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sábado, 17 de diciembre de 2022

6 poemas de LAS RANAS de ANTONIO RIVERO MACHINA

 




NOTA BIO-BIBLIOGRÁFICA


Yo soy ese hijo de la gran ruina

que coleccionó tapas de yogures a medias con ocho años.

De los nietos de la ira no se puede esperar nada.

Nunca os creáis sus deseos hipócritas.

Nunca fue cierta la paz que pidieron a los reyes magos.


Con ellos cifré mi dicha en el carbón de la noche,

en las branquias del deseo,

en las ramas secas del remordimiento.

Desde aquellas cartas todos mis poemas son mentira.


Yo soy ese hijo de la gran deuda

que apilan en los almacenes de la madrugada,

en avenidas de cartón y celofán,

en el vientre sombrío de los supermercados.

Ya es tarde para borrar mi firma del armisticio,

para negar lo evidente,

para sembrar con crisantemos el galope de los taxis.

Hay un rastro de oprobio que conduce a mi puerta.

Con los míos me reparto la autoría del desastre.

Con los inocentes me disputo los cargos.


Yo soy ese hijo de la gran duda,

el heredero universal de la tragicomedia.



 

 


EMMANUEL COLLEGE


Alguien le dijo:

Look at that tree. It is huge and centenary.

O tal vez no, tal vez nadie le dijo nada.

Look at that spanish man. He is always quiet.

Porque tal vez no hizo falta.

Al fin y al cabo,

¿cómo ignorar la cresta rubia de la alondra,

el olor a césped recién cortado, el reflejo de las bicicletas

sobre el estanque,

la leyenda inverosímil de las ramas?

El otoño llegaría luego con su lluvia de metralla

(la guerra, decían, iba para largo),

pero la primavera invitaba a acariciar las plumas de los patos,

y a aferrarse a unas raíces venerables,

a fantasear con Newton recostado a su sombra,

con el mono de Darwin acodado entre las hojas.

Se haría entonces cierto el deseo de volver a ser pistilo

y más cierto aún que el deseo

el deseo mismo.

Se quebraría la cáscara de los muchachos

sobre su cerco de hierba.

Habría un rastro de semillas lanzadas al acaso.

¿Quién me lanzó a este lado de la orilla?,

pudo haber pensado. Y añorar, tal vez,

el vientre febril de su Sansueña (madre y madrastra).

O recordarse apenas un poco más joven.

Recordarse todavía materia

del deseo, no ruina

del fracaso.





ERRORES NO FORZADOS


Una gota de sangre en el ojo de un camello.

La misa del domingo en sábado.

Cuatro sillas apiladas en la puerta.

Las cartas (marcadas) a los corintios.

La sombra de los árboles en invierno.

El desborde de los ríos secos.

Los coches arrastrados. Los ahogados.

El módulo de oncología pediátrica.

La ramera de Babilonia. El G7.

Una nube sobre la corona de los padres.

Las horas de llamada en espera.

Caín. Abel. Los mosquitos.

Una serpiente enroscada al antídoto.

El dolor. La esperanza.

Los muertos.


Nadie os pidió que me salvarais.

Ahora todo esto

es cosa vuestra.






CAPITULACIONES


Si te dijera

que por esta lluvia en la espalda

te cambiaría dentro de cincuenta años los pañales

me llamarías imbécil.

Y sin embargo,

no deberías aspirar a nada más hermoso.


Aún es pronto para entenderlo.

Todavía estamos acostumbrándonos a pagar

la cuenta del súper a medias, a recoger

otros calcetines del suelo, a las manías

de mi sangre, al ruido en la noche

del camión de la basura, a vernos

más jóvenes en las fotos, a los despistes

de tu sangre.


Es verdad que salimos de paseo los domingos

(por algo se empieza),

que llamamos a los bares por los nombres que perdieron,

que cobramos trienios y comemos más fruta,

que dejamos propina.


Algún día nos amaremos de veras.

Tú tendrás celos de la enfermera que me aprieta la mano

mientras trato de recordar tres ciudades que empiecen por la letra ce.

Yo me inquietaré en la madrugada

si tardas más de dos minutos en rescatar un vaso del armario.


Es pronto para entenderlo.

Aún somos jóvenes para el amor.






MICROMACHISMO Nº2 (VARIACIÓN EN WILLENDORF)


Tendríais entonces, igual que yo, doce o trece años.

Las pizarras aún se sabían el milagro de los panes

y los peces, las ventajas del pulgar oponible,

la conveniencia de una gruta cálida, la redondez

voluptuosa del sexo paleolítico.

Y más la dura piedra, porque esa ya no siente.

En el patio intercambiabais cromos

mientras los mayores os revendían sus revistas guarras.

La infancia, ahora lo entendéis,

termina igual que empieza,

prendida de una enorme lágrima de carne

desbordada.

¿Habéis visto qué tetas?


En esos años se aprende a no fantasear

con las gordas,

con las viejas,

con las madres,

con las hermanas.

En esos años uno se hace un hombre honrado.

Aprende las ventajas del pulgar oponible,

la necesidad de una casa limpia, el milagro

de la lluvia en los cultivos, la tregua endeble

donde cercamos el desconsuelo

de los machos.







AUTO Y VEJAMEN

 

Tuércele pronto el cuello al dichoso becario

antes de que se enrosque tras la luz del milenio,

nos recuerde su máster, repita ser un genio

y se queje de nuevo de su triste salario.

Recuérdale que un día querrá ser funcionario,

que el poeta no gana la paz de otro trienio,

que la juventud pasa cuando muere el ingenio,

que andamos ya cansados del yo y lo contrario.


Pídele que deje en paz el sudor del abuelo,

las veces que ha espiado el Facebook de su exnovia,

el olor de las tizas en los años noventa.


Dile que ya han llovido lunes desde aquel vuelo,

que su elegía a Lesbos no aturde nuestra fobia,

que el clamor de su libro también está a la venta.

 

 

Antonio Rivero Machina. Las ranas. RIL Ed. 2021

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