Lanzarote sin Lago,

he paseado rojo y negro por las Ramblas de Barcelona

y también sobre tu cuerpo como la primera vez,

he subido al Khardung La para comprobar que era más fácil

que permanecer indemne en tu corazón,

he buscado tu mano en el Sacre Coeur

y en Times Square he llorado al ver cómo todo se convertía en arena.

 

He entrado varias veces en la Tierra Prometida,

en la calle Siete Revueltas de Sevilla,

en el Callejón del Gato de Madrid,

en la medina de Fez,

 

creí en tus promesas, crucé la península, cruce México,

me crucé contigo un día cuando ya no teníamos nada que decirnos,

me tumbé en los verdes campos de la memoria de mi infancia en Moguer

y después en el Vondelpark de Ámsterdam,

en las playas de Mazunte y Guayacanes,

me hice el muerto en el mar de Cortes, en Guaymas,

y en una silla muy incómoda de la tercera planta del edificio

de la Excelentísima Diputación Provincial de Huelva.

 

Leí mucho, está bien leer, pero hay tanta tristeza en la letra impresa

que he decidido regalar todos mis libros, prefiero limpiar la casa,

ver crecer las flores, escuchar cómo rompen las olas contra las rocas.

 

Soy un exiliado que mira los mil senderos

de sus pantalones grises de franela, 

soy un neurótico que abre cientos de veces el frigorífico

para comprobar que el queso sigue ahí,

soy millonario, descubrí que todo canta

en cuanto me olvido de mí, he sido una lágrima,

un cazador recolector de afectos,

de luminosas vidas que nunca fueron mías,

ahora, porque amor aún gobierna y quiere,

estoy aquí temblando,

por si despegaras los labios

y me hablaras,

 

aunque sé que es imposible la pureza.




Antonio Orihuela. El sabor del cielo. Ed. Huerga & Fierro, 2022

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