Páginas

viernes, 24 de junio de 2022

LORCA, ESCRIBIR EN FASCISMO (fragmentos) en PUNTOS CIEGOS de ANTONIO ORIHUELA


 


Creo que no hay nadie con la capacidad de José Antonio Fortes para leer a Lorca entre líneas. El problema es que a Fortes, para comprender qué nos quiere decir sobre Lorca, también hay que leerlo entre líneas.

Con lo primero que rompe Fortes en su libro Lorca: Fraude, negocio e ideología, es con la pretendida censura franquista sobre Lorca. En efecto, a poco más de dos meses de su asesinato, el 29 de octubre de 1936, para conmemorar el día de la fundación de Falange Española, el escenógrafo y pintor José Caballero, amigo de Lorca y colaborador habitual de La Barraca, levantaba en la plaza 12 de octubre de Huelva un escenario para el mitin que debía celebrarse allí esa tarde. Al más puro estilo de la Alemania nazi, y con desfile incluido de más de dos mil camaradas portando antorchas encendidas, los actos incluían un original “Auto de Fe de los libros marxistas y amorales”, como recoge el periódico La Provincia, donde, según el discurso del Jefe de la Secretaría Política de Falange: “Habremos de quemar toda la literatura de una triple significación: inmorales, de masonería y libros marxistas (literatura anarquista, literatura social-demócrata, Capital de Carlos Marx y Manifiesto Comunista de Engels. En cambio (…) Yo me acuerdo de la poesía de nuestro tiempo, del Romancero Gitano (…y yo me la llevé al río, creyendo que era mozuela, pero tenía marido…). De Bodas de Sangre, de García Lorca, del Torillo fiero (…) Y digo con el Cura del Quijote… Estos no merecen ser quemados (…) porque no han hecho ni harán el daño que los del marxismo hicieron”.

El 3 de abril de 1937, el periodista falangista Francisco Villena publicaba en el diario nacional-sindicalista Amanecer de Zaragoza un artículo que dedicaba al poeta granadino con estas palabras: «A Federico García Lorca, en la inmortalidad Imperial de su paraíso difícil». El artículo lo titulaba De una historia que vio la Alhambra; y en el mismo se decía

“Fue, Federico, una tarde de agosto cuando nos hablaron de tu marcha (…) Pero pasó el tiempo, nos sorprendió el otoño, el Imperio era ya nacido, mas le faltaba el laúd de su mejor cantor; por eso le cantó sólo la tórtola, porque estaba triste. Y pasó la caravana errante de los ‘calés’ entre quejas, chasquido de labios y rumor de besos; y luego vinieron tus imágenes que nos dijeron estaban huérfanas porque habían perdido la música de tu prosa; y sorprendimos la campana fanática del convento lejano, desgreñando quedó sus notas, cual queriendo lanzar tus versos inmortales al pozo tenebroso del ayer, mientras nosotros, con la misma intención de implacable ira que la campana los lanza, fuimos salvando uno a uno y gota a gota el bálsamo de consuelo de tu poesía, que dejamos sazonando el aire con la madre de tu épica Imperial. De tu suerte preguntamos a una luna, la que siempre acudió a tu conjuro, la que a tu dictado cubrió la sangre de Ignacio Sánchez Mejías para que tú no la vieses. Nada nos dijo; pero la vimos empañada con los suspiros de Yahya y las doncellas gitanas, y entonces recordamos aquellos huevos de la muerte que tú descubriste en las heridas de Ignacio y que, a decir verdad, estaban ya hace tiempo puestos por cien mil flautas destempladas entre las estrofas de tu romancero gitano y el alma de Yerma... huevos de muerte que fueron las arras de tus bodas de sangre. ¡Almas de metal! (…) El Imperio ha perdido su mejor poeta”.

Unos días antes, el 28 de marzo, los falangistas de Antequera publicaron en su semanario Antorcha, una loa por Federico García Lorca en la que, entre otras cosas le dicen: “Tú hubieras sido su mejor poeta, porque tus sentimientos eran los de Falange (…) Nadie como tú para sintonizar con la doctrina política y religiosa de la Falange, para glosar sus puntos, sus aspiraciones. A la España Imperial le han matado su mejor poeta, García Lorca”, demostrando con ello en plena guerra su reivindicación del poeta.

