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jueves, 11 de agosto de 2022

CÉSAR DE VICENTE HERNANDO Y LA EXPRESIÓN ARTÍSTICA COMO MATERIA SOCIAL E HISTÓRICA por Matías Escalera Cordero

 



CÉSAR DE VICENTE HERNANDO Y LA EXPRESIÓN ARTÍSTICA COMO MATERIA SOCIAL E HISTÓRICA


César de Vicente Hernando nos iba a acompañar este año; Antonio había previsto, con él, la realización de un taller, sin embargo, el 21 de enero, de este mismo año, murió en su despacho de la Universidad de Almería, en donde ejercía como profesor de Teoría Literaria y Literatura Comparada. Hoy le rendimos, como a otros compañeros y compañeras desaparecidos últimamente un pequeño homenaje.

Para los que no lo conociesen, César de Vicente Hernando era una de nuestras mentes más lúcidas, dramaturgo, crítico y editor, pero, sobre todo, agitador político y social, era un auténtico intelectual de izquierda y, cuando digo auténtico, lo digo con todas las consecuencias, pues si hay una palabra que lo definiese es la de coherencia.

Una coherencia intelectual, política y vital insobornable, que tuvo, para él, graves costes académicos (en su carrera universitaria, por ejemplo) y personales. Nunca se vendió ni renunció a ninguno de sus principios a cambio de ningún favor o concesión que beneficiase su trayectoria académica o su situación en los medios universitarios; nunca tuvo propiedad ninguna, ni física ni intelectual, pues la propiedad contravenía radicalmente su modo de pensar y de estar en el mundo. Por eso, cariñosamente, muchas veces le decía que era el último comunista.

Él fue quien me conectó con este ecosistema de compañerismo que es Voces del Extremo y con Antonio Orihuela. Fue en Madrid, en la sala Youkali, en Vallecas, en donde de tanta vida disfrutamos junto a un grupo extraordinario de compañeros y compañeras, y en donde tantas acciones desarrollamos y tanto pensamiento parimos juntos.

Él fue quien me descubrió el horizonte de escritor que anhelo y al que deseo llegar; y lo hizo con una simple pregunta, que es la que nos hubiese hecho aquí, sin duda: ¿por qué escribes…?

¿Por qué escribimos…? Nos hubiese preguntado. ¿Tenemos, de verdad, clara cuál es nuestra posición en el sistema/mundo en que habitamos y que nos ha construido? ¿Tenemos clara nuestra posición en el campo o en los campos sociales, culturales o literarios –en los términos en que Bourdieu concebía tales campos– en los que nos debatimos, como poetas, escritores, profesores, editores, artistas o trabajadores…? ¿Somos conscientes de la parte de Capital que habita en nosotros y cómo la ideología dominante nos ha moldeado y nos hace pensar el mundo, escribirlo, vivirlo y representarlo…? A pesar, sin duda, de nuestras indudables buenas intenciones.

¿Qué hacemos respecto de las dos equívocas e interesadas presunciones ideológicas que, según su criterio, hemos asumido la inmensa mayoría de nosotros del humanismo burgués? Por una parte, la de la autonomía escritural, es decir, la presunción de la propia autoría (que somos nosotros los que nos expresamos como individuos, al margen de las tensiones ideológicas, materiales e históricas que nos conforman como sujetos) y, por otra –no menos engañosa–, la presunción de una “condición humana” universal, anterior a esas mismas realidades materiales e históricas que conforman las diversas coyunturas en las que necesariamente nos incardinamos los sujetos (especialmente, cuando nos expresamos artísticamente).

