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miércoles, 22 de junio de 2022

ANTIVANGUARDIA Y DESENCANTO EN LA POESÍA EXPERIMENTAL ESPAÑOLA (un fragmento del libro PUNTOS CIEGOS de ANTONIO ORIHUELA)

 


Contra viento y marea, la poesía experimental española sigue su curso, sorprendida cada lustro con algún esporádico reconocimiento y subordinada al discurrir general de las artes. Inserta en una sociedad capitalista que ha establecido el dominio de lo cultural en términos de consenso y de mercantilización, nos la encontramos neutralizada en ese espacio, ensimismada y vuelta sobre lo privado, absurdamente acomodada en él, lejos de aquellos presupuestos iniciales que hablaban de su firme compromiso por cambiar el lenguaje y transformar el mundo. 

Sus integrantes apenas existen, como un impreciso cuerpo polimórfico, son siempre más los que en un intermitente ejercicio de vedetismo entran y salen de ella, en gran medida alentados por coyunturas modales, antologías o exposiciones circunstanciales y subjetivas búsquedas formales que se dilatan más o menos en el tiempo. Como consecuencia de esto, la mayoría de sus operadores carecen de una percepción ajustada y clara sobre qué pudiera ser  y de qué pudiera ir esto de la experimentación poético visual. Todos ellos se podrían agrupar dentro de aquellas coordenadas que definió Pignatari como propias no ya de un movimiento de vanguardia sino como un efecto típico de la resaca de las vanguardias; o dicho de otro modo, en estos últimos cincuenta años lo que hemos hecho no ha sido más que asistir, una y otra vez, a su folclorización, a la reproducción manierista de sus formulaciones. Nada más paradójico si luego apelamos a su legitimación creativa como experimental teniendo en cuenta que estamos ante una experimentación que no hace sino repetir fórmulas ya periclitadas; más aún si estamos ante una experimentación que ha borrado de sí toda huella de utopía a la vez que señala la senda de su fetichización mercantilista.

En efecto, desgraciadamente, el vanguardista se ha transmutado en artista; hace tiempo que dejó de querer transformar el mundo, le basta con apenas participar en él, de ahí la dificultad para encontrar nuevos cauces expresivos dentro de una experimentación visual que celebra el mundo en que vivimos y que es incapaz de desplegar una percepción diferente de él. La poesía experimental española comenzó siendo antivanguardista, porque miraba no hacia delante, al futuro, sino hacia el pasado; y en líneas generales y contadas excepciones ese sigue siendo todavía hoy su único horizonte.

Cuando Julio E. Miranda estudia, a comienzos de 1973, la obra producida por nuestros experimentalistas hasta ese momento su frustración no puede ser más grande. En Este protervo zas (1969) de Fernando Millán, lo único que encuentra es una promesa de vanguardismo teórico “algo petulante” (Miranda, 1973:513)[1], que en la práctica no aparece por ninguna parte, pues en las composiciones que conforman el libro lo único que observa es un “un lirismo… bastante tradicional en sí mismo… Pensar que, puestas las palabras en versos unos debajo de otros, el poema vendría a reducirse a ese contenido y lenguaje tradicionales… el resto… homenajes ingeniosos a Huidobro, Larrea, Cummings, Gomringer –siempre quedando mal en comparación con poemas de esos autores” (Ibídem: 514). Miranda continúa su análisis crítico, se para ahora en Textos y Antitextos, también de Fernando Millán, para alertarnos de la frialdad del discurso, de la falta de originalidad, de lo gastado de unas fórmulas reiteradas hasta la saciedad que contrastan con el tono de soberbia, ignorancia y vanidad que pueden desplegar nuestros experimentalistas a la hora de hablar de sí mismos en los prólogos de sus libros, palabras que “haría sospechar… que los concretos, o Millán en este caso, no habían leído mucho” (Ibídem: 527); y sigue diseccionando uno tras otro los libros y los poemas de nuestros experimentalistas para llegar a una conclusión devastadora: “hubiera podido hacer pensar en sí, acaso, uno de los secretos de estos poetas era que no sabían escribir otra cosa” (Ibídem:514).

En efecto, las propuestas estéticas dentro de la poesía visual española apenas han cambiado en los últimos cincuenta años, tiempo en el que hemos asistido a una normalización de los lenguajes experimentales en lo que se refiere a sus aspectos formales a la par que, al día de hoy, lo que parece ya completamente abandonado es el programa revolucionario inicial de entender la experimentación poética dentro de un planteamiento de vanguardia sustentado en un compromiso ético con voluntad de transformar la realidad, de cambiar la sociedad. Esta desmesura, en palabras de Fernando Millán, que alentó sus inicios, erró desde el principio su orientación pública, pretendiendo vincularla a pequeños círculos de estetas, restringidos cenáculos de entendidos y algunos foros especializados donde se la trató con mayor o menor indolencia por parte de quienes formaban parte de la cultura oficial pero donde fue finalmente aceptada, protegida, difundida y subvencionada porque nada vieron en ella de subversivo ni peligroso para el Régimen.