Poco después, en zona republicana, en la revista Hora de España, Cernuda, al escribir un artículo recordando a Federico, dice: “Nadie que conociera a Lorca o que conozca bien su obra le hallará el menor parecido con ese bardo mesiánico que ahora nos muestran”. Un poco antes también lo había dicho Antonio Machado en esta misma revista: “Lorca era políticamente inocuo, y el pueblo que Federico amaba y cuyas canciones recogía no era precisamente el que canta la Internacional”, y también en Fragua Social: “El teatro de Federico no era revolucionario. Todo lo más que podían achacarle era que se nutría de la más pura cantera popular”.

Juan Ramón aún había ido más lejos cuando en su Recuerdo al primer Villaespesa (1899-1901), publicado en El Sol el 10 de mayo de 1936, reflexiona críticamente sobre la después famosa generación del 27, con Federico García Lorca aún vivo y en la cumbre de su fama. “El momento actual de la poesía española me recuerda a cada instante el momento del modernismo. Hoy, el colorismo y el modernismo son o acaban de ser el ultraísmo, el creacionismo, el sobrerrealismo, el jitanismo, el marinerismo, el rolaquismo, el catolicismo, el demonismo, el murcielaguismo. Yo definiría estos «movimientos» españoles como el villaespesismo jeneral. Lo ve quien vio aquello. En poesía y en todo, en todo lo que viene o no de la poesía y va no a ella. (…) Bastantes Villaespesas tenemos en la presente «poesía nueva», y lo que hacen algunos olerá dentro de unos años, a mí ya me huele, como lo de Villaespesa antier, ayer, hoy (…). Villaespesa estaba estraordinariamente dotado para la poesía efectista, siempre con las candilejas al pie. Arrastraba, entonces, como un actor de gran latiguillo y escelso falsete, y embobaba a la juventud provinciana, como hoy García Lorca.” Con gran agudeza, Antonio Burgos, en su libro Andalucía, ¿tercer mundo?, escrito en 1971, dirá: “García Lorca, a quien en su día habrá que revisar como poeta y que, hoy por hoy (…) le ha hecho a esta tierra casi más daño que los Quintero”. Casi cuarenta años antes Juan Ramón ya había dicho que lo mejor de Lorca era su Romancero gitano, “pero éste tampoco tiene espíritu, es otra Andalucía de pandereta, vista de otro modo, pero de pandereta, poesía externa, brillante, pero sin espíritu”.

Pero volvamos al tema de la censura. En 1944 la editorial Alhambra, de Madrid, publicará sin mayor problema una antología poética de Federico. Eso sí, al precio de 20 pesetas, el sueldo semanal de un obrero, y en una edición de lujo y limitada a muy pocos ejemplares. No ocurrirá lo mismo con la importación de la Antología poética que se le edita en México por Costa-Amic Editor ese mismo año, pero la prohibición no es por el contenido de la misma sino por el prólogo de Ismael Edwats Matte, donde se acusaba a Falange del asesinato del poeta.

Hecho que, desde bien pronto, como hemos visto, la misma Falange intentó desmentir, como hace Serrano Suñer en una entrevista para El Universal Gráfico, de México, el 3 de mayo de 1948. "Su muerte fue para la Falange doblemente trágica: porque venía a convertir a Lorca en bandera del enemigo, ¡y con qué impiedad lo usó éste!, y porque ella misma perdía un cantor, el mejor dotado seguramente, para cantar la regeneración revolucionaria que la Falange soñaba.”

Ni siquiera en Portugal, donde Lorca era considerado comunista por el Estado Novo, se prohibió su obra; por ejemplo, La casa de Bernarda Alba se permitía representar porque, en palabras de la censura de allá, afirmaba la autoridad de la madre de familia, la tradición, la honra, la obediencia, la moral, la religión y las buenas costumbres, y todo ello se ajustaba al ideario político salazarista, o dicho de otra manera, se ajustaba al ideario político del fascismo.

La propia Pilar Primo de Rivera, en su libro de memorias Recuerdos de una vida, cita cómo, en 1952, los teatros ambulantes de la Sección Femenina de FET y de las JONS, reivindicaban a Lorca y representaban su obra La zapatera prodigiosa. Mientras que José Luis Alcocer, en Radiografía de un fraude: notas para una historia del Frente de Juventudes, reconoce que, en los años 50, "los falangistas del Frente de Juventudes reivindicábamos a Lorca por encima de otros autores del régimen.”

