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martes, 29 de noviembre de 2022

Ciutat morta por Xavier Artigas y Xapo Ortega




Esta película es el recordatorio de la oscuridad, que la vergüenza nos acompaña como una comisaría nocturna, que seguimos la senda lancinante de las pistolas, que continúa El Proceso en crisálidas de plomo y la vergüenza homicida de los grandes almacenes.

Este documental denuncia los hechos acaecidos el 4 de febrero de 2006 en un cine ocupado de Barcelona donde se estaba celebrando una fiesta. La Guardia Urbana [sic] fue a desalojar la alegría con la desgracia de que una maceta lanzada desde el vecindario acaba con un policía en estado vegetativo. La represión se encona y acaba con 5 detenidos que posteriormente serán torturados y encarcelados.

Patricia Heras, una joven que ni siquiera había ido a la fiesta, tiene la mala suerte de estar en el hospital donde fueron a curar las heridas de los torturados, siendo detenida y encarcelada por sus “pintas”. Acaba suicidándose.

Esta película, se ha movido por los circuitos de la desinformación. Se ha proyectado en ateneos y colectivos de los ya concienciados, personas que de una u otra forma han sufrido la violencia sistemática del Sistema como a todo aquel que no encaja en sus filtros de consumo.

Consumo y filtro son palabras enormes. Tan enormes como la injusticia que tritura a diario la alegría de la gente que quiere salirse del contrato temporal del pensamiento. Quienes militan en la acción directa reciben represión directa: multas, cárcel y trabajo basura para vidas de mierda.

En democracia todos somos policías. Sin pistola todos guardias. Si somos capaces de burlar 16 años de enseñanza obligatoria, de sobrevivir al crédito de los estudios superiores y las miles de horas de televisión con que taladran tu conciencia; si eres capaz de resistir su imperialismo conductual: prepárate. Te harán sentir los prodigios de la manía persecutoria.

Señalarán con el dedo las alegrías del mercado, el privilegio del buen camino y las virtudes de la palabra funcionario. Será gente cercana, “amigos”, quienes te inciten a la palabra economía.

“Toda corrupción comienza por el lenguaje” decía Orwell. Así, te hablarán de que “El tiempo es oro”, que “vendas tus ideas” y “te compro” ese pensamiento. Nos han inoculado el virus del comercio en el ADN del lenguaje. En la biblioteca, los niños me dicen “quiero alquilar este libro”.

Aceptamos que la memoria se mida en gigas porque nadie quiere ver la sangre del Congo en la pantalla del móvil. Y en esta orfandad nos movemos. Por eso esta película no figura en la IMDB (Intenet Movie Data Base), no está en la “memoria” del cine. Con estas livianas casualidades funciona el sistema. Es cuidadoso y ligero en su despiste hasta confundir la evidencia. Maestros del Alzheimer selectivo.

La tortura es vieja como el dolor. Ahí está Diario de Guantánamo del preso Mohamedou Ould Slahi denunciando la cosa.

España participó en la subcontrata de la tortura americana en países perdidos, permitiendo que los vuelos CIA bebieran en aeropuertos españoles. Nosotros torturamos con tranquilidad en los Centros de Internamiento de Extranjeros algo que se agudiza cuando el extranjero es menor de edad y no habla el idioma del auxilio. A diario se desahucia, se aplica democracia, se reparte constitución.

La ciutat morta está escrita en La hora del barquero de Víctor Chamorro, en esa asfixia culpable de la lectura, en el silencio atemporal de la cabeza dentro del wáter. “Yo ya no quiero justicia, quiero venganza” dice uno de los jóvenes procesados a poco de comenzar su testimonio. Y claro, cuando la impunidad se abre camino a golpes de descaro no hay lugar para “el ojo por ojo y el mundo acabará ciego” porque la ceguera es creer en la justicia.

No hace falta remitirse a Gandhi ni al “más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas” que decía Allende. No hace falta citar a Miguel Hernández para saber que “a veces hay que matar para seguir viviendo”. No hace falta saber cómo acabaron todos ellos. No hace falta leer Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia para saber de dónde viene la violencia.

El escritor Erri de Luca, escribió La palabra contraria y pudo ser procesado por ello, porque la palabra agrede si viene de la boca equivocada (el propio ordenador me ha corregido “agrede”, para poner un eufemístico “arremete”).

En España Arnaldo Otegi sabe lo peligroso que puede ser una palabra (que se lo digan a los trabajadores del diario Egin), porque no hay mayor censura que el consenso tácito de lo correcto –“todos somos Charlie Hebdo”–, ignorando que el subcomandante Marcos sublimó la mano que empuña la pistola y el carisma diferente de las balas. Hemos asimilado el miedo.

“Las palabras entonces no sirven” decía Alberti. Bergamín “Matáis, matáis, matáis y a vosotros nadie os mata”. Blas de Otero recordaba que “Aquí no se salva ni Dios. Lo asesinaron”. Y yo recuerdo al pretencioso León Felipe “Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos”.

Ya hemos hablado de que toda victoria es efímera. Que toda conquista necesita renovarse, por eso esta película desprende pesadumbre. Tiene la presencia inevitable del cansancio. Es incómoda porque nos enfrenta con el espejo. Nos lleva de la mano al cuarto oscuro de esa inmensa minoría que sufre. De esos nadies urbanos, marginados por su ideología, por su procedencia, por su sexualidad y por su aspecto. Gente que ha decidido la imperdonable insolencia de “intentar ser uno mismo” que decía Aute en La Belleza.

La película responde al título de uno de los versos de Patricia Heras. Su blog poetadifunta nos hace llorar con la angustia de un jarrón que cae. Patricia se suicida. Su gente le dedica este delicado documental. El Ayuntamiento con su funcionamiento hipócrita quiso absorber la dignidad con la palmada del premio. Sus directores Xavier Artigas y Xapo Ortega le dieron al alcalde con la foto en las narices. Al día siguiente el titular dijo no sé qué de provocadores.


Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.

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