Todas estas preguntas y otras fundamentales son las que nos hubiese hecho, todas, por supuesto, desde sus hondos fundamentos intelectuales, ideológicos y metodológicos que nos llevarían a Marx, Engels, Gramsci, Valentin Voloshinov, Günther Anders, Althusser, Guy Debord, Raoul Vaneigem, Bourdieu, Negri, Hardt, Ernesto Laclau, Fredric Jameson, Jorge Riechmann, Meyerhold, B Brecht, E Piscator, Peter Weiss, Julio Rodríguez Puértolas, Juan Carlos Rodríguez, Constantino Bértolo, Alfonso Sastre, Valeriano Bozal, etcétera, etcétera. Su formación y su bagaje cultural e intelectual eran inmensos, especialmente, en las vertientes política, histórica, dramatúrgica, literaria y crítica.

Si la condición humana, como realidad fenoménica anterior a la materialización histórica de la misma, no existe y, si somos auténticas construcciones sociales e históricas, esto es, productos de las coyunturas que vivimos y de los automatismos ideológicos y materiales que nos atraviesan: como la clase social, la raza, la cultura a la que pertenecemos y la posición geopolítica que ocupamos

««… la sensibilidad [es también una] construcción social, lo mismo que la lengua, [que] articula el significado de lo representado con otros elementos que Voloshinov[1] califica de ideológicos. Así que –tal como explica este en ¿Qué es el lenguaje?[2]no existe ninguna percepción, como el hambre, por ejemplo, que sea pura, expresión [“humana”] propia del individuo, ya que

… el estado puramente fisiológico del hambre por sí mismo no puede tener una expresión: es necesario que el organismo tenga una ubicación social e histórica bien definida. El elemento decisivo está siempre representado por la pregunta: quién tiene hambre, en compañía de quién, entre qué personas. En otras palabras, toda expresión tiene una orientación social. En consecuencia, ella está determinada por los participantes del acontecimiento constituido por la enunciación, participantes próximos y remotos.»»[3]

De modo que, si no hay una sola, absoluta, apriorística y deshistorizada “condición humana”, pues tal cosa no se da en la realidad real, su representación artística será, pues, algo falaz e inútil, en lo esencial; ya sea respecto de los padecimientos fisiológicos o biomecánicos como el hambre (que, como hemos visto y apunta Voloshinov, puede representarse en términos de ruego y mendicidad o en términos de rebelión y de revolución), o respecto de las experiencias socio-personales, como es el exilio o la migración involuntaria (léase, por ejemplo, la vivencia de la migración en relación con los refugiados ucranianos frente a los de origen africano en Europa), o de experiencias psicológicas tan centrales y aparentemente universales como el amor (con agotamiento, sin agotamiento; con dominio del tiempo o sin dominio del tiempo, como accidente o como construcción, etc.) y la esperanza (situada en el tiempo futuro o en el tiempo presente), o de los comportamientos y conductas individuales y sociales (el caso, por ejemplo, de los incendiarios, en estos momentos, que habría que tener en cuenta los participantes remotos, no solo los participantes próximos).

¿Qué tipo de representación de la realidad hacemos nosotros? Esta sería una de sus preguntas clave; pues hay tres modos posibles de representación:

1.       La representación perceptiva, basada en impresiones elementales de los fenómenos, que nos lleva a la postulación de figuras simples de lo real.

2.      La representación sensible, mediada por ciertos aspectos de la realidad sensible concreta del objeto representado, que nos lleva a figuras elaboradas y estilizadas (lo que constituiría un cierto estado social de la representación).

3.      La representación constructiva destinada a señalar, además de las condiciones sensibles del objeto, las condiciones socio-históricas del mismo, lo que nos lleva a figuras complejas, interactivas con el medio real de la representación y de lo representado, buscando un sentido y un conocimiento crítico, mediante una estrategia de enfrentamientos y contrastes planificados (lo que constituiría el estado político de la representación)

Tres modos de representación que suponen enfoques distintos «en función del procedimiento estético empleado: una representación [sería] utilitaria, otra expresiva (léase, estética: el enfoque que predominaría en los textos de la Generación del 98, respecto del campesinado español y sus condiciones) y otra analítica (léase, crítica: el tratamiento que hace, por ejemplo, del mismo fenómeno, luego, Blasco Ibáñez, por ejemplo)[4]», aunque las tres, inevitablemente, están sujetas a una serie de mediaciones ideológicas que las atraviesan, tal y como el propio Voloshinov determinó tras su análisis de los signos lingüísticos y literarios como productos materiales e históricos. Mediaciones que debemos determinar nosotros y esclarecer, para saber por cuál de estas representaciones es por la que hemos optado realmente, más allá de nuestra intención inicial.