En 1960, Luis Escobar recoge en libro de memorias En cuerpo y alma cómo, en su calidad de director del teatro María Guerrero y Comisario de los Teatros Nacionales, solicita autorización a la censura para poner en escena Yerma. Ésta no pone la menor objeción. Los obstáculos llegan por parte de la familia que, ya por aquel entonces, pero sobre todo a partir de los años ochenta, veremos ligada a no pocos escándalos relacionados con el patrimonio documental del poeta, derechos de autor, cuentas sin cuadrar, gastos onerosos y denuncias por malversaciones de fondos públicos, fraudes, estafas y toda una gruesa trama de intereses, hechos y personajes que siguen dando titulares a día de hoy, con un agujero en las cuentas de la Fundación de más de 8 millones de euros que nadie sabe dónde están.

Un pleno municipal de finales de junio de 2018 del Ayuntamiento de Granada aprobó, con los votos en contra del PSOE, la moción para llevar a Fiscalía la gestión del Centro Lorca. Nos queda la contestación de Laura García Lorca al periodista Gonzalo Cappa del diario Granada Hoy. “La familia Lorca no es un clan”, pero las deudas de la Fundación, presidida por ella, pusieron en riesgo incluso el legado del poeta. Se temió su partición y venta, incluso en el extranjero. The New York Times, en julio de 2016, informó de que, en abril de ese año, “el Ministerio de Cultura de España aprobó una protección especial para el archivo [Lorca] y prohibió su venta o su traslado al extranjero. Las autoridades dijeron que temían que se vendiera parte del legado para resolver los problemas económicos del centro”. La Fundación ha negado rotundamente que se quisiera partir la colección, valorada en 17,4 millones de euros por Christie's. La llegada del legado Lorca a Granada, no es el capítulo final de este drama lorquiano. Ya se sabe que llega como usufructo, para pagar deudas por un millón de euros en tres años. En Granada, al Centro Lorca ya le llaman “La Caixa de Bernarda Alba”, pues es probable que esta entidad, por venta secreta de la familia, sea la verdadera propietaria de la colección.

Por desgracia, estas conductas vienen de lejos. En efecto, Lorca, por ejemplo, es aceptado en la Residencia de Estudiantes, espacio privilegiado de sociabilidad burguesa donde forjar vínculos de clase, porque así lo dispuso el director de la misma también colocado a dedo en este puesto de confianza. No algo muy distinto ocurre con la Junta de Ampliación de Estudios y su red de organismos paralelos, instituciones, sociedades, círculos, tertulias, mecenas, patronos, directivos, amigos, etc. que dan corporeidad al menos visible complejo entramado de relaciones, personificaciones, jerarquías y autoridades cuyo fin último es su reproducción como clase dominante.

La conquista del Estado republicano supone también el reparto del Estado entre esta élite llamada a realizar labores de funcionarios ideológicos de clase, en gran parte, reclutada entre el señoritismo caciquil o financiero que, por tanto, solo verán en la cultura una manera de bendecir lo ya dado por las relaciones sociales de producción. Es en esta aristocracia de la cultura formada por vástagos de la rica burguesía, banqueros, millonarios, empresarios, altos cargos funcionariales, etc. donde se conocen todos y se sabe quién es quién, donde hay que encuadrar a Lorca y a todos los que como él, se beneficiaron de ayudas para ampliación de estudios (aunque nadie sepa qué estudios), subvenciones sin justificar, premios nacionales de poesía, etc.

Pero estas actitudes ya estaban firmemente arraigadas antes incluso del advenimiento de la República, las denuncia José Díaz Fernández en su ensayo El nuevo romanticismo. Polémica de arte, política y literatura, publicado en 1930, “el fascismo literario (…) no es tal vanguardia. Es, sencillamente, una farsa de señoritos que han merodeado alrededor de los ministerios (…) insistir, además, en el carácter de vanguardia que tiene el fascismo subvencionado por el Poder (…) si éste ayudaba antes al señoritismo con empleos y prebendas ahora costea literatura y proclamas”.

