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miércoles, 28 de diciembre de 2022

Ser y tener por Nicholas Philibert

 


Este documental es el Marcelino, pan y vino de los demócratas, lo que primero llamábamos progres y luego loewes. A menudo olvidamos que el cimiento de la Educación es injertarnos el engranaje Trabajo del sistema capitalista. Vender ilusión para acudir con ánimo al matadero. Esto suena a añejo, pero desde Marx, como desde Goya, todo les recuerda un poco y hay que citarlo para no perderse, para no quedarnos mirando el dedo lleno de tiritas que ya ni siquiera señala a la luna.

“Pero ya que estás aquí. Tú eres feliz ¿o no?” “No” “¿Coño y por qué no te suicidas?” (y nos dejas en paz), omiten rematar. El problema de la vida es el síndrome de Estocolmo que genera. Lo más justo sería asesinar a quien la dio como acto de justicia vital.

Una vez que estás jodido, comienzas a sentir empatía por quienes te están jodiendo. Es como esos hijos de puta que de tan cabrones comienzan a resultar hasta graciosos tipo Jesús Gil o Luis Bárcenas cuando se pone a corregir las intervenciones de los abogados a través del plasma de Rajoy. Lo de Juan Carlos y el elefante no tiene gracia por muchos millones que nos costase la mamada.

Empezamos dando caramelos y Reyes Magos para que se les olvide el para qué, pero el paro está ahí, el cáncer está ahí y siendo optimistas todos calvos. Mientras, tenemos un mar de consumo por delante en el que podremos bañarnos si hemos tenido la suerte de nacer fuera del ochenta por ciento de hambre. En ese veinte por ciento de privilegio tienes que saber comer para no morirte de asco. Por eso este Ser y tener de Philibert parece casi obsceno si no fuera porque lo valoramos con el entusiasmo de la paternidad industrial.

Hay que revisar la cosa. Esta película está bien porque el espectador común pasa por el aro del buen rollo y la liberté, egalité, fraternité que Hubert Sauper guillotina con dos fotogramas de La pesadilla de Darwin. Uno ve cómo está el vecindario y se coge las risas a puñaos. Piensa en lo más cercano, en eso que llaman familia, y ve que el invento no se sostiene y habría que acuñar otra terna un poco más falsa para darle verosimilitud: égoïsme, solitude, tristesse.

La familia muestra sus costuras con el tiempo y se ve que la sociología no sirve porque Dostoievsky acierta más porque acierta mejor. Le hicimos caso a la escuela, al señor cura y a los padres “córtate el pelo y búscate un trabajo, hombre” y nos dimos cuenta en el altar que el crío andaba de camino y ya estaba hecho el lío otra vez. Es la pescadilla que se muerde la cabeza. Porque lo peor de todo es que no hacemos caso a lo que pensamos mil veces por instinto: “que este rollo no tiene sentido”. Y tenemos la sangre fría del asesino y cometemos el crimen de la paternidad que revestimos de cariño con la dictadura del semen.

Por lo demás, el pueblo de la peli mola, claro. Pero lo de Georges Lopez (el profe) suele ser la excepción. El percal es muy otro en los pueblos que uno conoce. Es otra, también, la realidad de los padres que de encontrar a un profe así le denunciarían a la Inspección por sobón y “mezuca”. Las AMPAS son muy efectivas para esto. Mucho más que las APAS de cuando yo era crío.

Los pueblos son lugares de viejo. Geriátricos donde consumir la pensión y regar el huerto, y ya ni eso dejan. El tiempo es una campana sonando, un calendario de procesiones y fiestas patronales. En los pueblos no pasa más que la muerte. Un accidente, un suicidio y cosas así. Y toda una vida para contarlo, darle matices para hacer literatura de ganchillo.

Cristo se paró en Éboli de Carlo Levi va un poco por ahí. Pero el pueblo de verdad no es Auvergne es Puerto Urraco. Ese cainismo de pólvora que Carlos Saura refrescó en El séptimo día donde Victoria Abril se olvida del pintalabios. José Luis Gómez y Juan Diego y el francés José García, sacan su genoma de emigrantes para dar bien el perfil de paleto.

A Saura le acusaron de ser otro Buñuel (ya quisiera) y volvieron al complejo de Las Hurdes, tierra sin pan. Ahora en los carnavales hurdanos queman monigotes con el nombre del aragonés para hacer la gracieta. Seguramente Buñuel haya hecho más por Las Hurdes que todas las subvenciones juntas. Puso en el mapa un lugar, una problemática sin resolver y un museo de antropología que están destruyendo. El tamborilero está bien, pero no hay cosa peor que enfangarse en lo barroso y creerse el Supermán de tu calle para no ver la evidencia de la pizarra. El primer paso para superar cualquier cosa es aceptar su existencia. Ya hay quien recoge firmas por Internet para cambiar el toro de Osborne por el avestruz extremeño.

Aquí, Ser y Tener es tiene que estar, que lo del “debe” y el “haber” ya es todo saldo, las más veces negativo –¡ay!–, en Liberbank.



 Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.

2 comentarios:

  1. Buenísimo, para reflexionar. Jonás Sánchez Pedrero: El crítico, la prosa y su pluma venenosa.

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  2. ¡Coño! Que bien escrito.

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