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viernes, 15 de julio de 2022

SIMBIOÉTICA de JORGE RIECHMANN (fragmento I)

 




La principal característica de esta civilización es de una torpeza literalmente ontológica. Consiste en pretender vivir sin la vida, y cuando se empieza a vivir sin la vida se acaba viviendo contra la vida...”1


Joaquín Araújo: “La rebeldía de los jóvenes ecologistas es la última esperanza” (entrevista), Lecturas sumergidas, mayo-junio de 2019; https://lecturassumergidas.com/2019/06/29/joaquin-Araújo-entrevista/
 

Soy alguien a quien asombra, pasma y deja estupefacto aquello que los seres humanos podemos hacernos unos a otros, y hacerle a la biosfera donde vivimos. Alguien que trata de comprender las raíces de tanto daño, con la esperanza –quizá insensata– de contribuir a ponerle remedio.

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La demanda colectiva humana se sitúa por encima de la biocapacidad de la Tierra desde los años 1970-1980.

 
 
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Nos hemos metido en la trampa: mantener funcionando las cadenas de montaje, mantener funcionando los buldóceres, mantener funcionando los hipermercados… Y para mantener funcionando la megamáquina del capitalismo, destruimos la Tierra.

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Resulta difícil conseguir que alguien entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda, reza una famosa frase de Upton Sinclair. En lo que hace a la crisis ecológico-social, podemos ir más lejos: qué difícil que alguien comprenda algo cuando no sólo su salario, sino también su forma de vida, su inserción social y su entramado de creencias básicas depende de que no lo entienda.

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No es sólo que nos desoriente lo que podemos llamar (con Neil Postman) la cultura del Tecnopolio (o de la Tecnocracia, con Raimon Panikkar por ejemplo), ni sólo que sepamos poco, sino que en muchas circunstancias no queremos saber. En términos cognitivos, los seres humanos somos perezosos. Esto se manifiesta de formas diversas, y una de ellas es la que los psicólogos llaman razonamiento motivado: de forma inconsciente, ajustamos o filtramos los datos disponibles para apoyar nuestras creencias preexistentes. Si los hechos desmienten mi querida convicción ¡tanto peor para los hechos! (Análogamente los periodistas bromean: no vamos a dejar que la realidad nos estropee un buen titular…)

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Mi pregunta de investigación en este libro, y en realidad en todos mis trabajos recientes y también en los futuros que logro atisbar, es más o menos: pero ¿cómo diablos nos metimos en esta trampa de la que no sabemos si podremos salir? Pues “en este punto de la historia humana, los límites del capitalismo y los límites de la vida de nuestra especie en la Tierra han convergido. Nunca hemos estado aquí antes, y no podemos volver atrás.”1

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Confrontados a esta crisis existencial, de exterminio y extinción (el ecocidio que se convierte en genocidio y antropocidio),1 hay esencialmente dos respuestas, y son fundamentalmente respuestas éticas. Una es la que viene proponiendo con éxito la ultraderecha en auge: dejarnos caer a lo peor del simio averiado que somos. Tribalismo agresivo: no hay para todos, America first, los españoles primero, mi tribu y mi familia y yo prevaleceremos aunque el mundo se hunda. En vez de amar al extranjero, excluirlo y –a medida que la crisis siga extremándose– finalmente exterminarlo.2


La otra respuesta es mucho más difícil y exigente: nos intima a volver la mirada hacia los sabios y maestros de la Era Axial –Buda, Sócrates, Jesús– y atender a sus demandas de conversión. No matar al extranjero, sino amarlo y cuidarlo (incluyendo a los extranjeros no humanos; incluyendo a los extranjeros dentro de uno mismo, de una misma). Cada uno de los seres vivos que pueblan la Tierra es uno de esos extranjeros para nosotras, para nosotros.

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Si esa conjetura terrible resulta ser acertada, ¿qué se interpone entre nosotros y ese destino letal? Estrictamente, nada más y nada menos que una creación cultural humana: la ética –con sus posibilidades de autocontención y autoconstrucción. Ser capaces de una “reforma intelectual y moral” (Ortega, Gramsci) bien orientada.

Estamos profundamente atrapados en un paradigma equivocado. La naturaleza –o el ecosistema, si así se prefiere– no es, y nunca fue, un ‘recurso’ para que la humanidad lo pueda extraer de forma gratuita. Somos parte de la naturaleza; y si no respetamos la naturaleza, entonces todo lo que hagamos estará mal y nos perjudicaremos a nosotros mismos, así como a todos los seres vivos. (…) Al cabo, todo es una cuestión de ética. Y ética significa ante todo respeto. Si no respetamos la Tierra, no somos dignos de respeto nosotros mismos.

Parece que sea un cruel destino de los seres humanos este instinto que los domina de querer devorarse los unos a los otros, en vez de hacer que converjan las fuerzas unidas”, escribió Antonio Gramsci. Pues eso: la destrucción o el amor. Pero no con la conjunción “o” funcionando como cópula (así lo entendió seguramente el poeta Vicente Aleixandre), sino como una verdadera –y mortal– disyunción.