El mismo Federico lo había dejado claro en la primavera de 1929, en unas declaraciones hechas en Granada a raíz del estreno de su obra Mariana Pineda. “Yo he cumplido con mi deber de poeta oponiendo una Mariana viva, cristiana y resplandeciente de heroísmo frente a la fría, vestida de forastera y librepensadora”.

A la luz de estas evidencias es, como nos recuerda José Antonio Fortes, donde hay que reflexionar sobre cada uno de sus actos. No de otra manera hay que leer, por ejemplo, el acto fundacional de lo que va a ser llamado Generación del 27. Aquella excursión a Sevilla, en primera, pagada por José María Romero Martínez, poeta aficionado y presidente de la sección de Literatura de la institución sevillana que tuvo que dimitir en febrero de 1928 a causa del coste desorbitado (2.267 pesetas de la época), que habían supuesto aquellos fastos de fin semana organizados alrededor de unos poetas que no conocía entonces nadie, aunque se llamaran Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Juan Chabás, Jorge Guillén, Mauricio Bacarisse, Gerardo Diego y José Bergamín. Pedro Salinas, muy crítico con el que él llamaba el “repugnante Ateneo de Sevilla”, no acudió a la cita aunque estaba invitado.

El homenaje a Góngora tuvo, como preámbulo, el agasajo organizado por el torero Ignacio Sánchez Mejías el día antes, que los recibió en la estación y acompañó por el brujerío de la noche sevillana con visitas a diferentes tablaos, tabernas y burdeles, y que concluyó con la juerga flamenca que celebraron en su cortijo de Pino Montano, donde hubo disfraces morunos, sesiones de hipnotismo, cante flamenco y, donde como cuenta Jorge Guillén en sus Cartas A Germaine (1915-1935), “Dámaso, borracho, se puso imposible, cantó en inglés, hubo que llevarle al hotel. A todo esto, recitaciones de Alberti, Federico y Gerardo (…) a las seis entrábamos en Sevilla (…) algunos no se han acostado hasta las doce.” Con este panorama post etílico, el viernes 16 de diciembre de 1927, aún con las gargantas cascadas por la juerga en Pino Montano, acudieron a los actos que terminaron con un recital de Lorca y Alberti de los coros de la Soledad Primera de Góngora y, ahora sí, un banquete al que acudieron cuatrocientas personas cuando los recitales y conferencias habían estado prácticamente vacíos. Luego, como ellos mismos se encargaron de escribirla, la historia sería otra.

La velada careció de toda trascendencia para los medios de comunicación de la época (sólo recogieron la noticia, dos días después, los periódicos de la misma Sevilla, y para calibrar la repercusión en su día, basta decir que, en uno de ellos, comparte espacio con el reparto de premios en una coral y en los otros solo aparece la foto y un breve pie informativo), pero poco importa eso cuando este homenaje ha sido elevado por la automitografía a rito fundacional, si bien ocultando bastantes detalles menores, por ejemplo, que el homenaje no se celebró en el Ateneo de Sevilla, ocupado esos días con la preparación de la cabalgata de Reyes sino en la Sociedad Económica de Amigos del País; y que ya antes, en Madrid, habían llevado a cabo otros actos menores pero no menos significativos desde un punto de vista simbólico e ideológico, como una misa en las Salesas por el alma del poeta cordobés a la que asistieron doce personas. Como las farsas tienden a repetirse, el diestro extremeño Miguel Ángel Perera promovió, hace unos años, una reedición conmemorativa de esa reunión con intelectuales de hoy entre los que no faltaron tenores acosadores, poetas paniaguados y filósofos reaccionarios.

Un lustro después, el 6 de junio de 1931, en el periódico La Libertad, escribió José Díaz Fernández, desde sus posiciones de liberal de izquierda, cercanas a la socialdemocracia, sobre esta literatura de señoritos. “La literatura de vanguardia, el culto de la forma, la deshumanización del arte, ha sido cultiva aquí por el señoritismo más infecundo (…) Sería inútil, sin embargo, que quieran acogerse a las banderas revolucionarias los señoritos de la literatura. Estamos hartos de estafas y con el ánimo bien dispuesto para ejecutar al fascismo literario que dedica a Góngora el homenaje de una misa”.