La poesía visual que se planteó por sus iniciales operadores como una forma de activismo se agotó en la mera actividad de su propia producción estética, sin capacidad de intervención social, y en las sangrantes luchas intestinas que se vivieron en la construcción de liderazgos entre sus integrantes, que tampoco fueron capaces de resolver la dialéctica de lo individual y lo colectivo, de lo personal y lo comunitario en sus formulaciones iniciales, haciendo de los grupos no un elemento de fortaleza de sus prácticas sino una forma de agregación coyuntural que en realidad escondía no a activistas sino a artistas con los peores tics en la más rotunda acepción romántica e idealista del término. Así, por ejemplo, se despacha Fernando Millán con el resto de los integrantes del grupo N.O. tras su ruptura con ellos: “les dije a Miguel Lorenzo, Uribe, Zabala y algunos más, antes de conocerme a mí, vosotros no erais nada y yo ya era un poeta conocido. Ahora que me habéis conocido a mí, habéis conseguido que se sepa quiénes sois. Bueno pues a partir de ahora yo seguiré siendo cada vez más conocido y pasaré a la historia de la literatura en España y vosotros nunca seréis nada.” (Millán, 1997:7)[2]; no muy atrás se queda Zabala en una entrevista a la revista Perdura[3], Millán, cuando Campal la palmó, se quedó con sus ficheros para utilizarlos científicamente, quiero decir que los utilizó para dominar, para poder ser él el jefe, porque es muy fácil… oye, yo te informo de lo que quieras, pero aquí siempre mando yo. A Millán lo que le interesaba era pasar a la Historia, toma nota hasta de cuando mea… todo el que quería algo tenía que pasar por la piedra”, o  Gómez de Liaño en ese mismo medio “Me separé pronto de Campal… había rencillas tremendas, cosas que nunca me perdonaron… Campal era muy absorbente y le encantaba atribuirse el liderazgo… Cuando hicimos la exposición Rotor, como la organizaba el Ministerio, nos llamaron fascistas; claro que después me enteré que ellos –los N.O.- por su parte lo habían intentado… era mucho más fácil decir eso de Millán y sobre todo de su amigo Campal, que sí era un facha absoluto” y, finalmente, Uribe en la revista Perdura: “el que Liaño organizara la Cooperativa fue, más que nada, una cuestión de celos. Imaginaros entonces qué clase de grupo estamos hablando... A mí me vino Millán para que publicase un libro como miembro del grupo N.O; pero lo tenía que pagar yo… me lo pagué y tengo todos los ejemplares en casa… lo que pasó es que la mayoría éramos unos mierdas”.

Tampoco, ni de forma individual ni como colectivo, se generó teoría alguna más allá de algunos manifiestos que luego parecen desconocerse cuando los operadores se enfrentan al trabajo experimental que cada uno pretendía llevar a cabo, y así lo recuerda Millán en la revista Perdura: “Ni en el caso de N.O. ni en el de la Cooperativa puede hablarse de grupo –no había unidad estética ni ideológica-; además, al no haber tradición vanguardista en España, no había a quien parecerse y, cada uno, elegía el maestro al que parecerse…”; y en efecto, sus expresiones se limitaron a copiar con mejor o peor acierto lo que venía de fuera. “En realidad aquello no pasaba de ser más que un epílogo de los epílogos de las vanguardias europeas de entreguerras, pero con bastantes años de retraso y pocos de avanzada”. (García Sánchez, 1988:20)[4]

Tal vez no podía ser de otra forma, para que la experiencia se convierta en experimentación es necesario primero unas experiencias que un país como España bajo una férrea dictadura y con una incipiente sociedad de consumo, no podía ofrecer; y por otra parte se requiere voluntad y arrojo personal o colectivo para provocar esas experiencias, de generarlas independientemente de las consecuencias que esas acciones pudieran acarrear, pero ninguno quiso arriesgar tanto. Otra cuestión es que los textos programáticos continuaran, cuando se consolida un régimen de libertades, arengando con enfáticas declaraciones que abogan por “una práctica que implica el ámbito de las relaciones inconscientes, subjetivas, sociales, en una actitud de ataque, de apropiación, de destrucción y de construcción; en resumen, de violencia positiva… una práctica que se podría comparar a la de revolución política” (Millán, 1978:10)[5], cuando el caso es que toda práctica seguía resolviéndose en forma de libros de pequeña tirada, autorreferenciales, operativos, si acaso, como objetos estéticos.