Para César de Vicente Hernando, que sigue, como hemos visto, tanto la estela de la lingüística materialista, como la de la semántica pragmática (Charles S Pierce) y de la semiología crítica (John Searle), la historicidad de todo acto de habla, artístico, poético o literario, cualquiera que sea su naturaleza (en su recepción y percepción, y en su representación), es consustancial e inevitable al mismo. Sin embargo, solo ocasionalmente el (autor) responsable de la materialización del acto, sea cual sea este –un poema, un relato, una obra de teatro–, es verdaderamente consciente de ello; por ejemplo, cuando acepta y es consciente de que no es el creador ni el autor único y absoluto del mismo, sino que en su ejecución han intervenido mediaciones ideológicas, sociales, materiales e históricas de las que debe ser consciente. De modo que, como expresa Adorno, en su Minima moralia, no nos inclinemos a tener por cosa de «nuestra propia e independiente elección» este «humillante aislamiento y esta soledad devastadora propias de una vida encadenada al proceso de la producción capitalista»[5]

Así, pues, ¿somos conscientes nosotros de la posición material e histórica (la real y objetiva, no la subjetiva) desde la que estamos hablando? ¿En qué campo de la realidad literaria o sociocultural accionamos? ¿Si provocamos algún tipo de efecto en ella? O ¿Sabemos por qué estamos aquí en Voces del Extremo? ¿No estaremos, acaso, aquí porque no tenemos la posibilidad de competir en otro campo distinto?

¿Construimos obras irrelevantes e inertes, o tratamos de darnos herramientas para intervenir de un modo efectivo, crítico, desestabilizador, esto es, político, en el sistema/mundo real que nos construye y en el que habitamos? Como el propio César nos hubiese inquirido… ¿Creamos obras o artefactos que respondan al mundo en el que han surgido “con auténtico sentido”? Es en este contexto en el que la diferencia que hace entre el teatro (o la novela o la poesía) social y el teatro (o novela o poesía) político, en su obra La escena constituyente, se entienden mejor.

Y es en este contexto en el que se comprende mejor, también, una de las ideas mayores o ideas fuerza de su obra y de su pensamiento: que los ciclos de acumulación de capital provocan puntos de tensión que se reproducen de un modo especialmente claro en las manifestaciones culturales de tales coyunturas históricas (de ahí su interés por las vanguardias del periodo de entreguerras, los años veinte y treinta del siglo pasado, en Alemania y en España; junto a su extremo interés por esta coyuntura actual nuestra, de especial acumulación del capital especulativo y financiero, con su resultado de degradación y precarización de la vida, del medio natural y de la producción artística y cultural).

Lo más sorprendente de este enfoque de las cosas, propuesto por César de Vicente, es que, para alcanzar esta representación constructiva y analítica de la realidad, no hay que ser un escritor o poeta “de izquierda”, ni compartir un abordaje materialista histórico de los fenómenos representados; sino lo que hay que tener claro es, primero, qué se quiere representar y por qué (de ahí la importancia crucial de la primera de las preguntas que nos hubiera planteado); y, en segundo lugar, comprender bien la coyuntura histórica en la que uno vive y se expresa. De ahí que sea Balzac el primero que alcanza ese nivel de representación constructiva en los albores de la novela moderna.