Pero solo unos pocos parece que estaban dispuestos a resistir. Los más dieron por buenas que así eran las cosas y trataron de adaptarse a ellas, imitando la literatura de los señoritos, haciendo del servilismo su bandera y del vasallaje su forma de medro, intentando con su arte negar la evidencia de la lucha de clases, la existencia de los privilegios, pretendiendo con sus plumas ser admitidos en el círculo de los elegidos como funcionarios ideológicos, como le ocurrió al empecinado Miguel Hernández, ese advenedizo incapaz de comprender cuál era su lugar de clase, por mucho que por activa y por pasiva se lo recordaran aquellos a los que pretendía halagar y de los que esperaba una compasión que rara vez llegó. El 1 de febrero de 1935 le escribe en estos términos a un Federico que no quería verlo ni en pintura.

“Amigo Federico:

Aún estoy esperando tu carta, aún no se me agotó la vena de la esperanza: todos los días bajo de la sierra en busca de ella que no llega. Te escribo en una situación penosísima: parado, ni pastor siquiera, con novia que no se conforma viéndome así, madre, padre, hermanas que tampoco, por nuestra pobreza, yo menos. Y no encuentro trabajo, y cada bocado que como es vigilado con el rabillo del ojo por todos, que me quieren a regañadientes. No sé, pero si sigo así un mes más me iré Dios sabe adónde en busca de un ganado y un mendrugo. Quiero que me digas. Federico amigo, algo, ¿no se estrenará El torero más valiente? Bueno, hombre. Será que no vale la pena, hice una tragedia para aliviar la mía. Dime, en cambio, que has visto algún amigo tuyo político influyente como me ofreciste, que has hallado algún rincón a mi medida. Moléstate un poco más por mí, hazme el favor.”

¡Qué lejos están uno del otro! Miguel le escribe desde el pueblo, donde sigue ayudando a sus padres en el campo, de pastor. Federico vive en la calle de Alcalá de Madrid, junto al Retiro. Asiste a cenas, es un hombre popular y requerido aquí y allá. Miguel lo exhorta, le suplica, Federico lo ignora. Cuánta vulgaridad hay en esta carta, cuánto servilismo rastrero, cuánto descaro al hablar Miguel de dinero, de pobreza, de  necesidad, de tráfico de influencias, dispuesto a cualquier cosa para salir o saltar de la pobreza a la fortuna y la fama. Qué diferente todo de ese Alberti subvencionado por la Junta de Ampliación de Estudios (¿de qué estudios a los treinta y tres años?) para viajar a Berlín, ese Dámaso Alonso premiado con el Nacional de Poesía por sus amigos Salinas y Guillén, de aquel mismísimo García Lorca que había encontrado acomodo inmediatamente en la Residencia de Estudiantes donde nunca estudió nada o en aquella universidad de Columbia donde lo enchufaron para justificar su viaje a New York. Los recuerdos de los funcionarios orgánicos son siempre frágiles, por eso Alberto Jiménez Fraud olvida en sus memorias que fueron las indicaciones precisas de Fernando de los Ríos sobre su protegido lo que hicieron que él, nada más ver a Federico, le considerara “en el acto como miembro de nuestra casa”, hasta 1928, cuando ya hacía cinco que había “concluido” su carrera de Derecho y cuya licenciatura también le regalaron con la condición de que nunca ejerciera.

¿Dónde están los méritos de uno y otros para justificar esta discriminación? Sobre Lorca todos sus contemporáneos coinciden en que tenía una instrucción literaria muy escasa, que era de todos ellos el que menos había leído, que era vago, al punto que él mismo se justifica cuando dice que es poeta de nacimiento. Antonio Espina dirá de él que era un poeta de oídas. Poeta de guitarra y pandereta, subraya Juan Ramón Jiménez. Costumbrista trasnochado lo llamará Cernuda. Francisco Ayala lo hacía doctor en ciencia infusa y, como decía Dámaso, lo que no sabía se lo inventaba.

“A mí, Federico García Lorca no me acabó de ser simpático como le fue a casi todo el mundo –confiesa César González Ruano en sus Memorias-. Era como un chico de pueblo ordinario que se hubiera puesto un lazo de seda en el pelo y sentado frente a un piano a hacer gracias. Federico era feo, agitanado y con cara ancha de palurdo. Vestía cursimente y presumía de ser gracioso, espiritual y mariquita del Sur (…) sus versos (…) con ese cursileo histérico lleno de ayes, de limoneros, de fascinación por los hombres morenos y de incursiones en lo folklórico. A mí me pareció siempre un zangalotino”.