En efecto, el problema de la construcción teórica de la poesía experimental española es que nunca se llevó a cabo, y cuando se quiso teorizar se hizo igualmente sobre la documentación que venía de fuera o mucho peor, se echó mano del historicismo para buscar en época helenística o aún más atrás lo que sencillamente se tenía delante de las narices, y cuando se quiso poner en práctica lo que se asumía como teoría, como hemos analizado, los resultados no pudieron ser más desoladores (Lanz Rivera, 1992; 1994).[6]

El trabajo de vanguardia lejos de buscar nuevas formas de producción, de circulación y apropiación como correspondería a quienes se declaraban partidarios de un arte total, continuó clausurado en torno a esquemas ultraconservadores, se siguió publicitando en la prensa burguesa, exhibiendo en galerías comerciales o espacios institucionales ligados al régimen cuando no era directamente  financiado y becado por él; las obras se siguieron colgando como si fueran oleos, muchas veces incluso firmadas por el autor a pesar de presentarse como grupo o colectivo, con lo que se nos advierte que igualmente permanece viva una perspectiva profesional y decimonónica del arte, profundamente conservadora de todos los mitos que la vanguardia pretendía barrer, entre ellos la constante seducción por la autoría y la necesidad de reconocimiento público, elementos todos ellos que poco o nada tiene que ver con un hacer que se quiera vanguardista o de vanguardia.

En los casos extremos, las mejores reflexiones sobre una práctica de escritura vanguardista se diluyen por los sumideros de la banalidad espectacular contra los que en teoría tendrían que alzarse, apercibiéndonos que la obra no se hace tanto por lo que tiene de subversiva en sí sino como medio de reconocimiento personal, en unos términos que igualan al artista experimental con cualquier otro friki del mundo del espectáculo. Así, de uno de los trabajos más interesantes y valorados de Fernando Millán, sus libros tachados, dice el artista: “Sobre esto ahora estoy pendiente de hacer una declaración jurada ante notario, llevando naturalmente los libros, y declarar que soy la persona que ha tachado más libros del mundo. Entonces eso lo voy a enviar a la guía Guinness de los récords para ser incluido en ella”. (Millán, 1997: 12)[7]

Esta es la situación general de nuestra vanguardia poética, su esquizofrenia entre una teoría que se quiso radical, transgresora, utopista y unas prácticas formalistas, desactivadas, sin capacidad para intervenir en lo real y fácilmente deglutidas por el historicismo postmoderno. Una vanguardia que en manos de unos operadores con una concepción academicista y burguesa del arte fueron incapaces de romper con los patrones clasicistas y se convirtieron en una antivanguardia no exenta de patetismo,  pues no fueron capaces de percibir que lo que ellos pretendían ya lo hacían los medios de comunicación de masas mucho mejor, cuando toda comunicación se estaba haciendo global, tal y como intuían los letristas franceses, y comenzábamos a compartir globalmente iconos, mitogramas, esquemas, diagramas y, en definitiva, un mismo sentido del mundo donde  nada escapa a su semantización como producto socialmente significante.

Con todo, aquella vieja utopía vanguardista se ha cumplido con creces, solo que en sentido inverso, en tanto fuente de alienación capitalista, gracias también a la colaboración de la poesía experimental española. Nos queda pues desandar lo andado, apropiarnos de la realidad rompiendo con el fetichismo de la mercancía, la cosificación del mundo, la pérdida de sustancialidad y sustantividad de las palabras, reuniendo materia y espíritu que es al fin y al cabo, más allá de todo objetivo estético, el horizonte de todo humanismo utopista.


 

Antonio Orihuela. Puntos ciegos. Ed. Fantasma, 2021

Ilustración: poema experimental de Enrique Uribe




[1] Miranda, J. E. (1973) Poesía concreta española: jalones de una aventura. Cuadernos Hispanoamericanos, 273.

[2] Millán, F. (1997) La poesía experimental en España. Espéculo, 6. http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero6/millan.htm

[3] Revista Perdura, 15. 1979

[4] García Sánchez, J. (1988) ¿Qué se hizo de la poesía experimental? Revista Taifa, 1.

[5] Millán, F. (1978) Mitogramas. Beltenebros/Ediciones Turner.

[6] Lanz Rivera, J. J. (1992) La poesía experimental en España: historia y reflexión teórica. http://www.jstor.org/discover/10.2307/41671295?uid=3737952&uid=2&uid=4&sid=21102618478251

------------------------ (1994) “Presupuestos para una teorización de la poesía experimental en España”. La llama en el laberinto. Poesía y poética de la generación del 68. Editora Regional de Extremadura.

[7] Millán, F. (1997) La poesía experimental en España. Espéculo, 6. http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero6/millan.htm

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