Pero, aquí, ya al final de esta breve y sentida semblanza, en su memoria, no olvidaremos la alegría, el motivo que nos concita este año. César, un intelectual tan exigente, arisco incluso, en ocasiones, por su franqueza y su compromiso innegociables, era un ser alegre y confiado con los niños y en el servicio a la comunidad; en esas dos situaciones, se convertía en una persona auténticamente alegre e incansable, todos los que lo conocieron en esas situaciones lo pueden atestiguar, jugando con los niños y ayudando a sus iguales, en la asociación de vecinos, en Zarazaquemada, Leganés, por ejemplo, o en la sala Youkali, en Vallecas, compartiendo lo poco que tenía, era un ser alegre y feliz.

Y, en ambos aspectos, en el sentido cívico y servicial que tenía, y en su interior ansia de vida, (“vivir todas las vidas en la vida”, me decía) se asemejaba a otro gran amigo y compañero, inmensa persona e inmenso poeta, que nos ha dejado, también recientemente, nuestro llorado Ángel Guinda. Honor y memoria para ellos y para los demás compañeros y compañeras recordados aquí estos días. Gracias.

 

Conferencia en "Voces del extremo 2022: poesía y alegría”
Matías Escalera Cordero



[1] Valentín Nikoláievich Volóshinov, lingüista ruso, miembro del llamado Círculo de Bajtín, junto a Mijaíl Bajtín y Pável Medvédev, que fundamentan buena parte de la la teoría literaria marxista y de la teoría de la ideología, vigentes durante todo el siglo XX. En El marxismo y la filosofía del lenguaje, de finales de los años 20, hace una crítica a la lingüística contemporánea volcada al estudio del signo lingüístico abstracto y del lenguaje como un sistema de normas invariables, y desarrolla su teoría del signo ideológico: La lengua como sistema estable de formas normativamente idénticas es tan sólo una abstracción científica, productiva únicamente para ciertos fines teóricos y prácticos. Esta abstracción no se adecua a la realidad concreta del lenguaje. El lenguaje es un proceso continuo de generación, llevado a cabo en la interacción discursiva social de los hablantes.

 

[2] Valentin Voloshinov, ¿Qué es el lenguaje?, en Adriana Silvestri, Guillermo Blanck, Bajtin y Vigotski: la organización semiótica de la conciencia, Barcelona, Anthropos, 993, pp. 235- 236.

[3] César de Vicente Hernando, “La representación narrativa del campesinado español en el periodo de entre siglos”. COLLANA DI TESTI E STUDI ISPANICI III · STUDI ISPANICI XLVII, 2022, págs. 163-188. Pisa. Roma. Ed. Fabrizio Serra

[4] «Podemos ahora entender mejor el prólogo inaugural de la estética realista que puso Balzac al frente de su proyecto La comedia humana. Cuando el escritor francés se plantea cómo resolver la representación de los personajes (tres o cuatro mil, dice) recurre a pensar la producción de figuras que son concebidas «en las entrañas de su sociedad, todo el corazón humano se agita bajo su envoltura, y en ellos se esconde a menudo toda una filosofía». Frente al costumbrismo, el programa estético de Balzac atraviesa los tres modos.» César de Vicente Hernando, “La representación narrativa del campesinado español en el periodo de entre siglos”. COLLANA DI TESTI E STUDI ISPANICI III · STUDI ISPANICI XLVII, 2022, págs. 163-188. Pisa. Roma. Ed. Fabrizio Serra

[5] Theodor W. Adorno, Minima moralia. Reflexiones sobre la vida dañada, versión castellana de Joaquín Chamorro Mielke, Taurus, 2º edición, 1999, Madrid, página 23, epígrafe “Antítesis”. Se publicó en 1951, en Suhrkamp Verlag ed, Frankfurt con el título original Minima moralia. Reflexionem aus dem beschädigten Leben


Enlace al último artículo publicado por César de Vicente Hernando: https://mail.google.com/mail/u/0/?tab=rm&ogbl#inbox/FMfcgzGqPpdwQdnBDmxdxHCcqvRHNhhQ?projector=1&messagePartId=0.2

 

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