Cómo es posible que un gobierno de izquierdas y a un personaje así se le apruebe un proyecto como La Barraca para representar obras del autosacramentalismo imperial, subvencionado con cien mil pesetas anuales, una verdadera fortuna para la época, sin que medie un informe, un recibí o una justificación de gastos.

En efecto, como bien nos recuerda José Antonio Fortes en su libro, no hay ningún concurso público, ningún nombramiento oficial, ninguna partida presupuestaria o subvención, ningún documento acreditativo, dictamen, providencia, factura, nada. Sólo Lorca y el sr. Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, don Fernando de los Ríos; y esto es lo que denunciarán los falangistas en su prensa, el agujero negro por donde se van los dineros públicos sin control y las costumbres licenciosas, promiscuas y clasistas de sus actores, porque todo lo demás, el fundamentalismo católico y la moral integrista que rezuman las obras que representan les parece de lo más apropiado.

 “Teatro (…) que lleva por los pueblos y aldeas el rancio sabor de nuestro teatro clásico. Los estudiantes del SEU te saludan y te desean albricias en la obra de renovación cultural que te está encomendada. Que te está encomendada pero que no cumples (…) Vuestro deber ante ese pueblo hambriento que os escucha es darles un ejemplo de sacrificio (…) no un ejemplo de libertinaje y derroche de un dinero que no es tuyo (…) No traiciones al campesino que oye en ti los sublimes versos de Calderón, burlándote de su expresión candorosa, mostrando ante él unas costumbres corrompidas, propias de países extranjeros. No asombres con sus ojos ingenuos paseando ante él una promiscuidad vergonzosa (F.E. 13, 5, 1934)”.

No le están hablando al enemigo, les están hablando a sus iguales, a los señoritos de España. Su amonestación es moral, como es moral su acto de protesta en Soria, que recoge el ABC del 16 de julio de 1932: “ante la forma de dar estas funciones y el precio de las localidades, dirigiendo fuertes insultos, tachándoles de enchufistas y al grito de ¡Abajo la F.U.E.!” En efecto, resulta inexplicable que La Barraca cobrara por algunas funciones cuando su labor ya estaba ampliamente sufragada por el Estado.

En 1935, Lorca termina Yerma, obra que exalta la virginidad, la maternidad, el hogar, la familia, la honra y la monogamia de la mujer, tan caras al integrismo hispánico, y unos meses después, ya en 1936, Bodas de sangre, donde exalta la represión de las pasiones, el recato, la virginidad y el patriarcado, con el hombre siempre como centro del mundo y la mujer reducida a sus funciones doméstica y reproductivas. En ambas obras el conflicto es resuelto de forma muy similar, a través de la violencia y la sangre, tan presentes en la retórica fascista. Todo, pues, al gusto de la ideología más conservadora, tradicionalista y reaccionaria, argumentos que le sirven a José Antonio Fortes, en su Lorca: Fraude, negocio e ideología, no para decir que Lorca fuera fascista, que no lo era, sino que Lorca escribió en fascismo porque ese fue siempre su inconsciente ideológico.

 

 

4 comentarios:

  1. Lo q he leído me ha "gustao" mucho y la temática me interesa; lo q ocurre es q no ando bien d la vista y después del mucho leer, ya resfregándome los ojos, ví aún cuánto me quedaba y desistí hasta seguir en otra ocasión. Debe ser todo bueno e interesante.
    Un abrazo, amigo.

    ResponderEliminar
  2. Magnifico y esclarecedor escrito, enhorabuena por el mismo

    ResponderEliminar
  3. Sigo a Fortes desde hace mucho, y en sus cuitas con El Poeta Oficial siempre me ha parecido que el primero era el que mantenía la posición correcta.
    De Lorca no digo nada, que mis desencuentros, dudas e idas y venidas para mí las dejo.
    Aclaro ambos extremos antes de comentar que el texto que acabo de leer resuda aristocracia política, supremacismo moral y, lo peor, infantil anticomunismo, eso sí bien disimulado. Todo ello era innecesario para decir lo que se quería decir, salvo en el caso, que no considero, que aquí Lorca fuera solo un pre-texto.

    ResponderEliminar