Como ha sugerido alguna vez Marta Tafalla, “no vamos a colapsar porque agotamos los recursos; vamos a colapsar porque no sabemos convivir con las otras especies. La biosfera está poblada de sujetos a los que tratamos como objetos”.3 Se puede completar esta importante observación con hechos que la profesora de la UAB conoce bien: ni siquiera tratamos a todos los seres humanos como sujetos (también se reifica a las mujeres o a las personas racializadas para dominarlas, y por eso el patriarcado y el colonialismo son rasgos fundamentales del mundo en que vivimos); y, por otra parte, sin comprender las dinámicas sistémicas del capitalismo no hay forma de saber por qué viene sucediendo lo que sucede.4

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Haría falta un tratado para responder adecuadamente a esta pregunta, no unas pocas líneas. Doy sólo un par de indicaciones. Hay una fuente de irracionalidad estructural en nuestras sociedades que podemos describir como la destrucción de las posibilidades de una esfera pública deliberativa a manos de las malformaciones comunicativas que hoy predominan. No cabe profundizar aquí en análisis tan importantes como los de Guy Debord y Jürgen Habermas, entre otros. Baste recordar que como observó Neil Postman en su importante libro de 1985 Divertirse hasta morir (Amusing Ourselves to Death), el surgimiento de la televisión introdujo no sólo un nuevo medio, sino una nueva forma de discurso: un cambio gradual de una cultura tipográfica a una cultura visual. Esto implicó un cambio de la racionalidad a las emociones (permítaseme simplificar), y una creciente exposición a dosis cada vez mayores de entretenimiento (hasta el punto de que incluso el periodismo “serio” tiende hoy a degenerar en infotainment). “En un mundo centrado en las imágenes y en el placer, Postman señaló que no hay lugar para el pensamiento racional, porque simplemente no puedes pensar con imágenes”, recuerda el ensayista iraní-canadiense Hussein Derajshan.1


Las esperanzas de un giro hacia el discurso racional que se manifestaron en los comienzos de internet (inicialmente un medio textual) se han visto rápidamente defraudadas a medida que se imponían las pantallas móviles (el smartphone sobre todo) y los llamados social media.2 Esas sedicentes “redes sociales” que, como bien suele decir Belén Gopegui, no son tales, sino megaempresas capitalistas que mercantilizan nuestra necesidad de comunicación y nuestra afición al entertainment. Bien, ante este complejo panorama, las y los filósofos pueden aportar algo de argumentación y una práctica de sosiego (no hay manera de hacer cuadrar la filosofía y la prisa, así que en nuestro mundo no parece haber demasiado lugar para la filosofía).


1 Hossein Derakhshan, “Wikipedia's fate shows how the web endangers knowledge”, Wired, 17 de octubre de 2017;

https://www.wired.com/story/wikipedias-fate-shows-how-the-web-endangers-knowledge/amp

2 He ofrecido algunos elementos de análisis en Jorge Riechmann, ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?, Catarata, Madrid 2016.

1 Nafeez Ahmed, “Theoretical physicists say 90% chance of societal collapse within several decades. Deforestation and rampant resource use is likely to trigger the 'irreversible collapse' of human civilization unless we rapidly change course”, Vice, 28 de julio de 2020; https://www.vice.com/en_us/article/akzn5a/theoretical-physicists-say-90-chance-of-societal-collapse-within-several-decades . Se basa en un paper de Gerardo Aquino y Mauro Bologna (especialistas en sistemas complejos) publicado en Nature Scientific Reports en mayo de 2020: “Deforestation and world population sustainability: a quantitative analysis”, 6 de mayo de 2020; https://www.nature.com/articles/s41598-020-63657-6

2 Eso nos llevará a morir nosotros también: “asesinato es suicidio”, dice una de las consignas con que Franz Hinkelammert sintetiza mucho pensamiento suyo desde hace años.

3 La profesora de filosofía de la UAB emitió este tuit el 1 de agosto de 2020: https://twitter.com/TafallaMarta/status/1289443943482929153?s=09

4 En autores tan grandes como Edward O. Wilson o Stephan Harding encontramos una gran comprensión (y sabiduría) sobre biología y dinámicas gaianas, y al mismo tiempo una descorazonadora ingenuidad sobre cuestiones sociopolíticos y tecnológicas. En la base de este desajuste, la incomprensión sobre qué es y cómo funciona el capitalismo. Véase por ejemplo Stephan Harding, Tierra viviente, Atalanta, Madrid 2021, capítulo 11.

1 Laurie E. Adkin, “The limits of capitalism”, Socialist Project/ The Bullet, 8 de enero de 2020; https://socialistproject.ca/2020/01/the-limits-of-capitalism/ . Re-publicado en Monthly Review online y en otras webs.


1 Ugo Bardi, “Do we need a new ‘Axial Age’ to find our place in nature?”, en su blog Cassandra’s Legacy, 19 de septiembre de 2017; http://cassandralegacy.blogspot.com.es/2017/09/do-we-need-new-axial-age-to-find-our.html

 

Jorge Riechmann. Simbioética. Plaza & Valdés. 2022

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